[[EL ÚLTIMO QUE APAGUE LA LUZ o SIMPATÍA POR EL DIABLO
“El diablo puede quedarse tranquilo. Juega con la verdad. Hace reír con pobres diablos como éste.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“(…) Qué diablos. (…) Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo, (…)”
Julio Cortázar, “Las babas del diablo”
“Los Dioses son viejos y taimados, por tanto, más sabe el Diablo o Dios, que es lo mismo, por viejo que por diablo.”
Macedonio Fernández, Museo de la Novela de la Eterna
“(…) un segundo antes de ese momento en que el alma se retira del cuerpo y en que éste queda tan muerto como una casa cuando se han ido para siempre (retirando sus cosas tan personales) los seres que la habitaron y que allí sufrieron y amaron.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“En un una lejana provincia, el futuro inquilino está preparando febrilmente las maletas para abandonar de manera definitiva una casa infestada por los espíritus.”
Giorgio Manganelli, “Cuarenta y ocho”, Centuria
“Echó una mirada a la puerta. Estaba cerrada con cadena y candado, aunque tan herrumbrosos como la antigua verja. Era casi seguro que nadie la había abierto durante todos esos años de pleitos y sucesiones.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“Marcos se quitó el sudor de la frente y sacó la llave. Sintió por fin terror de abrir la puerta. Miedo de entrar y de la otra parte.”
Eliseo Diego, “La otra parte”
“—Una cosa es un pobre diablo, y otra muy distinta un pariente pobre del diablo.”
Cristina Fernández Cubas, “Parientes pobres del diablo”
“El diablo puede quedarse tranquilo. Juega con la verdad. Hace reír con pobres diablos como éste.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“Cómo no asombrarse de la existencia de Mme. Sanson, Médium-Tarots, prédict. étonnantes, (…) y descubrir con orgullo sudamericano la rotunda proclama de Anita, cartes, dates précises, de Joana-Jopez (sic), secrets indiens, tarots espagnols (…)”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 630-631)
“Por más que se barajaran las cartas del tarot, tenderlas era siempre una operación consecutiva, que se llevaba a cabo en el rectángulo de una mesa o sobre el acolchado de una cama.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 214)
“Ahora se va a abrir la puerta y empezarán los prodigios, yo espero cualquier cosa de esta noche, hay como una atmósfera de fin del mundo.(…) que entre primero Wong, para exorcizar a los demonios.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 493 y 494)
Y, por último, si aventurásemos una hipotética exégesis jodorowskiesca, con ecolalia de la utilización del texto formulada por Eco (1981: 253), más exotérica que ESOtérica —Cortázar fue siempre muy dado a la astrología y el esoterismo, como es sabido —, y viésemos, a la maniera de —Italo— Calvino en El castillo de los destinos cruzados (1989), en “Casa tomada” un ejercicio de cartomancia del Tarot —de Marsella—, ese plano de la vivienda resultaría ser un castillo —neogótico— de naipes, cuyos arcanos menores serían fundamentalmente el trébol —de la labor de costura de la “tejedora de sueños” — en una manifestación de puesta en abismo que daría la réplica, desde la compulsividad de su afición, a la obsesión filatélica del hermano en esa casa inscrita en un monumental “as de trébol” —el ábside y sendos lóbulos del transepto—, rodeado de los diamantes —“rombos de las carpetas de macramé” (108)—, por no aventurarnos en interpretaciones más discutibles sobre picas, de la vidente y echadora de cartas —en un acto de magia simpática entre baraja de póker y Banfield, el barrio inglés de Buenos Aires—, mientras el narrador hace su lectura de “estampillas” para cartas —de correo postal—, no “de mamá” (Cortázar, 1994:179 y ss.), sino de papá, subyugados ambos en su “simple y silencioso matrimonio de hermanos” (1994. 107) por el dogal con que los atraílla “El diablo”—Fig. 9 ( Wiechers, s/f: s/p)—, Arcano Mayor XV, que desplegando sus alas de murciélago —¿o vampiro?— campea, diablo cojuelo —a la pata coja, como todo jugador de rayuela— y figura de un non tan sancto padre conjurado por sus deudos menores, sobre el torreón de una tirada de cartas, coronando tamaña sesión adivinatoria.
Eso, si es que la satanización de la figura paterna no ha sido sino un engaño, fruto del matriarcado luterano, y el “pobre” Julio José hubo de soportar de por vida por parte del hijo la maldición que hiciera de él un diablo , entrometido en una iglesia tomada para robar, cuando en realidad no era sino un pobre señor, o el Señor (Cortázar) —“Mirad que vengo como ladrón, dice el Señor” (VV. AA., 1965: XVI, 15, 1397) y (Fig. 10)—.
Y baste por hoy, pues esa regresión a los arquetipos en la tectónica de placas de esta exhumación nos llevaría a extravagantes interpretaciones de hermenéutica ocultista que confirmarían la barthesiana tesis de la crítica como “metáfora de una metáfora” , con ecos de deriva interpretativa interminable , en el palimpsesto inagotable/inaguantable de la Casa.
“(…) y estoy vivo, aunque fui muerto; y ahora he aquí que vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves, o soy dueño, de la muerte y del infierno. [La cursiva, nuestra]”
El Apocalipsis o Revelación del apóstol san Juan (I, 18).
APOSTILLA
“El Rey de los muertos mira el espejo, pero lo que está haciendo en realidad es mirar en la memoria. ¿Se puede imaginar una mejor descripción del psicoanálisis? Y hay algo todavía más extraordinario, querida, y es que el juicio que pronuncia el Rey no es su juicio sino el tuyo. Vos mismo te juzgás sin saberlo.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 188)
“¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces encontraré mi verdadero rostro.”
Jean Tardieu
“(…) Poco antes de morir lo vieron en un banco de la plaza Rodríguez Peña, llamando a gritos a la muerte.” Tomás Eloy Martínez, Santa Evita
“Pero lo mismo se quedó mirando un rato el patio, la rayuela desierta, como para convencerse.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 366)
—“Fijate que si me tiro —dijo Oliveira—, voy a caer justo en el Cielo.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 399)
“Era así, la armonía duraba increíblemente, no había palabras para contestar a la bondad de esos dos ahí abajo, mirándolo y hablándole desde la rayuela, porque Talita estaba parada sin darse cuenta en la casilla tres, y Traveler tenía un pie metido en la seis, (…) aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia afuera y dejarse ir, paf se acabó.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 404)
Figura 10 (Yslaire: 1994: 20).]]
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Precursor —por no decir profeta— de la angeología, Cortázar dio numerosas muestras de ese interés. “Creía en la astrología”, afirma Bioy Casares (Montes-Bradley, 2005: 333). “Intentar un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva obligatoriamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional, otros rumbos más esotéricos [la cursiva es nuestra]” (Cortázar, 1963: 452).
Una lectura psicoanalítica, sin ir más lejos, que viera en la reiterada presencia de las agujas de tejer el palo de picas, cuando no símbolos manifiestos de represión sexual por parte de Irene. Tréboles — incluso corazones— aparecen, por lo demás, en otros cuentos: «Como esta mañana se podía ir al jardín de los tréboles, anduvieron sacando muestras (…) Antes de dormirse, Isabel apuntó: “Hoja número 74: verde, forma de corazón, con pintitas marrones”.» (“Bestiario”, 1994: 168). Finalmente, el sentido figurado de la labor refuerza connotativamente esa ecmofilia: “lana encrespada” (1994: 107) y “erizos plateados” (108).
“Vi también descender del cielo a un ángel, y tenía la llave del abismo, y una gran cadena en su mano./ Y agarró al dragón, esto es, a aquella serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y le encadenó por mil años./ Y metióle en el abismo, y le encerró, y puso sello sobre él, para que no ande más engañando a las gentes, hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales ha de ser soltado por un poco de tiempo./ (…) Mas al cabo de los mil años será suelto Satanás de su prisión; y saldrá y engañará a las naciones que hay sobre los cuatro ángulos del mundo, (…)” (VV. AA., 1965: XX, 1-3 y 7,1400 y 1401).
«Sin embargo, lo que desvela [la crítica] no puede ser un significado (porque ese significado retrocede sin cesar hasta el vacío del sujeto), sino solamente cadenas de símbolos, homología de relaciones: el “sentido” que da de pleno derecho a la obra no es finalmente sino una nueva eflorescencia de los símbolos que constituyen la obra» (Barthes, 2005: 74).
Ha sido Umberto Eco precisamente quien ha puesto en guardia al lector frente a la alquimia textual. Podría aplicársele a semejante ejercicio de “semiosis hermética” que tergiversa el texto en pos de una “interpretación ilimitada” las palabras de Agustín en De Doctrina Cristiana: “que si una interpretación parece plausible en un determinado punto de un texto, sólo puede ser aceptada si es confirmada —o, al menos, si no es puesta en tela de juicio— por otro punto del texto” (Eco, 1992: 40), puesto que parte del supuesto de que “un texto es un universo abierto donde el intérprete puede descubrir infinitas conexiones” y —prosigue su caricatura de la deconstrucción y consiguiente deriva interpretativa el propio Eco— “el lector debe sospechar que cada línea esconde un secreto, que las palabras no dicen, sino que aluden a lo no dicho que ellas mismas enmascaran. La victoria del lector consistirá en hacerle decir al texto todo excepto aquello en lo que pensaba el autor” (1992: 61)