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ISSN 1989-4163

NUMERO 104 - VERANO 2019

 

Lecturas Inactuales (XX): "Casa Tomada" (Julio Cortazar)

Luis Arturo Hernández

LA (MALA) SOMBRA DEL PADRE ES ALARGADA, ADIVINA QUIÉN VIENE A ROBAR ESTA NOCHE o EL REGRESO DEL PADRE DE EL HIJO DEL VAMPIRO  

         “Las tres querían mandar la parada pero no sabían  ni rayuela ni bolita ni vigilante y ladrón ni el barco hundido (…)”
                               Julio Cortázar, “Los venenos”  

           “Hay quizá una salida, pero esa salida debería ser una entrada. Hay quizá un reino milenario, pero no es escapando de una carga enemiga que se toma por asalto una fortaleza.”
                               Julio Cortázar, Rayuela

          “Las hormigas se comerán a Roma, está dicho. (…) Entonces mataremos las hormigas que codician las fuentes, calcinaremos las galerías que esos mineros horribles tejen para acercarse a la vida secreta de Roma. Mataremos las hormigas con sólo llegar antes a la fuente central. Y nos iremos en un tren nocturno huyendo de lamias vengadoras, oscuramente felices, confundidos con soldados y con monjas.”
                               Julio Cortázar, “Instrucciones para matar hormigas en Roma”

  “Esperé a que el carburador estuviera seco y dejé a Persona en la esquina de Viamonte y Rodríguez Peña las noches del 20 y 21 de febrero.”   
                               Tomás Eloy Martínez, Santa Evita

      —“Es la llave del departamento —dijo Morelli—. Me gustaría, realmente.
      —Se va a armar un lío bárbaro —dijo Oliveira.
      —No, es menos difícil de lo que parece.”
     (…) Con la llave en la mano, Oliveira no sabía qué decir. (…) cuando lo único que le llegaba hasta las manos era esa llave a la alegría, un paso a algo que admiraba y necesitaba, una llave que abría la puerta de Morelli, del mundo de Morelli, (…) una llave, figura inefable. Una llave. Todavía, a lo mejor, se podía salir a la calle y seguir andando, una llave en el bolsillo. A lo mejor todavía, una llave Morelli, una vuelta de llave y entrar en otra cosa, a lo mejor todavía. (…) Oliveira sacó la llave, la hizo girar bajo un rayo de sol, se la entregó como si rindiera una ciudad.”
                                Julio Cortázar, Rayuela (1980: 626-629)

       “(…) una teoría al infinito de pobres diablos repitiendo la figura sin saberlo, convencidos de su libertad y su albedrío.”
                                 Julio Cortázar, Rayuela (1980: 339)  
                         
   “Se quedó firmemente convencida de que era un insulto confundir a un linyera con un mendigo.”
                                 Julio Cortázar, Rayuela (1980: 526)

   Llegados a este punto —y poco antes de la medianoche—, la psicofonía del Cortázar autor implícito planea, como la sombra de un vampiro, distanciándose de los personajes.
Son varios los autores que encuentran en el primer cuento de Julio Cortázar, “El hijo del vampiro” (1994: 33-35), no sólo uno de los principales motivos recurrentes de su obra posterior, sino incluso una de las mayores obsesiones que sobrevuelan por su biografía y persiguen al escritor a lo largo de su vida , una vez que la figura paterna desaparece del horizonte de su infancia, tachada, satanizada y desterrada por las mujeres que arropan al niño en el gineceo de Banfield —“envenenados” Cocó y Memé por mamá y los bombones envenenados de resentimiento del resto de las Veneno—, y de la que no vuelve a tenerse noticia, que conste, hasta muchos años después—de forma epistolar—, cuando ya Cortázar es escritor adulto, y en una sola ocasión antes de su fallecimiento.
En 1957,  a su muerte —que dará carta blanca a Mª Herminia para contraer matrimonio con el Pereyra correspondiente—, Julio José Cortázar no posee en su retiro provinciano más que unas pocas tierras y no legará a sus descendientes, por herencia, sino deudas —no poseyendo el último vástago de los terratenientes salteños sino una exigua parcela, poco más que la tierra justa para darle sepultura, sin rentas que remitir a su familia —.
   Pues bien, en el momento en que el narrador autobiográfico —ese “hijo sin hijos” que rememora, desde un cronotopo sin coordenadas explícitas, su más que ucrónica huida de la casa familiar en los años 40— devuelve el testigo—y no sólo el de narrador testigo— al autor implícito, es cuando su subconsciente parece traer de un “más allá” la figura errática del padre real, como abogado de ese “pobre diablo”  hecho un Adán, el linyera único de entre la posible co(ho)rte de los milagros de “desheredados de la Tierra” —los hermanos sin ir más lejos: ¡Propietarios del Mundo, hundíos!—, entre los “peligrosos vagabundos y ladrones” del suburbio” de Banfiled (Dalmau, 2015. 50), tan incauto y tan desesperado como para colarse en la tangana de Rodríguez Peña —cigarra desahuciada  en su día de la Casa por las laboriosas hormigas de la familia de su legítima esposa— a fin de exorcizar los demonios interiores de su frustrada carrera comercial en Europa —y entre propietarios y desposeídos de la tierra anda este juego de “guardias y ladrones”—.  Y, a tumba abierta, pues, en esta anticipación visionaria —profética revelación— de la transposición biográfica, un mendigo creyente católico capaz de caer en esa tentación Noli me tangere!— de profanar el templo protestante de la abuela Victoria, “pobre diablo” y diablo “pobre” —lo que no es mero retruécano—, ángel caído —del Cielo— en desgracia —como una gárgola precipitada del ábside —un ábside que, en el plano de la casa de la abuela, y en virtud del giro de 180º de su reorientación en la ficción, en la realidad correspondía, en sentido inverso, al pórtico de la Tierra, o sea de la puerta del fondo, en la paralela a C/ Rodríguez Peña—, y bribón —cuyo étimo es Biblia — que se colara por la puerta de atrás, la de los fondos del “Paraíso” —haciendo trampa ahora  al reemprender el juego por la casilla de las puertas del  Cielo—; un buñuelesco “ángel exterminador”, en fin, que se empeñara en entrar a toda costa en la Casa, precisamente cuando la “Abadía” ha sido tomada por la Bestia y el Ángel de las Tinieblas, Abbadón el Exterminador, somete la Tierra bajo sus sombras ; un triste Anticristo y diábolo de ida y vuelta, justo cuando todo se ha ido al diablo —“¡Caramba, qué coinsidensia!”—.
   Y quizá por ello, el narrador testigo de la revelación relata el final de su escapada, el improvisado acto de “psicomagia” (Jodorowski, 2001: 333 y ss.) mediante el que él se deshizo de “la llave del pozo del abismo” —“cerré bien la puerta y tiré la llave a la alcantarilla” (Cortázar, 1994: 111)—, tras sellar la Puerta cancel, por ese puentecito o  viaducto subterráneo de la alcantarilla , para evitar que el intruso se internara en ese Cielo que es, en realidad, un auténtico Infiernáculo —“Y del humo del pozo salieron langostas sobre la tierra” (VV. AA., 1965: IX, 3, 1391)—, aunque fuera solo un “pobre diablo” católico, papista —o pontificio—, para que no regrese al edificio ni, a pesar de su irresponsable paternidad, ese antipapá sea abducido por la Nada —en esta historia interminable en que Nada se crea ni se destruye, solo se transforma—, bajo las hileras de las hormigas que —como las patas de mosca de la caligrafía del croquis de Fresán  —Fig. 1— habrán ido convirtiendo el espacio tipográfico, todo ello juntamente con él —aterrado, esfumado, polvoriento, asombrado, anonadado—, en Tierra, en humo, en polvo, en sombra; total,  en nada…

                                               III. DE OTROS LADOS
      [FILATÉLICA PUESTA EN ABISMO, UNA VENTANA DEL LADO DE ALLÁ, EL BEATO DE LIEBANFIELD, o QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA

“Para ellos está claro que el examinar los sellos con lupa no es más que una parte de aquella fantasía reprimida que a menudo se esconde en las personas tranquilas y estables, poco proclives a los viajes y a las aventuras; una parte de este mismo romanticismo burgués inhibido que determinó la relación de mi padre con el mar.” 
                        Danilo Kis, La enciclopedia de los muertos  

         “Así que se sentó en el suelo volviéndose de espaldas, para mirar los despojos, entre meditativo y horrorizado, porque sabía que al concluir el amarillento álbum tendría que enfrentarse con el horror.”
                    Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador

         “Con Hugo revisábamos las estampillas y yo le daba las repetidas, le enseñaba a clasificarlas por países, y él pensaba al otro año tener una colección como la mía pero solamente de América. (…) en cambio Lila que venía a eso de las tres, saltando por los ligustros, estaba de mi parte y le gustaban las estampillas de Europa.”
                         Julio Cortázar, “Los venenos”

          “Los vidrios de la casilla estaban limpios, cosa rara: la gente iba y venía en el correo, se oía el golpe sordo (y fúnebre, no se sabía por qué) de los sellos inutilizando las estampillas.”
                         Julio Cortázar, Rayuela (1980: 513)
           “Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo.”
                         Julio Cortázar, “Del sentimiento de no estar del todo”

   Y es precisamente ese narrador testigo —“El que da testimonio de estas cosas, dice: (…)” (VV. AA., 1965: XXII, 20, 1403)—, con la modestia del narrador-historiador —“yo no tengo importancia” (1994: 108) — y como mero siervo de la Verdad, desde un  tiempo no definido —deícticos temporales “(hoy que las casas…)” (1994: 107) o “un departamento de los que se edifican ahora” (108): ¿años 40? — y espacio impreciso —“Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso se lo debe a sus habitantes” (1994: 108),  en alusión atemporal al lugar de la voz que, en aquel tiempo, ocupara la casilla de la Epístola—, quien confiesa su devoción por el libro de sellos de su padre —“era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de  papel para que viese el mérito de algún sello [cursiva nuestra]” (Cortázar, 1994: 110)— y el interés con que devora el libro sellado, emulando el mandato del ángel al apóstol Juan —“Tómalo y devóralo”(VV. AA., 1965: X, 9, 1392)—, en su sentido figurado —“Léelo al instante y medita su contenido”(VV. AA.: X, 9, n. 82)—, en una desacralización equivalente a la de la Sagrada Escritura en prosa profanada, y en compañía de su angelical hermana —del lado del Evangelio —, antes de abandonar ambos el templo, para esquivar el final de otros testigos del Libro —“Mas después que concluyeren de dar testimonio, la bestia que sube del abismo moverá guerra contra ellos [Elías y Enoc], y los vencerá, y les quitará la vida” (VV. AA., 1965: XI, 7, 1393)— y ponerse a salvo —“Y a mi amo, que esperó, trataron mal, mas a mí no me alcanzaron” (Anónimo, 1974: 172)—, al borde del abismo —puestos en abismo—, rompiendo la clausura observada exactamente desde “las ocho de la noche” (1994: 108)  aciaga de la toma de la casa —“pero el atrio exterior del templo déjalo fuera, no cuides de él, y no lo midas…” (VV. AA., 1965: XI, 2, 1393) —, extravagando, expulsados extramuros, como alma que lleva el Diablo.   
      Quizá pueda resultar una mera curiosidad filatélica, pero no parece una casualidad que los únicos motivos citados sean “Eupen y Malmédy”, municipios de la provincia de Lieja pertenecientes a Prusia hasta 1919, año en que pasan a soberanía belga; alemanes de nuevo de 1940 a 1945 y, a partir del año siguiente —precisamente el mismo año 1946 de edición de Casa tomada— devueltos a jurisdicción belga (VV.AA.:1984, XII, 6115), en un final de partida que  da la victoria a los aliados reintegrando casillas ocupadas en la rayuela bélica europea. Ese sucesivo cambio de propietario de ambos municipios de las Ardenas a lo largo del siglo XX constituye, pues, y pese a la indiferencia con que el autor siguió la Guerra, la puesta en abismo de la disputa por una casa entre quienes por derecho de ocupación —“tomada”— se atribuyen su titularidad, en un juego de guerra que se ha de saldar con un definitivo cambio de dueño tras sendas Guerras Mundiales.      
   En efecto, media una distancia abismal en el espacio —Eupen y Malmédy— y en el tiempo —a partir de 1919— entre las dos estampillas citadas y el narrador que, en esa mise en abyme, contempla—en Buenos Aires “Desde 1939” (107)—, con el vértigo que provoca, a vista de pájaro —desde el Cielo (de la neutralidad)—, el país de origen —y Cortázar vio la luz  en Bélgica— a partir del año en que Cocó llegó a vivir a esa “Casa” —1920—, tras el revés europeo del padre que precipitara el descalabro matrimonial, patrimonial y emocional de la familia.
   Abundando en la interpretación apocalíptica, la perspectiva adoptada por el narrador focaliza en los únicos sellos aludidos —en una restringida contabilidad significativa del relato— los dos primeros caballos del Apocalipsis —la Guerra y la Muerte (VV. AA.: 1965: VI, 2-4, 1389)—, desde el último sello de ese álbum filatélico que, rompecabezas —o  casillero—, bien puede constituir  la planta de una “casa tomada” por la Bestia, que permitirá que sean “despegados”, por “ellos”, esos “sellos” del Apocalipsis de un “más allá” —de la Gran Guerra—, cuando se ha desatado el Apocalipsis Now de la Segunda, junto a una pacífica hermana, Irene, ángel de la Paz —sentido griego de su nombre—. 
    Y, pese al riesgo de ser calificada de profecía de portera, no deja de ser significativo que esta ventana abierta desde “el lado de acá” —desde una casa a cuyas ventanas no se hace la más mínima alusión (al igual, ya de paso, que a la galería cubierta —o pasaje—paredaño del dormitorio de Irene, con salida desde el Living, en el plano de Fresán (Fig. 1))— al marco histórico del s. XX —cuadritos enmarcados en ventanillas— mire, en “el lado de allá”, hacia un país francófono —llueve sobre mojado, dado el interés declarado del narrador por la literatura francesa—, cuando años después el propio Julio Cortázar, «en 1952, se instala en París —“el lado de allá”—, por oposición a “el lado de acá” que sería para siempre Buenos Aires desde Rayuela», aunque “Antes de abandonar su país publica Bestiario (1951)” (Reyzábal, 1994: 42-43), manteniendo en calidad de traductor de la UNESCO una estrecha relación con Bruselas —en uno de cuyos suburbios había nacido—, cerrando así el círculo de una vuelta al origen inscrita ya en la propia Casa.]

 

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En ensayo, Barceló (1999); en  lo biográfico, Montes Bradle (“El hijo del vampiro”, 2005: 181 y ss.); y desde la ficción, Morella, 2004.

“Cortázar (…) lucha denodadamente por superar el signo de la mediocridad a la que lo condena el supuesto abandono de su padre dejándolo en manos de un matriarcado que no supo, o no pudo, hacer de él nada más que un maestro de escuela. De allí su empecinamiento, (…) por saber, por leer, por devorar libros, (…)” (Montes- Bradley, 2005: 260).

«Julio José Cortázar se marcha (o es desterrado) y no vuelve a dar señales de vida hasta el momento en que le habría escrito una carta a su hijo con motivo de la publicación de un artículo titulado “Colette” en el suplemento Cultura del diario La Nación”. La carta, como todas las recibidas alguna vez por Cortázar, ha desaparecido», (Montes-Bradley, 2005:187). «Ni siquiera reveló que había mantenido con él ese breve pero intenso intercambio epistolar. (…) Si algo nos permite una carta es ver al que no está, al que se ha ido. (…)Admitido que Cortázar padre tiene buen pulso para las palabras, y que acaso transmitió a su hijo algún don en relación con ellas, deberíamos ahora detenernos en la carta. (...)  No es posible ni humano sembrar conflictos en el alma de seres que empezaban a vivir.”» (Dalmau, 2015: 174-5). Montes sostiene, sin embargo, en su novelesca biografía que la mano negra del vampiro planeó sobre la vida de Cortázar  ayudándolo en la sombra, de forma indirecta y anónima en su calidad de funcionario conservador, en varios momentos cruciales de su vida profesional. “Aquí es donde aparece la pregunta acerca de si efectivamente el padre habrá abandonado a Cortázar a los seis años como él suponía” (2005: 278). Sea como fuere, “Los destinos del padre y el hijo seguirán caminos distintos y la memoria que el hijo pueda haber tenido del padre será alimentada por los rencores y los traumas de su madre y de la abuela Victoria” (2005: 116). De hecho Cortázar parece ensañarse con el padre, en “El otro cielo”, trocándolo en padrastro (Cortázar, 1994.590) “al borde de un ataque cardíaco” (606).

“Al tener noticia de la muerte de Julio José Cortázar, son los herederos los que buscan una herencia iniciando los trámites pertinentes. En el juicio sucesorio, obtienen finalmente un fallo que los favorece pero que determina que en lugar de heredar bienes han heredado deudas” (Montes, 2005: 366). Y, como el narrador de “Casa tomada” años atrás, el autor se asoma a la clausura definitiva de su paraíso  perdido, a   una “ausencia al cuadrado. Dicho de otro modo, Cortázar padre no estuvo con su hijo en vida y no estará más —o más bien dejará de estar más— a partir de la muerte. Por tanto el lugar al que se asoma julio es un páramo desolado y casi desierto. (…) es la nada, el vacío (…). Si alguna figura queda, esa figura se alza como un enigma irresoluble” (Dalmau, 2015: 290). “Es lo que quise hacer yo en el 1946, 47, al irme a la Capital Federal, pero acá me quedé y a veces miro hacia allá, hacia el lado de Bolívar y pienso que el campo no me dejó ir. ¿Para qué?, digo yo, si a la final la única tierra que puede tener un hombre es la que recibe cuando lo entierran” (Piglia, 2008: 86-87).

Montes, 2005: 360, n.1. Se confirma así la inversión biográfica que lleva a cabo el autor, biznieto por línea materna del “rentista Mario Descotte” (2005: 56), al atribuirse a sí mismo y a su hermana —si bien por personajes interpuestos—, y en un hipotético futuro, tal condición de rentistas por vía paterna: “No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba” (Cortázar, 1994: 108). Paradójicamente, cuando ese “rentista” Julio José de los años 20 (Montes, 2005: 110), en cuyo “álbum de estampillas” (belgas) se refugia el narrador para “matar el tiempo”, está, lejano ya el recuerdo de su fracasada aventura comercial en Bélgica, camino de la ruina. La filatelia será, por lo demás, motivo recurrente entre los personajes masculinos de Cortázar: “y yo clasificaba las estampillas en el patio cerrado” (“Los venenos”, Cortázar, 1994: 300); “y le gustaban las estampillas de Europa” (304).

“Si algunos [cuentos] se salvan del olvido es porque he sido capaz  de recibir y transmitir sin demasiadas pérdidas esas latencias de una psiquis profunda” (Cortázar, 1986: 75).

«Por lo que respecta a “bribón”, pocos imaginarían que debe su origen a la Biblia. Desde siglos atrás una de las voces para designar al hampa fue “briba” (deformación fonética de “Biblia”, pues se suponía que los delincuentes eran la quintaesencia de la astucia y la Biblia era considerada el máximo compendio de sabiduría). La metáfora hizo fortuna y engendró el derivado “bribón” como sinónimo de criminal o ladronzuelo”» (Romera, 2007:10).

“Así fue abatido aquel dragón descomunal, aquella antigua serpiente, que se llama diablo, y también Satanás, que anda engañando al orbe universo, y fué lanzado y arrojado a la tierra, y sus ángeles con él” (VV. AA., 1965: XII, 9,1394). “Y [la segunda bestia] obró prodigios grandes, hasta hacer que bajase fuego del cielo a la tierra en presencia de los hombres. / Así es que engañó o embaucó a los moradoresde la tierra con los prodigios que se le permitieron hacer a vista de la bestia (…)” (VV. AA., 1965:  XIII, 13-14, 1395).

VV. AA., 1965: IX, 1,1391. No deja de resultar una coincidencia significativa que el propio Cortázar utilice el símil de la llave para referirse al origen electroquímico de la vida intelectual: “Cada molécula particular de ácido ribonucleico (RNA) corresponde a una proteína bien definida, a la manera como una llave [la cursiva es nuestra] se adapta exactamente a una cerradura” (Cortázar, 1980: 416, n.1),  “como si los niveles subliminales fueran los que atan y desatan el ovillo del grupo comprometido en el drama” (416), “sin sospechar demasiado que la vida trata de cambiar la clave en y a través y por ellos” (417). Y acaso, ya metidos en psicomagia,  una casualidad petrificante la denominación “llave” (“del velador”) para el interruptor de la lamparita de noche que pulsan los hermanos tras sus agitadas noches (1994:110).

“Diminutivo del ár. qántara ‘puente’, aplicado a un puentecillo junto al camino y luego al pequeño acueducto que pasaba bajo el mismo” (Corominas, 1983: 38).

Cortázar, 1994: 107. “Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina” (107). “En sus primeros relatos están consignadas esas carencias: (…) Pero no se trataba solamente de filmes, de libros o de arte” (Alazraki, 1994: 299-300).

“(…), casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo” (1994:110). Unidos por la casta hermandad del bibliófilo narrador —“A mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos” — y la tejedora Irene —“rechazó dos pretendientes sin más motivo” (1994: 1907) —, Penélope  casta entre las castas, “de la casta o linaje de ella, que guardan los mandamientos de Dios” (VV. AA., 1965: XII, 17,1394). Arquetipo aludido explícitamente en Rayuela: “(…) y entre tanto [esa chica] tejía y destejía el mismo pulóver violeta esperando a su Odiseo (…)” (Cortázar, 1980: 449).

Recuérdese además que, más allá de las idas y venidas de Cielo a Tierra  justificadas por la limpieza y de las preceptivas salidas a la cocina o el baño, el contacto con el “exterior” se limita a esas salidas  —del juego— de los sábados —del narrador (3er párrafo)— a las que renunciará después y, de forma figurada,  aparte de las alusiones a Buenos Aires —entrada de la tierra y el polvo— y la C/ Rodríguez Peña —vista exterior—, a la distribución de la casa  (5º párrafo) desde el punto de vista del visitante que entrara del exterior —evocación de salidas y entradas del 3er párrafo—: “La única diversidad está en el párrafo 5, en que hay una secuencia expositiva, y se describe la casa: (…) Predomina el imperfecto, y los sustantivos en enumeración. Los elementos léxicos pertenecen todos al campo de la vivienda. Este fragmento es  monológico también” (Fuentes, 2000: 183).

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 
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