LAS PLAGAS SECRETAS, ASALTAR LOS INFIERNOS, LA DESTRUCCIÓN O EL HORROR y ¿PULP FICTION o NEW APOCALIPSIS?
“Las palabras eran éstas: ella pone miles de huevos. ¿Qué le parece? Igual estaba soñando con hormigas o con abejas. Pero yo sé que no eran ni hormigas ni abejas. ¿Quién, entonces, ponía miles de huevos? No lo sé. Sólo sé que en el acto de poner los huevos estaba sola y que el lugar donde los ponía, perdone si me pongo un poco pedante, era como la caverna de Platón, ese lugar parecido al infierno o al cielo en donde sólo se ven sombras.”
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes
“¿Pero si esos monstruos invisibles, una vez invocados, se lanzaban sobre nosotros sin que pudiéramos dominarlos? O nuestro conjuro no es el exacto y resulta incapaz de abrir las puertas de los infiernos; o es exacto, y entonces corremos el riesgo de la locura o de la muerte.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“Rumores, descensos y caídas, ludiones y murmullos, andar de cangrejos y babosas, un mundo negro y apagado deslizándose sobre felpa, estallando aquí y allá y disimulándose otra vez (Pola suspiraba, se movía un poco).”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 521)
“(…) abro la Biblia de Lutero y estoy dos horas ingresando paso a paso en el alemán, regocijándome cuando soy capaz de leer un capítulo entero sin ayuda de mi Cipriano de Valera.”
Julio Cortázar, “Distante espejo”
“(…) escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal (…)”
Julio Cortázar, “Del cuento breve y sus alrededores”
“Y no obstante en su interior se producían furiosos cataclismos en miniatura, invisibles y microcósmicas miniaturas del Apocalipsis (…).”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
Así pues, y desconfiando del muro de contención, de la tregua que les proporciona el parapeto de la puerta de roble —partida aparentemente detenida en tablas—, que ha de ser pasto de la voracidad terminal de unas ¿termitas? sin exterminar, de la comezón del ¿comején?, de la ¿carcoma? xilófaga, de las ¿polillas? que lo dejan todo pulverizado, de unas ¿hormigas negras? que tiran la piedra —o “cascajo” (González, 394), guijarro , canto rodado, en fin, como un dado—, y esconden “la mano—de la hormiga” , aún sin fumigar—, de la langosta —o saltamontes— que asalta los desmontes de Banfield; en nueva retirada frente al avance —a marchas forzadas— de la campaña nApollyónica , los hermanos se instalan en los Dormitorios del Cielo, en una táctica de Tierra quemada que deja a merced de la Plaga —“(…) y sus caras [las de las langostas] así como caras de hombres” — todo ese casillero reconquistado, alimentando con sus ofrendas —la Biblioteca (1994: 109), “la colección de estampillas de papá” (110), “los quince mil pesos” (111) y las “carpetas” de Irene (109), reciclables en pasta pulp de papel, amén del tejido que entreteje las idas y venidas de Irene como el tejuelo de una rayuela—, a las cabezuelas de la Bicha bíblica del Bestiario , a las innumerables bestezuelas —la Bestia— del Libro de la revelación que proclaman sus “fragmentos de Apocalipsis” .
¿NO PASARÁN o YA HEMOS PASADO? SOBRE ANTIHÉROES Y TUMBAS o ABBADÓN EL EXTERMINADOR y SEGUNDO ROUND
“(…) pero estaba deseando mostrárselo todo porque por debajo de mi perorata casi oía los lamentos desde el interior del infierno del mueble, (…)”
Hipólito G. Navarro, “Semillas, simientes y Pilatos”, en El aburrimiento, Lester
“Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormir.”
Julio Cortázar, “La puerta condenada”
“Después uno de ellos se levantó y se fue al baño y el otro se levantó y se fue a la cocina y yo me puse a dormitar mientras ellos circulaban como Pedro por el infierno de mi casa, quiero decir, por el infierno de recuerdos en que se había transformado mi casa.”
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes
“Pero se apoderaron de la alacena subrepticiamente, a la manera de una guerrilla que evita ser detectada. Luego, de la cocina entera. Pocos días más tarde, Isabel llamó a su patrona para darle la noticia.”
Guadalupe Nettel, “La guerra de los basureros”, en La guerra de los peces rojos
“Si empezaba a tirar del ovillo iba a salir una hebra de lana, metros de lana, lanada, lanagnórisis, lanatúrner, lanatupurna, lanatomía, lanata, lanatalidad, lanacionalidad, lanaturalidad, la lana hasta la áusea pero nunca el ovillo.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 358)
“(…) para lo cual fue hasta el pasillo venciendo el miedo que le daba salir de la pieza y meterse en la luz violeta del pasillo, (…)”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 385)
“Se aconsejaron deprisa
que no huyesen despacio”
Anónimo, Romancero viejo
Y así, tras haber renunciado —¡Abrenuncio!— al ala trasera de la casa — “Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa”(1994. 109)—, y pese a las tentativas de saltar periódicamente hacia atrás —Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina” (109)—, la Plaga ha de tomar, a pies juntillas, las casillas 5, 6 y 7, las del codo del Pasillo, la Cocina y el Baño —“que quedaban tocando la parte tomada” 1994: 110)—, y asumiendo el hecho con ascetismo —“Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre” (109)—, a medio camino entre el estoicismo — “Se puede vivir sin pensar” (1994: 110)— y el epicureísmo —dedicados a sus pequeños placeres contemplativos, como la costura o la filatelia, ante la inminente llegada de los bárbaros: “Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y en el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro” (110)—; tras el paréntesis en que la mente de ambos hermanos se precipita al inconsciente, en el laberinto de unos pasajes oníricos entre los sueños en voz alta de Irene y las pesadillas del narrador—“Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor” (110)— o “los mutuos y frecuentes insomnios” (110) y, ya en estado de vigilia, las regresiones a la infancia de ambos —“canciones de cuna” y sellos (110)—; emprenderán al fin la fuga hacia la Puerta cancel —¡abracadabra! —, precipitadamente, con lo puesto, ya que “Los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos” (111), tirando la toalla —“Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado soltó el tejido sin mirarlo” (1994:111)—, recluidos en el Zaguán hasta que la Plaga con su “inquietante familiaridad” (Barceló, 1999) los expulse en un desenlace de terror.
FUERA DE JUEGO, CASA CON TRES PUERTAS MALA ES DE GUARDAR o A LA TERCERA VA LA VENCIDA, A LAS ONCE EN PUNTO…
“Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla.”
Julio Cortázar, “Casa tomada”
“(…) como el Cielo estaba en el mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los juegos.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 253)
“(…) y ya entonces era sensible a ese falso cielo de estucos y claraboyas sucias, a esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y del sol ahí fuera. (…) mientras llovía en el otro mundo, el del cielo alto y sin guirnaldas de la calle (…) como si realmente hubiera alguna cosa que ver a esa hora y en esas calles.”
Julio Cortázar, “El otro cielo”
Y tras esa escalera al Cielo —este cielo —, las casillas 8/9 del Pasillo , el narrador y su hermana Irene pierden los papeles y se salen de sus casillas, dando por perdida la partida porque “ellos” las han tomado todas —les ganan la partida—, removiendo Cielo y Tierra, revolviendo el Cielo y el suelo, Cielo y cieno, hasta que le llega a la pareja la hora de partir de la casa inhóspita y huir a la intemperie, hacia “la noche boca arriba” —“Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche” (111)—, huyendo, en un tenebroso nadir —diametralmente opuesto en sus h/usos horarios al cenit en que solían dar por terminada la limpieza: las 11:00 a.m. —, de la pesadilla en que vivían, activado el mecanismo del miedo de su sistema límbico, para saltar al limbo ¿salteño?, salir corriendo —o/ límbicamente— y aterrizar —tras de haber vivido atados de pies y manos— con ambos pies en el exterior, fuera de juego —del “lado de allá”—, evitando su enterramiento en vida tras haberse confrontado con el legado psico-genealógico de sus ancestros ¿salteños,? Y, arrastrados por un miedo pánico, decidirse a protagonizar un rito de “psicomagia”, como les habría recetado —¿o recitado?— el psicofante —¿o psicofarsante?—, y miembro del Grupo —también— Pánico, homónimo de Amenábar, Alejandro Jodorowski (2001).
LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO o FINAL DEL JUEGO: ELLOS SON ELLOS —PERO NOSOTROS SOMOS LOS OTROS— o ALGO ERA ELLO
“Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle.”
Julio Cortázar, “Casa tomada”
“Cuando volvió a asomarse, fresco y tranquilo, vio que Traveler estaba al lado de Talita y que le había pasado el brazo por la cintura.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 402)
“(…) mirándolo ir y venir sabiendo que perdía su tiempo, que volvería agobiado y sediento sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente.”
Julio Cortázar, “Las puertas del cielo”
“(…) pero de eso es mejor olvidarse ya, querida, es mejor pensar que nada ha pasado en realidad, que sólo ha sido una pesadilla repetida durante nueve años y ya está, terminar de olvidar los ruidos nocturnos, ese rascar de arañas en la oscuridad”.
Hipólito G. Navarro, “Semillas, simientes y Pilatos”, en El aburrimiento, Lester
“(y cuando sentía el miedo miraba su reloj pulsera, y el miedo subía con la hora)”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 382)
—“Oh, esas son las soluciones fáciles, cuentos fantásticos para antologías.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 399)
Y es precisamente en ese momento, al alcanzar el recodo el último párrafo del relato, cuando se produce la revelación de que “ellos” —los perseguidores que asaltan al fin los cielos— son ellos mismos —los perseguido(re)s, expulsados del Cielo en su salto al vacío de la rayuela, en ese punto de fuga hacia la Nada—, y que el genérico masculino —eventualmente femenino—, sujeto sintáctico elíptico de la acción — “Han tomado” — o de una oración impersonal eventual —que no excluyera el sujeto real él/ella/ello, o el ELLO—, pasa a nombrar a los hermanos —nosotros: “Irene y yo”— desde el punto y hora en que, en un quiebro final, y mediante la ambigüedad de un estilo indirecto libre —“No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada” (1994:111)—, se insinúa un imperceptible giro del foco del narrador, que habría virado de la primera persona autobiográfica a una tercera persona limitada (Díez, 1979: 36-37) o identificada (2003: 264), en la que se instalará el autor implícito —tal y como sucede en el desenlace de “La isla a mediodía” (1994: 568-9)—, y que, alejand(r)o el punto de vista, refocalizará al “pobre diablo” y a los hermanos en un “ellos” —ese mismo punto de vista desde el que, durante todo el relato, habrán sido enfocados ambos por “los otros”—, en la deixis en fantasma que reemplaza, al fin, a los “ancestros paternos” del narrador por el “real” del padre del autor, en una inversión de roles —¿no sería también un Rolex su “reloj pulsera”? — que acaso arroje luz, en este repentino trueque de actantes entre los protagonistas y antagonistas, sobre la identidad de un ninguneado —por lexicalizado—, genérico y eventual “pobre diablo” .
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Y de “texto guijarro” califica precisamente Yurkievich capítulos como “Riesgos del cierre relámpago” (cap. 130, Rayuela) (1994: 187).
Nos permitimos citar este breve texto de J.R. Jiménez —“y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo el universo”—, que da título a VV. AA., 1990.
“Un pueblo, Bánfiled [y lo acentúa siempre], con sus calles de tierra y la estación del Ferrocarril Sud, sus baldíos que en verano hervían de langostas multicolores a la hora de la siesta”, tal y como lo describe en “Deshoras” (Cortázar, 1996).
“(…) y tenían sobre sí/ por rey al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abaddón, en griego Apollyon, que quiere decir en latín Exterminans, esto es, el Exterminador” (VV.AA., 1965: IX, 10-11).
“Y del humo del pozo salieron langostas sobre la tierra, y dióseles poder, (…)/ y se les mandó no hiciesen daño (…) sino solamente a los hombres que no tienen la señal de Dios en sus frentes. / Y se les encargó no que los matasen, sino que los atormentasen por cinco meses. (…)/ Y las figuras de las langostas se parecían a caballos aparejados para la batalla (…)” (VV. AA., 1965: IX, 3-7).
No obsta que “Casa tomada” estuviera escrito años antes que el resto de los cuentos de Bestiario, tal y como sostiene Andreu (1968: 54), para que el autor comprendiera lo idóneo de su inclusión a posteriori.
“The Pathmos Sellers es, a su manera, una investigación sociológica; a su manera, porque propone suculentas hipótesis interpretativas, sin ofrecer ningún elemento de comprobación sobre el terreno, pero en tal sentido Temesvar se muestra coherente con las ideas que en su día había expuesto en una memoria a la Academia Soviética de las Ciencias, con el título de La comprobación como falsificación de las hipótesis” (Eco, 2003:347).
“Una trayectoria de rayuela, que va del Infierno al Cielo, cuando ya no hay dioses, o sea, cuando ya no hay Infierno [palabras proféticas donde las haya] ni Cielo. Queda en sí, la densa población de ruinas de una cultura, la posibilidad de dar saltos de un casillero a otro, ir o volver, lo mismo da” (Matamoro, 1994: 62). “(…) y se cae en las novelas, (…), en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar” (Cortázar, 1980: 252).
La importancia del Pasillo como eje vertebrador de la casa —lo que nos permite tomarnos la licencia de asignarle las dos últimas casillas— ya lo señaló Andreu: “Toute la maison s’articule autour d’un long couloir central et ne semble exister qu’en fonction de ce couloir omniprésent et fascinant. (…) a la longue on se sent prisonnier de ce couloir (1968: 62).
“Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora” (1994: 111). “(…) y de la Tierra al Cielo las casillas estarían abiertas, el laberinto se desplegaría como una cuerda de reloj rota haciendo saltar en mil pedazos el tiempo de los empleados” (Cortázar, 1980: 253).
Se levantaran “a las siete”—“y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones (…)” (1994:107)—, o lo hicieran más tarde —“a las nueve y media por ejemplo” (109) — “no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados”, el adelanto de una hora al mediodía parece adelantar en otra hora la medianoche.
“Incluso en el simbolismo posible que anida en toda la historia, que parece ser una imagen de otro contenido: la muerte, por ejemplo” (Fuentes, 2000: 185).
No podemos sustraernos a la asociación del reloj pulsera con el final profético de “Instrucciones para dar cuerda al reloj”: “el miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa” (Cortázar, 1994: 418).