LA CASA DE LOS ESPÍRITUS o DEMONIOS EN EL JARDÍN
“Viene a ser como estar rodeado de fantasmas en una casa abandonada, uno se vuelve asustadizo al menor crujido, a pesar de que se niega a otra lógica que la de sus antepasados.”
Goran Tocilovac, Trilogía parisina
“Hasta a la extrañeza es posible acostumbrarse, creer que el misterio se explica por sí mismo y que uno acaba por vivir dentro, aceptando lo inaceptable.”
Julio Cortáxzar, “Las armas secretas”
«El inspector apuró el paso, atropellando a un par de niños que jugaban a la rayuela. “Eso les pasa por exhibir sus juegos”.»
Goran Tocilovac, Trilogía parisina
«Dice [Carlos] Fuentes: “Pibe, quiero ver a tu papá”, a lo que el otro [Cortázar] responde: “Soy yo”. En el fondo Julio siempre había sido su papá, o al menos había tenido que ejercer muy tempranamente la función de cabeza de familia.»
Miguel Dalmau, Julio Cortázar. El cronopio fugitivo
Se nos antoja, ya que el autor deja en blanco ese “cuadradito” en la supuesta puesta en abismo del “álbum filatélico” que es la Casa —esa “pieza” traspapelada del puzzle de “Casa tomada”—, que esa ambigüedad, merced a la que el narrador guarda silencio —ante “el susurro y los sonidos” del monstruo —, debe interpretarse como la “polisemia jerarquizada” de esa estratificación del sentido en que se cimienta la Casa y, por tanto, como símbolo disémico de la herencia patrimonial, una simbiosis en que conviven el elemento material destructivo y desolador —ruidoso y ruinoso— de la marabunta y el figurado ancestral delpatriarcalismo —réplica sonora a dicha fratría “matrimonial” y extinción genealógica del endogámico mundo cerrado y estéril—, parasitario de aquél .
EN EL NOMBRE DEL PADRE VS. BENDITO SEA EL FRUTO DE TU VIENTRE, DE TIEMPO DE SILENCIO A TIEMPO DE DESTRUCCIÓN o TODO SE DESMORONA
“Nos gustaba la casa (…) porque guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.”
Julio Cortázar, “Casa tomada”
“Peyró lo explicaba riéndose, a su manera; decía que ser novelista es lo más fácil del mundo. Sólo tienes que mirar a tu familia y explicarla. Cada familia es una novela.”
José Morella, La fatiga del vampiro
“Me duele el árbol genealógico.”
Julio Cortázar, “Las manos que crecen”
“Pero vos que estás en armonía con el territorio no querés entender este ir y venir, doy un empujón y me pasa algo, entonces cinco mil años de genes echados a perder me tiran para atrás y recaigo en el territorio, (…) y en esos pasajes lastimosos me parece que vos sos mi forma que se queda ahí mirándome con lástima, sos los cinco mil años de hombre amontonados en un metro setenta, mirando a este payaso que quiere salirse de su casilla. He dicho.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 400)
“MINOTAURO: (…) Mira, sólo hay un medio para matar monstruos; aceptarlos”
Julio Cortázar, Los reyes
“La mejor cualidad de mis antepasados es la de estar muertos; espero modesta pero orgullosamente el momento de heredarla.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 525)
“Llamado a la plena luz de su nombre el íncubo se hubiera desvanecido, tan débil e inane como cuando pisaba la tierra.”
Julio Cortázar, “Cartas de mamá”
Abundando en la genética textual en la que venimos apoyándonos, no resultará difícil comprobar que “Casa tomada” es una transposición ficticia de la infancia de J. Cortázar, tanto en espacio —reorientación o reubicación de la casa de “Rodríguez Peña al 600”— como en tiempo —ucronía de los hermanos “Cortázar”, solteros en los años 40, y a los 40 años, en un inmueble ya abandonado tras la mudanza de su familia en los años 30—, y en la que se produce la reinvención del frondoso árbol genealógico de los personajes, la recreación de su pasado familiar a posteriori, la manipulación genética, en fin, de los antepasados del autor/narrador en el sentido apuntado en su desmitificadora biografía del autor, Cortázar sin barba —iconoclasta vs. iconoplasta—, por E. Montes-Bradley.
Y es que la casa quinta de Rodríguez Peña fue adquirida en 1920, poco después de su regreso de Bélgica, cuando Cortázar contaba seis años, por su abuela materna, Victoria Gabel, con dinero del padre de su hija, el comerciante de origen francés Luis Descotte —que moriría en el viaje de vuelta y que, pese a haber reconocido a la hija de ambos, Mª Herminia, madre del escritor, y no haber dado por zanjada nunca la relación con la familia Cortázar, estaba casado legalmente y mantenía su propia familia numerosa —. Y eso al poco del abandono de Mª Herminia y familia por parte de Julio José Cortázar Arias, “rentista” y padre del escritor, por cuanto el narrador/autor va a podar del árbol genealógico de ambos “hermanos” tanto la vergüenza provocada por el repudio y fuga del marido sufridos por su madre —amén de la desaprobación de dicho matrimonio por parte de la familia paterna —, como la causada por el trauma de ser hijo de una mujer separada de un padre ausente, restaurando un pasado edénico —“[la casa]guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia” (Cortázar, 1994: 107)—, y acoda, en la ficcionalización de esa “genealogía asentada por los bisabuelos” (1994: 107)—, una estirpe patriarcal que repuebla el vacío dejado por la leyenda materna —que mata al padre , como versión oficial del “gineceo matriarcal” (Dalmau, 2015)—, reinsertando a un “abuelo paterno” —¿contrafigura del conservador terrateniente salteño vasco Pedro Valentín Cortázar Mendiroz? (Montes-Bradley, 2005: 70)—, que retrospectivamente y con efecto retroactivo trocará en “paternos” igualmente a los “bisabuelos”, e injerta “toda la infancia” —del chico enmadrado, empadronado en la casa costeada por la rama familiar materna— bajo la sombra tutelar de un matrimonio bien avenido y —y puesto que no mediaba separación judicial alguna— comme il faut.
Cortázar parece haber rehabilitado, pues, por persona interpuesta, todo su pasado, al tiempo que reconstruye el cronotopo —que aún no llega a cronotopio—, en un acto de justicia poética —ajuste de cuentas con sus orígenes—, mediante el reflejo invertido y complementario de la rama materna—del árbol genealógico— de la familia en el espejo cóncavo —de un paraíso perdido — de la paterna; el retrato de grupo de un patriarcado positivado a partir del negativo del daguerrotipo de la soledad matriarcal; el vaciado de la infancia feliz en el nido patriarcal, en la mayólica viciada de la infamia del nicho de una digna exclusión en el extrarradio por parte de sucesivas generaciones de varones.
Puede concluirse, por tanto, que el desahucio de ese “solar del Paraíso” asolado—sin luz solar — por parte de “ellos” se funde con los desoladores avisos de apremio de los dueños legítimos de tal legado, con/fundiéndose la invasión de los dichos bichos con los fantasmas —contrafiguras del ectoplasma del abuelo “ahogado” en un naufragio o de la sombra del desahogado padre en paradero desconocido y muerto viviente sobre quien su esposa echara tierra y que resucitará, figura de apego de Cocó, transgrediendo ese interdicto matriarcal—, ¿duendes burlones o trasgos de rasgos genialógicos tirando piedras contra su propio tejado? De ese modo, sus parapsicológicas psicofonías toman cuerpo en diminutos seres de Tierra adentro para recordar a los inquilinos su condición de intrusos, haciendo de Casa tomada el mausoleo del nosotros, víctimas del creciente deterioro de la herencia familiar —alienación física, enajenación mental—, que ceden terreno frente a la entropía de los propietarios de facto de aquellos bienes raíces o, en el caso particular de la regenerada rama paterna, ante el santuario de sus presencias —que se materializan en sus exvotos y reliquias, pues ninguno está enterrado allí, y viviendo el último de los ascendientes, Julio José, a Salta de mata—, esos otros que vuelven por sus fueros desde los fondos de un nosotros, campando a sus anchas y por sus respetos.
II. DEL LADO DE(L MÁS) ALLÁ
(PROFECÍA VISIONARIA)
PLANO DETALLADO DEL INFIERNO o EL CIELO NO PUEDE ESPERAR
“La Iglesia es ancha, pegada a la tierra.”
Julio Cortázar, “Bruja”
“Los ha habido en todos los tiempos. En San Agustín hallarán la prueba, pues tuvo que enviar a un sacerdote para que cesaran en la diócesis de Hipona ruidos y trastornos de objetos y muebles análogos a lo que señala el espiritismo. También, en tiempos de Teodorico, San Cesáreo libró una casa habitada por lémures. Ya ven ustedes cómo no hay más que dos ciudades, la de Dios y la del diablo.”
J.K. Huysmans, Allá lejos
“O porque ese cuerpo, que inocentemente manejan los médicos campesinos que expulsan o matan plagas de hongos o gorgojos en una tierra que más abajo oculta cavernas con dragones ha heredado el alma de otros cuerpos moribundos, de hombres o peces, de pájaros o reptiles. De manera que su edad puede ser de cientos o de miles de años.”
Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador
“—Te vas sintiendo mejor —dijo Etienne.
—Sí, esta casilla no está mal. Lástima que haya tanta gente esperando.”
(…) Arreglándose el saco, Oliveira salió de la casilla.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 515-516)
“(…) y que desde la infancia en Burzaco o en los suburbios de Montevideo mostraba la recta vía del Cielo, sin necesidad de vedanta o de zen o de escatologías surtidas, sí, llegar al Cielo a patadas, llegar con la piedrecita (¿cargar con su cruz? Poco manejable este artefacto) y en una última patada proyectar la piedra (…), si el Cielo era nada más que un nombre infantil de su kibutz.”
Julio Cortázar, Rayuela (1980: 252)
Entomología necrófila y espiritismo —lo subterráneo y extraterrestre—, un tratadillo de zoología y un animalario moral comparten idéntico caldo de cultivo, “desde el lado de acá” “al lado de allá” —o del más acá al “Más Allá”—, en la Tierra y se encuentran, de hecho, en el origen del sentimiento sagrado primitivo. Y baste recordar, al respecto, las reminiscencias religiosas en la topografía de la rayuela, desde el punto de partida, pasando por la casilla central, al final del juego: Tierra, Infierno y Cielo, amén de las campanas, ventanas y demás .
Y no es menos cierto que, en ese viaje de iniciación de “Casa tomada”, de la misma manera que el plano de la vivienda parece inscribirse en el trazado de una rayuela, esta reproduce, a la vez, la planta de cruz latina del templo cristiano —Fig. 8 —, profanado por su uso doméstico. Desde esta perspectiva, pues, la Tierra es el atrio desde donde se accede, a través de puerta trasera del terreno compartido por la parroquia de esa aldea global —o pórtico— a una iglesia, cuya nave central estuviera jalonada de capillas y de dependencias laterales y que desemboca, tras dejar a la izquierda la Biblioteca y, luego, a la izquierda, el baptisterio —o, en la nueva redistribución secular, ¿la sacristía?—, en el Cielo —Crucero/Girola del Living y, en la remodelación de la Reforma de esa Casa, Ábside del Zaguán y eventual “Pórtico de la Gloria” de la Puerta cancel; más los brazos del Transepto: de la Epístola y el Evangelio: sendos Dormitorios de Irene y el narrador, a la diestra y la siniestra mano—, donde la dedicación de los hermanos —cofrade seglar y hermana “lega”— no es sino la lectura de textos —radicalmente reducida tras la toma de la Biblioteca a la textura impresa de los sellos de la correspondencia “epistolar” por parte de él y a la labor textil por parte de ella: ora et labora —, en un retiro o clausura —“necesaria clausura de la genealogía” (1994. 107)— que cancelará una claudicación por claustrofobia cuando, los pies en Tierra, echen el cierre y pongan pies en polvorosa.
No se trae, sin embargo, a humo de pajas esta interpretación “a lo divino” de la Casa si se tiene en cuenta que durante sus años de docencia por provincias, el joven profesor Cortázar —“sin barba”—, tuvo como libro de cabecera la Biblia alemana protestante de su abuela Victoria, en un espacio geográfico que era, en palabras de Montes-Bradley, “trazado infinito en que la nada y el cielo se juntan para consagrar la pampa como la Caldera del Diablo” (Montes-Bradley, 2005: 219) y en una época de la vida del autor en que su voracidad bibliófila, ¿como la del Apóstol Juan?—“Fue útil en el sentido de que devoré millares de libros” (Cortázar y Prego, 2006: 37)— bien pudiera calificarse de bibliofagia . Nada que envidiar, por ese lado, a los insectos que devoran la Biblioteca.
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«Los daimones serían, por tanto, los espíritus de la naturaleza, de donde se deriva la palabra “demonio”. (…) También se creía que algunas almas o espíritus de determinados difuntos se convertían, asimismo, en daimones que, por su especial naturaleza, estaban en contacto con el mundo de los hombres y de la materia, pudiendo degradarse, acarreando a los humanos desgracias o enfermedades, por lo que en el transcurso del tiempo se asoció a estos seres con la personificación del mal» (Callejo, 1996: 154).
Se trataría de lo que Georgescu denomina «III. Ciframiento por “mancha blanca”»: “El ciframiento crea por consiguiente terrae incognitae, abiertas a todas las hipótesis de la imaginación. Compete al lector completar estas manchas blancas y se tiene la posibilidad de hacerlo de varios modos. Es hasta deseable que descubra más soluciones, a varios niveles, cada vez más profundos y reveladores” (1994: 72). “El ciframiento procede aquí por omisión. (…) el rehúso de narrar” (1994: 73).
Expresión de Barthes, de acuerdo con la “teoría de los cuatro sentidos” formulada ya en los estudios escolásticos y según la cual “piensan que de todos esos sentidos [literal, histórico, moral y anagógico] hay sin embargo uno privilegiado que es el verdadero”: “el sentido último, el más profundo, el más secreto, el más escondido pero vital, y al que se llamaba sentido anagógico, porque era el que se hallaba cuando se habían remontado los otros sentidos” (Barthes, 2002: 49-50). Así pues, “La teología admitía que el Evangelio, las Sagradas Escrituras, una parábola e incluso una frase de ese Evangelio tenían siempre cuatro sentidos a la vez: un sentido literal, el de las palabras mismas; detrás, un sentido histórico que remitía a la humanidad de Jesús; detrás de éste, un sentido moral que implicaba la ética, el deber del hombre; y, finalmente, en cuarto lugar, el más importante (…)” (Barthes, 2002: 50). No obstante, “ningún lector es tan ordenado. Todos o ninguno de estos niveles toman prioridad en el acto de leer. Al decir o implicar yo, las primeras palabras de un texto ya llevan al lector a un lugar nebuloso donde nada es absoluto, ni sueño ni realidad, y donde todo lo que se dice es al mismo tiempo lo que pretende ser y algo más, y también las meras palabras que lo conforman” (Manguel, 2012: 230).
Bousoño, 1985. “Los animales (…) expresan el enigma de estas gentes y desvelan así su intimidad, desnudándolas. El horror —la atmósfera de horror— nace de ahí, porque, al sentirse descubiertos, los personajes de Bestiario ven fracturada su interioridad y se sienten acosados por ella bajo la forma animal que la representa o simboliza” (Salazar, 1981: 251-2).
Vaciados en el molde del silencio —“silencioso matrimonio de hermanos” en “la casa profunda y silenciosa”, que de noche “se ponía callada”—, ”los “sonidos” de “ellos” encuentran su réplica en una sinfonía de ruidos que conjuran la amenaza invisible —calificados con el oxímoron adjetivo “sordo”—:
“El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra”; “o un ahogado susurro de conversación”; “los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos” vs. ”rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas”; y “Nos oíamos respirar, toser”, amén de las voces ya citadas anteriormente, con toda su vitalidad humana nocturna frente a los “latidos del silencio” en la ¿tregua de las noches al otro lado de “la puerta condenada”?, en esa caja de resonancia de la casa.
“Mas estos pequeños monstruos —terribles mancuspias que es preferible no imaginar, devoradores conejos, cucarachas, etc. — no son los que nos sobrecogen del todo. Ellos no forman el bestiario. El bestiario lo integran aquellos que desatan la furia de estos bichos, los que, al convocarlos, los admiten” (Salazar, 1981: 251).
El tiempo histórico del relato coincide con el despegue urbanístico de Buenos Aires, cuando la familia de Cortázar se ha trasladado, como queda dicho, a la calle Gral. Artigas. “Lo cierto es que el dinero para la compra de la casa provenía de la abuela y que esa abuela no tenía otro recurso económico más que el padre de su hija, quien acababa de naufragar” (Montes-Bradley, 2005: 123).
“Los otros” serán Julia Adelmeleck, argentina de origen argelino, y los cuatro hijos reconocidos que tuvo con Descotte (Montes-Bradley, 2005: 56 y ss.): ¿”vagos y esquivos primos” (Cortázar, 1994: 107)?
Montes-Bradley, 2005: 110. “Según consta en los registros, la familia Cortázar abandona Suiza el 15 de junio de 1917. Julio José ya no estaba con ellos” (Montes-Bradley, 2005: 111).
«De uno u otro modo, la naturaleza que sugiere haber nacido en el seno de una familia desplazada por otra, en función de privilegios y legitimidad, tiene mucho que ver con el Cortázar que se construye a posteriori para ocultar la infamia. Más aún cuando el fruto de aquella supuesta infamia, eje de la vergüenza familiar, acaba por vincularse a otra familia de “buen apellido” para reproducir la tragedia, el rechazo, el desplazamiento hacia la periferia» (Montes-Bradley, 2005: 133). Los Cortázar entroncan, remontándonos por el árbol genealógico, a su llegada a Argentina desde tierras vascas con la “aristocracia latifundista de América” (Montes-Bradley, 2005: 70 y ss).
“Tú sabés que yo viví en una de esas casas en las que se han ido acumulando objetos que pertenecieron a los padres, a los abuelos, a los bisabuelos, objetos que no sirven para nada pero que se quedan ahí metidos en cajones” (Cortázar y Prego, 2015. 45). Y a propósito de la génesis del poema dramático Los reyes (1949), sitúa su inspiración en un efecto paranormal: «“(…) lo cual creo que le da la razón a Jung y a su teoría de los arquetipos, en el sentido de que todo está en nosotros, que hay una especie de memoria de los antepasados.” Según este principio, Julio estaba convencido de que había sido visitado por un remoto archibisabuelo suyo, que vivió en Creta cuatro mil años antes de Cristo, alguien que a través de los genes y los cromosomas le había mandado un mensaje que correspondía al período minoico» (Dalmau, 2015: 164-165). “¿No es sorprendente que todo su telón masculino se reduzca a esa asombrosa visitación? ¿A un contacto de ultratumba? Lo es. (…) Sea lo que sea ese legado, está claro que no puede ser transmitido por las mujeres de Banfiled ni tampoco por las de Creta sino por un remoto patriarca. (…) El Padre” (Dalmau, 2015: 166).
“(…) me ocurría peguntarme a veces si esos recuerdos de la infancia merecían ser escritos, si no nacían de la ingenua tendencia a creer que las cosas habían sido más de veras cuando las ponía en palabras para fijarlas a mi manera” ("Deshoras”, Cortázar, 1996). “Crecí en Bánfiled en una casa con un gran jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras: el paraíso. Pero en ese paraíso yo era ya adán en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi infancia: demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados” (Cortázar y Prego, 2015: 36).
No hay la más mínima referencia explícita a ventanas —que, sin embargo, se dan por supuestas, en virtud de la “teoría de los mundos posibles”, con “contraventanas de madera” sobre “la fachada blanca” en la originaria casa madre de Banfield (Fig. 6) —, ni a la luz natural del sol —que permite, claro está, la actividad diurna—, en un relato tan claustrofóbico como un hormiguero —o formicario— suburbano. «Inexplicablement les ouvertures ou les fenêtres semblent totalement absentes de cette maison dont la seule issue est la “puerta cancel” qui donne sur la rue» (Andreu, 1968: 62).
A propósito de la ausencia de cartas de sus corresponsales en la nutrida correspondencia de Cortázar, Montes-Brandley afirma que “los otros son sistemáticamente devorados por el silencio. (…) El silencio de los corresponsales en la construcción de su temprana biografía coincide con otras ausencias no menos intrigantes, como lo son todas las referencias al abuelo náufrago o al padre desaparecido” (2005:258). “Cortázar dice no tener abolengo. Desconoce quién es su abuelo y no tiene ni idea de dónde está su padre” (2005: 332). Y a propósito de la ocultación del linaje de sus ancestros resulta significativo el comienzo del poema “Los Cortázar” (1987: 48): “Qué familia, hermano./ ni un abuelo comodoro, (…)”, donde, por inversión —o inmersión— asciende a comodoro —muy alto grado de la Marina— al abuelo náufrago —y submarino—, haciéndolo brillar por su ausencia tanto o más que a su padre, último vástago de una aristocracia ultramarina.
“Pasé mi infancia en una bruma de duendes, de elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente al de los demás”, testimonio del autor (revista Plural nº 44, México 5/1975) recogido en “Julio Cortázar”, en http://es.wikipedia.org., lo que da prueba de la influencia bio/bibliográfica en la obra primera del autor.
“Demonio casero, que de ordinario inquieta las casas, particularmente de noche, derribando las mesas, y demás trastos, tirando piedras, sin ofender con ellas, jugando a los bolos, y con otros estruendos aparentes, que desvelan a los habitadores”, según define a los “innombrables” Ferrer Lerín (2007: 279).
Hernández, 1999: 72. La lectura a lo divino está ya en germen —y no es descubrir el Mediterráneo— en Andreu, 1968: “Les occupations ménagères, d’une régularité intangible, composent une rite ponctuel. La maison deviene à la fois le temple silencieux et la divinité exigeante dont le frère et la soeur seraint les prêtres servants et souimis. Elle leer a imposé le célibat: (…). Eux-mèmes sont prêts à empêcher par tous les moyens la profanation de leer sanctuaire, à le préserver du sacrilège: (…)” (62-63).
VV.AA.: “Plantas románicas”, www.eniac.es/juanf/planta.htm,1.
“Los venenos” ofrece un variado muestrario de esa topografía trasera. En “Deshoras”: “Volvieron casi sin hablar y se metieron por el fondo del jardín en la casa de Doro, esperando que no hubiera nadie en el patio y pudieran lavarse a escondidas” (Cortázar, 1996).
“Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca” (Cortázar, 1994. 109). “Me gustaría consultarle un par de cosas sobre unos libros en francés. (…) ¡Libros en francés! Che, pero lo único que faltaba era que te quisieran tentar con una banana” (Córtázar, 1980: 403 y 404).
“Durante su peregrinaje por la pampa Cortázar vivió acompañado de una Biblia luterana que leía con la ayuda de un diccionario alemán-castellano. (…) sin embargo, resulta inverosímil creer que para el estudio de esa lengua recurriera a un libro sagrado cuando para los estudios de francés e inglés le bastaban tutores. (…) la presencia de aquella Biblia en los cuartos de pensión de Bolívar y, más tarde, de Chivilcoy debiera, al menos, alertar acerca de la posibilidad de un cisma doméstico [en relación al nacional-católico Julio José]” (Montes-Bradley: 2005: 173 [y 174]). Y sobre el interés de Cortázar por el arte religioso baste este testimonio: “Aunque se ha declarado agnóstico, el rito católico le atrapa en Roma con todo ese magnetismo que ya había encandilado a Oscar Wilde” (Dalmau, 2015. 247).