«El llorar en el balcón de las penurias |
«El minotauro del aire muge |
«Arden la pérdidas. Ya ardían
en la cabeza de mi madre»
Antonio Gamoneda: Arden las pérdidas
A Patricia Dolores Fernández Ridruejo
(17/3/1906-13/2/1988)
*
Es un día aún de invierno…
por donde baja, cansada, la tarde
con su manga ancha de primavera
y su silencio de callejuelas.
Hay en el patio un sofión de aire,
un silencio de árboles y ese grito huérfano
de soledad perenne ante la fuga
inexplicada del padre.
Ya no hay más datos,
incluso hasta el año de tu nacimiento
te avergonzaba deletrear,
escondías la edad culpable
en los armarios de ropa de moho desvencijados,
después borrados y muertos de piedra
tu nombre y sus fechas.
Tartamudea la muerte herida de Julián
y las palmas de las manos de tu madre y su hermana,
cuyos dolores rociados se abren
por rincones, agazapados, incoloras,
de ecos se marchitan.
Todas las tardes miopes de sus vidas
se acostarán en colchones vacíos
con una bocanada de jazmines
entre tanto sabor a desamparo roto,
bajo tanta lluvia sorda:
¡Cómo se os caían encima el olor húmedo,
el tejado aterido por el frío,
la España en rancio y miedo,
el oscuro silencio de la radio!
Era aquel 17 de marzo, santa Patricia, de 1906
un día aún de invierno,
por donde baja jadeando la tarde,
arremangada de primavera,
una empinada estrechez de callejones.
El sol, ajedrez desde el amanecer en casa,
por aquel patio de luz humilde,
saltaba baldosas,
en tanto que tú jugabas a ser mayor
demasiado pronto,
a contar con los dedos de una mano
las hojas del geranio,
los años prohibidos de niñez,
los helechos de la sed
en La verde soledad del agua.