El día 31 de agosto (escribo este artículo unos días antes) debió culminar la salida (casi mejor, diría huída) de las tropas de ocupación de Occidente en Afganistán tras veinte años dirigiendo gran parte, o eso nos han venido contando, del país. Creo que para todos ha constituido una sorpresa mayúscula el comprobar con estupor que a los talibanes les bastó una semana desde el anuncio de que las tropas americanas abandonaban el país para reconquistarlo por entero. Al más puro estilo americano. USA no lo hubiera podido hacer tan rápido. Y eso que los talibanes no tienen ni mucho menos un armamento tan sofisticado como el del guardián del mundo y las fuerzas del Estado afgano tenían formación americana y parte de su armamento. Pero optaron por arrojar las armas ante los talibanes. El presiente ha huido a Occidente, lugar en el cual en realidad ha vivido toda su vida, a la primera de cambio. Sus escusas son tan patéticas como las de Biden. Más allá de este pasmoso hecho bélico, creo que nos obliga a reflexionar al respecto.
Durante veinte años –casi una generación entera– Occidente ha tratado de implantar su sistema político y de valores en el país y el mero aviso de su salida ha supuesto el regreso inmediato de los talibanes al poder. ¿Cómo ha podido suceder? Mi opinión es que Occidente se cree poseedor de los grandes valores y la realidad es que no es así.
¿Democracia? Es una idea política interesante, pero la realidad es que la democracia en casi todos los países se ha convertido en una gran estafa. Al igual que pasó con los ideales comunistas, nuestros políticos han prostituido la democracia. La han convertido en un coto endogámico en el que, amparándose en que una vez cada cuatro años el ciudadano puede votar entre unos pocos partidos (en USA solamente dos), trabajan por sus propios intereses. No en los del pueblo que gobiernan. De facto, han convertido la democracia en un sistema político tan malo como los demás, a pesar de que gasten sumas ingentes en publicitar que “es el menos malo de los sistemas políticos”. Es normal que muchos países, como Afganistán, prefieran regirse por otros tipos de gobierno.
En cuanto a los tan cacareados valores occidentales, como la libertad, la igualdad, etcétera, también han ido degenerando en las últimas décadas, en inversa evolución a la tecnología. ¿Qué libertad ni que niño muerto? Al menos en España es lo contrario. En las últimas décadas nuestros corruptos gobernantes han ido generando cientos de leyes amparándose en la seguridad y otras escusas para irnos coartando la libertad cada vez menos. Si quitamos el derecho al voto y las libertades de quienes se dedican a la política, la realidad es que uno tenía mucha más libertad en tiempos del dictador.
¿Igualdad? Parece que se nos ha olvidado que, no hace tanto, nuestras madres y abuelas cuando se quedaban viudas se convertían en parias vestidas de negro; que en los pueblos, la mayoría de las mujeres llevaban velo. Que muy pocas tenían la posibilidad de acceder a una educación superior. Que para abrir una cuenta bancaria, necesitaban de la autorización de sus padres, maridos o tutores. Sí, es verdad que esos hechos que tanto se parecen a lo que ahora nos parecen espeluznantes, se han corregido en las últimas décadas, pero ¡qué son unas décadas en la historia de la humanidad! Es normal que haya países que no quieran correr tanto como nosotros, viendo que la igualdad no se ha quedado ahí. En Occidente se han pasado de la raya y ahora es el hombre hetero el que está sometido en muchos casos a una errónea discriminación en aras de una discriminación ¿positiva? de la mujer y de las minorías sexuales. Es normal que los hombres de muchos países, viendo adonde ha llevado hasta el momento esa supuesta igualdad defiendan con uñas y dientes su situación privilegiada. El que una parte de la sociedad gane derechos siempre va en detrimento de otra parte. No digo que esté bien ni que esté mal. Solo digo que es normal que los hombres afganos no quieran ceder sus privilegios en aras de unos valores extranjeros, que no son los suyos. Creemos que solo nuestros valores son los buenos y la realidad es que, si nos detenemos a reflexionar unos minutos, podremos comprobar que en todo Occidente, esos valores se han transformado de un modo brutal en las últimas décadas. Y pretendemos que los valores que mantenemos hoy sean palabra de Dios para los que poseen otros. Y viendo que los cambiamos a tal velocidad es difícil que quien mantiene los mismos valores desde hace cientos de años piense que los cambiantes valores de Occidente sean mejores que los suyos. Y para colmo, no creemos en su Dios. ¿Cómo van a ser buenos los valores de alguien que ni siquiera tiene un sentido de la vida y, sobre todo de la muerte, distinto que el tuyo? La mayoría del pueblo afgano, aunque nos cueste entenderlo en nuestro egocentrismo, ha dicho: “A la mierda Occidente y sus valores”.
Lo ocurrido en Afganistán debería hacer que nuestros políticos, por una vez en su vida, dejarán de dedicarse a las tonterías y pensaran en refundir nuestras democracias y en trabajar por unos valores de verdad universales, y no partidistas y oportunistas.