«Azahar y galán de noche:
a ver quién huele más,
a ver quién duele más»
Náufrago sin orilla
«Porque cuando andábamos juntos el mundo era de nuestro dominio, su alegría y sus sobras iban de él hacia mí»: Los ríos profundos, José María Arguedas
El mar respira liso, suave a tus pies,
tobillos de arena y muslos de peces
se impacientan de madrugadas.
La mar va callada, zarandeando las orillas
y los ahogados se sientan a jugar al póquer de su muerte.
Azahar y galán de noche:
a ver quién huele más,
a ver quién duele más,
a ver quién pierde más.
Mientras te beso
el agua salada es un roce de bahías,
un sinfín de jazmines en junio
veraneando desnudos al calor de tu cuerpo.
Una fauna de imágenes relincha en el abra,
cuando las olas, limpias, se secan los labios,
se frotan con las huellas doloridas de tus pasos.
Respira el mar profundo, y las algas conversan
con el lubricán el futuro oscuro del Atlántico.
El alba se sienta en la sala de espera,
vacía, paciente alerta, impaciente de ansiedad
de dientes por morder la manzana de la noche huidiza.
—El tiempo nos mira, amenaza, roe con su incisivo
la altura del índice de tu vida—.
Las palmeras duermen al vaivén de sus dátiles,
absortos de invierno. Los límites se nos pierden entre los ojos,
desnudos, deslumbrados, desmembrados, descamisados,
y con frío tiritan los abrazos por las esquinas
que sueñan caléndulas en esta alba madura de labios.
Mientras no nos besemos
el mar se desprenderá de todos nuestros sentidos,
adormidos, huecos, vanos, medusas de mutilados besos.
Entre las olas bajaremos a encontrar
nuestros nombres escondidos,
escindidos por la memoria, espumas en el desfiladero
de tus dientes que me arrastran por esta noche reciente.
Azahar y galán de noche:
a ver quién huele más,
a ver quién duele más,
a ver quién pierde más.
No sé qué te pasa en el fondo, mar,
será nuestro silencio a voces rítmicas y asonantes,
medusas de mutilados besos.
O serán los ríos profundos de la memoria.
