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ISSN 1989-4163

NUMERO 135 - SEPTIEMBRE 2022

 

Behovia-San Sebastián

Kerman Arzalluz

Sí, sí, aburrida, veinte mil tíos y tías corriendo, que no dejan de pasar durante horas, que si los sigue uno haciendo un barrido termina mareado, descompuesto y con tortícolis, que el truco está en fijar la mirada en un punto y ver lo que se cruza por él. Un tostón, todo el rato lo mismo de lo mismo. ¡Y un jamón! La Behobia-San Sebastian tiene historia e historias, tantas como corredores, basta con fijarse un poco en un pequeño grupo de entre todos, en los que, para bien o para mal, cayeron dentro  del campo cuando se apretó el botón: 

-Stephane, francés de Lyon, que corre descalzo porque a sus cincuenta y siete años ha sacado una plaza fija de enfermero en L’Hôpital du Grosbois y cumple con orgullo la penitencia de su promesa. 

-Arsenio Brun lo hace sin dorsal porque es confeso admirador de la Virgen del Puño Prieto y le sale urticaria nada más pensar que tiene que soltar cincuenta del ala “por correr”. De ahí que que la carrera haya estado pasado por agua le ha venido al pelo para enfundarse el chubasquero y hacer creer a todos que lleva el dorsal debajo, adherido a la camiseta de running low cost que se compró en las terceras rebajas de El Corte Inglés. 

-Elena Bon luce el “1058” de Martín, su novio, maratoniano y tres veces participante en la Iron Man de Hawai, que de víspera ha tenido que volar por un asunto urgente de negocios. 

-Y Giorgio, que parece sufrir la crudeza de un recorrido exigente y, en verdad, padece una resaca espantosa, tras una tarde/noche de juerga, risas y alcohol, que terminó con sexo para recordar. Se despidieron sin palabras, con una mirada cómplice llena de condicionales. Ella se llamaba Elena. 

 

 

 

 


 

 

Behovia

Fotografía: Pedro Arce

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