Una empresa de artículos de lujo, Farfetch, ha tenido la audacia de comercializar unas cuantas bridas o pulseras de plástico de las que venden en los chinos a un euro la docena y sacarlas a la venta a cerca de 600 pavos la unidad. Podría pensarse que se trata de un negocio ruinoso, como el de exportar cigarros a Cuba o whisky de malta a Escocia, pero en realidad las existencias se han agotado en pocos días. Esta exitosa operación mercantil demuestra, en primer lugar, que hay muchos más millonarios de los que pensamos y en segundo, que un buen porcentaje de ellos no tienen la menor idea de qué hacer con su dinero. Sin embargo, apenas uno rasca en la superficie de la transacción, se da cuenta de que las cosas son un poco más complejas.
En efecto, un millonario bien podía haber gastado esos 600 euros en una comilona en un restaurante de lujo, haberlos destinado a obras benéficas, haber usado los billetes para encender la chimenea o para limpiarse el culo, pero entonces no nos habríamos enterado de lo ricos que son y de lo poco que les importan esos 600 euros, una cantidad con la que muchas familias se ven obligadas a subsistir mensualmente, si es que les llega. En las redes se ha desatado un cachondeo generalizado con este derroche inconsciente, una ristra de comentarios criticando la falta de luces de una gente capaz de pagar quinientas o seiscientas veces el valor de un utensilio completamente inútil. Pero no hay que olvidar que lo que están comprando esta gente tan peculiar no es una birria de plástico, sino precisamente el cachondeo, la crítica, la atención, el pasmo, el derroche.
Una vez tuve el privilegio de asistir a una de estas exhibiciones de tronío en vivo y en directo. Me encontraba charlando con un buen amigo estanquero, cuando a la puerta de la cava estacionó un Mercedes Benz y el chófer le abrió la portezuela a un señor que entró para llevarse once o doce cajas de habanos de los más caros más un encendedor Dupont de oro puro. La cuenta ascendía a varios miles de euros y el señor ya iba a pagarla cuando vio un cenicero en el escaparate, una hermosa porcelana negra y amarilla con la marca de Cohiba. Por simple curiosidad, preguntó el precio. "Lo siento, no está a la venta, es una pieza única", explicó mi amigo. Entonces el señor se empecinó, mi amigo pensó unos segundos y encontró al fin la frase perfecta: "En fin, por ser usted, 800 euros". El señor pagó, se marchó y entonces mi amigo fue al almacén y regresó con otro cenicero idéntico. "Tengo unos cuantos más, en realidad son para regalarlos a mis mejores clientes. De hecho, iba a regalárselo, pero en seguida me di cuenta de que alguien así no es de los que aceptan un regalo. Me lo hubiera tirado a la cara. Y si se le llego a decir que vale treinta euros, no lo compra y seguro que no vuelve por el estanco". Los dos se quedaron tan contentos. Por ser usted: he ahí la clave del asunto.