En este nuevo poemario, el caravaqueño Miguel Sánchez Robles continúa con su descarnada exploración del ser humano y sus circunstancias. El primer verso del libro afirma sin contemplaciones que “Crecer es siempre triste” (p.15) y el último pregona con amargura o resignación que el poeta se encuentra “sin esperanza” (p.110). Entre ambas frases cabe toda la tristeza del mundo, todos los grises de la vida, todo el légamo de un corazón que no entiende ni es entendido (“Sólo soy lo que ves: / el sabor del fracaso metido entre los dientes”, p.18). La gran novedad estilística de este volumen radica en que el poeta se desdobla en dos figuras (yo-tú) que son facetas de sí mismo, que a veces se funden en un mismo verso de manera magistral (“Amas lo que ha quedado de nuestra juventud”, p.27) y que a veces llegan a combinaciones de una belleza telegramática (“Escribes y envejezco”, p.39)… Los demás siguen siendo un espectáculo patético o que, en el mejor de los casos, produce en el poeta una ensoñación melancólica (“Fíjate cómo ríen, / creen que están a salvo”, p.53); y uno mismo (el yo de fuera, el yo de dentro) se convence a la postre de que todo lo que nos rodea “ha ido adquiriendo la tristeza del barro” (p.93)… En esas condiciones, es normal sentirse herido por una infinita derrota: “¡Qué viejo eres ahora! / Callado, / taciturno, / vencido por la vida, / tan cansado de ti mismo / que quisieras llorar / y estoy llorando” (p.76)… Miguel Sánchez Robles se estremece profundamente cada vez que mira hacia el pasado y descubre allí los paraísos que perdió; pero la tentación es humana y tiene un fundamento ideológico clarísimo. AldousHuxley, en una de sus piezas menos conocidas, lo expresó certeramente: “La vida ha de vivirse hacia delante, pero sólo puede comprenderse en retrospectiva”.