I
En este lugar
el cuerpo
se pliega y distiende,
dialoga de una forma distinta
en torno a los objetos.
La piel es más pálida y extraña.
¿Con qué metáfora explicarlo?
quizá la de los perros sarnosos
que recogen la fealdad de Bali
—fuera de ellos todo es belleza—
las aceras de Ubud son su territorio,
ahí están cada cinco pasos
ahuyentando a los extranjeros.
Aquí los hombres parecen flores,
o pájaros de bronce con tocados de batik.
Hombres que te llaman
taxi, cuando pasas a su lado.
Y tú, tan sola.
En el jardín del Edén
la habitación
techada de bambú, te espera.
En el porche zumban los insectos,
danzantes del delirio.
El aire del trópico ha venido a verte,
vientre caliente que llama a la tormenta.
En esta noche abisal
agujas de agua penetran la tierra
y elevan olores de selva.
Te preguntas cómo es posible
que en tan solo veinticuatro horas
un vuelo sea capaz
de arrancarte de tus afectos,
de tu casa, de tu limonero,
para devolverte de nuevo aquí
año tras año,
dondeel aire golpea sobre el junco a la llamada del gecko.
II
La madrugada se despertó furiosa
y barrió a los perros de las aceras.
