Ya llevamos más de medio años con la Covid-19 entre nosotros y me parece que aún nos queda lo peor: la convalecencia. ¡Y eso que aún no nos hemos librado de la enfermedad! Tras el mes y medio de arresto domiciliario al que nos sometimos con la resistencia de un rebaño de ovejas dirigido por los perros labradores de las multas –a los que los ingenuos ciudadanos aplaudían por las tardes. ¡Qué habilidad la de nuestros políticos 2.0 mezclando a los cancerberos con los médicos y demás ejemplares ciudadanos! – , las fases de aparente recuperación de nuestra perdida libertad y el sojuzgamiento con cara amable de la Nueva Normalidad, pensábamos que la pesadilla quedaba atrás y que todo había sido una pesadilla en el que ¿apenas? se había perdido parte de nuestra libertad, la alegría veraniega se ha ido truncando hasta que los, cada vez más desbocados, nuevos brotes nos han hecho torcer el gesto esperándonos lo peor. Ya suenan las trompetas apocalípticas de un nuevo arresto domiciliario, aunque los más pensamos que no se producirá de un modo tan masivo como el primero. El páis c¿y quizás tampoco el rebaño de ovejas– lo resistiría. Esta vez no creo que los súbditos tragen con tanta mentira – Consejo de expertos, inicial despreocupación por el portar máscaras para esconder la ineptitud del Gobierno para procurárnoslas y demás– , tanta ineptitud científica y, no digamos, política. Aunque nuestros lamentables gobernantes esta vez han tenido tiempo de prepararse para el próximo colapso médico. Eso si las vacaciones de las que han disfrutado, como si fueran unos ciudadanos más sin la responsabilidad inherente a sus bien remunerados cargos, se lo han permitido. Cosa que, me temo, no habrá sido así. Creo que el español medio, al menos, ha tenido tiempo de reflexionar dónde va a querer pasar el arresto domiciliario; si en su ciudad o en su segunda residencia donde se encontrará algo desorientado pero donde podrá vivir con algo más de libertad. Poco más, pero algo.
En cualquier caso, con arresto domiciliario nacional o espolvoreado por regiones, comarcas o municipios, parece que este año económicamente se ha ido al garete. El intento de salvar la temporada turística, que parece haber sido parte importante del nuevo rebrote, apenas ha servido para recuperar los sueldos de dos meses de parte de los trabajadores del sector. Con excepciones, como las de los desorbitados en precios bares, chiringuitos y hoteles de Formentera, la mayoría de los estableciemientos turísticos que han tenido el arrojo de abrir sus puertas apenas han empatado o enjuagado mínimamente los gastos producidos por una temporada que, de seis meses, se ha convertido en tres en el mejor de los casos.
Pero todo esto, a pesar de su relevancia médica y social, y por su proximidad temporal, no deja que seamos conscientes de lo que el sunami de la Covid va a dejar tras de sí. Si los tres primeros meses de pandemia ha provocado un descenso de casi la quinta parte del PIB, este rebrote que tala de tajo el tímido inicio de recuperación económica es casi seguro que va a traer consigo una época que, más que obligarnos a apretarnos los cinturones un par de agujeros , nos va a generar por primera vez en décadas un advenimiento de verdadera pobreza en numeros sectores de la sociedad. Si tras el arrestro domiciliario hubo un aumento consumista al recuperar una fracción significativa de nuestros derechos, este segundo mazazo va a tener un claro efecto de constreñimiento del consumo y, por ende, de la generación de riqueza. El dinero público hace tiempo que estaba agotado, el endudamiento público ya se ha desbocado como jamás se pensó y los ingresos fiscales –que nos quitan fundamentalmente a los ciudadanos medios– se van a desplomar en barrena. El que no está en ERTE, no ha sido contratado en verano, o solo un tercio de lo habitual. La gran mayoría de empresas están en pérdidas. Los únicos que mantienen sus ingresos son los políticos, los funcionarios y los pensionistas, pero al Gobierno no le va a quedar otra que pegarles un tijeretazo antes de que las turbas se echen a las calles para quemarles sus Parlamentos, sus chalés, sus coches y, quizás, a ellos mismos ante esta hecatombe. Los robos, las violaciones, incluso los sacrificios nos recordarán a las locuras de la peste. Esto parece un Ragnarok.
Se avecinan tiempos oscuros. La gran mayoría vamos a ser claramente más pobres y la recuperación va a ser mucho más lenta de lo que quisiéramos; si es que directamente no nos vamos a la bancarrota y a pelearnos con palos por un trozo de mendrugo. A pesar de voces agoreras como esta, lo cierto es que no nos creemos la que nos viene encima. O mejor dicho, no queremos creérnoslo. Nos habíamos repantingado durante tantos años en nuestros cómodos sofás frente a la caja tonta que hemos perdido cintura. Como esta situación dure un par de años, creo que vamos a ser testigos del final de una época y el surgimiento de una España y un mundo nuevos y, me temo, peores en muchos aspectos. Quizás como parte positiva, la pobreza y la desesperación que traerá, nos haga recuperar nuestros valores, la solidaridad y la sinceridad. Pero, por si acaso, id acumulando maderos, que el invierno se prevé muy frío.