En El caballero del dragón, una de sus películas menos conocidas -en dura competencia con todas las demás- Miguel Bosé interpretaba el papel de un extraterrestre que aterrizaba en la Edad Media no se sabía muy bien para qué excepto para cargarse una superproducción donde brillaban los nombres de Klaus Kinski, Harvey Keitel y Fernando Rey. La verdad es que la superproducción ya venía gafada de fábrica, pero una de las pocas cosas buenas de la actuación de Bosé en esa cinta es que apenas abría la boca, con lo que cabe pensar si su carrera musical no habría mejorado también mucho de haber continuado con el papel de sordomudo.
De niño estuvo a punto de ser Tadzio, el adolescente fatal de Muerte en Venecia, de Visconti, pero su padre, Luis Miguel Dominguín, sentenció que sería por encima de su cadáver, salvando a su hijo de participar en una obra maestra absoluta e impidiendo que su filmografía, como tantas otras, cogiese carrerilla desde la cumbre para ir rodando cuesta abajo. De este modo Bosé inició su decadencia cinematográfica desde el minuto uno para mantenerla firmemente a lo largo de más de una treintena de películas. Hay quienes afirman que, a pesar de sus éxitos, su ingente discografía tampoco le va a la zaga, aunque lo que nadie puede negarle es su éxito en la difícil carrera de hijo de papá.
Otros se sienten traicionados ante la deriva ciertamente grotesca de sus últimos pronunciamientos públicos, tanto en el tema de los vientres de alquiler como en el del coronavirus, un poco al estilo de lo que le sucede a los antiguos admiradores de Felipe González, quienes de repente se dan cuenta que siempre fue más Felipe que González. Les extraña ahora los negocios sucios que mantenía con el Chile de Pinochet, cuando hace unos cinco años dijo que la dictadura chilena respetaba los derechos humanos mucho más que la democracia venezolana de Maduro. Lo cierto es que ni Bosé ni Felipe engañaban a nadie, salvo a los que todavía creen que cantar se basa en engolar la voz y que el socialismo consiste en ponerse la chaqueta de pana una vez al año.
En La década roja Umbral cuenta cómo, después de la desconfianza inicial, la Banca había descubierto que con el PSOE podían seguir amasando dinero a manos llenas: "Con Franco no podías salir de España porque te llamaban fascista -le decía el banquero Alfonso Escámez-. Yo, ahora, tengo sucursales en toda Europa y encima voy de socialista. Cómo no voy a estar contento con Felipe". "Voy de socialista" era y sigue siendo la frase clave. Entre puertas giratorias, yates kilométricos, crímenes estatales y sillones en los consejos de administración, Felipe cada vez se parecía más a sí mismo, sin dejar de cumplir el encargo de los grandes poderes de dejar España atada y bien atada, obedeciendo el axioma imperial de Lampedusa de que todo cambie para que todo siga igual.
El país de charanga y pandereta del que hablaba Machado marcha viento en popa, tanto que en la manifestación contra la pandemia promovida desde la plaza de Colón cientos de negacionistas proclamaban a voces que lo que mata es el 5-G y que quieren ver el virus, petición bastante difícil de cumplir sin ayuda del microscopio y que incluye también a la gripe, al sarampión, al viento y a la ley de la gravedad. Era una manifestación contra las mascarillas en las que era obligatorio el uso de la mascarilla, especialmente en el caso de Miguel Bosé, que amenazaba con ponerse a cantar. Sin darse cuenta, estaba protagonizando un remake de El caballero del dragón aterrizando directamente en la Edad Media desde la Edad Media, sin necesidad de nave espacial.