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ISSN 1989-4163

NUMERO 115 - SEPTIEMBRE 2020

 

Descendientes (Episodio 10) - Guerra

Bel Carrasco

Fortaleza Roja

 

Tyron camina por los laberintos solitarios que horadan el subsuelo de la Fortaleza Roja. Se dirige pensativo a un lugar de triste memoria, donde encontró a sus hermanos sepultados bajo los escombros. Después de mandar adecentar sus cuerpos, dispuso que fueran enterrados allí mismo, y para evitar posibles profanaciones marcó su presencia con una discreta estela funeraria en la que sólo figuran sus iniciales. De vez en cuando acostumbra a visitar su tumba para evocar el pasado o reflexionar sobre los asuntos de gobierno más acuciantes. De repente escucha unos pasos apresurados que se aproximan y de detiene, irritado.

Tyron—Sea quien sea, no es buen momento. Dejadme en paz.

Aparece Sam con las mejillas enrojecidas y expresión alterada.

Sam—Lo siento, mi señor pero es urgente. El Rey Bran ha sufrido una grave crisis. No cesa de gritar que ha visto cuatro dragones volando por los mares del sur. Está muy agitado y temo por su cordura.

T.—Dale leche de la amapola y se apaciguará.

S.—Ya lo he hecho pero es un remedio pasajero. Su estado empeora de forma notable. Cada vez pasa más tiempo abstraído en sus visiones y cuando regresa, le cuesta volver a comunicar. Tengo la impresión que como Cuervo de tres ojos ya no sobrevuela el mundo real, sino uno paralelo hecho de historias y leyendas que se relata a sí mismo confundiendo los hechos con la ficción y el tiempo presente con el pasado o el futuro.

Tyron menea la cabeza, pensativo.

T.—Parece que una maldición se cierne sobre los últimos Stark. Sansa se debate entre la vida y la muerte, y su hermano entre el delirio y sus ensueños. Bien, vamos a ver cómo se encuentra.

Tyron y Sam caminan por los corredores, suben por empinadas escaleras y una vez en las estancias reales son interceptados por Podrick Payne.

Podrick—Traigo muy malas noticias. Invernalia ha declarado la guerra a los Seis Reinos. Un formidable ejército avanza por las tierras de los ríos sin encontrar resistencia.

Tyron—No sé porqué pero no me sorprende. Tenía un terrible presentimiento sobre ese Mormont. Bien, mandad cuervos a todas las casas convocando un Consejo extraordinario. No vamos a permitir que nos invadan.

 

Invernalia

 

El maestre Pymperión se agita bajo las pieles que cubren su lecho. La angustia que le produce no poder sanar a su Reina ha debilitado su salud. Sufre vértigos, náuseas e insomnio. Ha probado distintos tratamientos para sacar a Sansa de su letargo pero ninguno funciona, como si un hechizo entorpeciera su afán curativo. Le sobresalta un ruido en la estancia contigua donde está su laboratorio, y se levanta con dificultad. Un manto de gélida humedad le envuelve como un sudario y avanza vacilante. Al entrar en su taller y descubrir al intruso, lanza un grito de sorpresa que es ahogado por el fino estilete clavado en su corazón. Entre estertores y espasmos se desploma y muerte.

Portando una palmatoria, Priscila se desliza sigilosa por los corredores en penumbra e irrumpe en las estancias de August que estudia el mapa de Poniente junto a Bron y varios de sus consejeros.

Priscila—Tenemos que hablar en privado.

August hace un gesto y los hombres salen de la habitación.

P.—Acabo de matar al viejo maestre. Me ha descubierto mientras escudriñaba en sus pócimas y he tenido que silenciarle.

August—Deberías haberlo evitado. Los maestres son una pieza imprescindible en todo castillo.

P.—Buscaremos a otro. Más joven, mejor preparado y no tan devoto de Sansa. Así podremos deshacernos de ella sin peligro.

A.—No deseo eliminar a mi esposa. La diosa Madre no perdonaría que dejara a mis hijos huérfanos.

Priscila estalla en carcajadas.

P.—No me digas que ahora te importan los dioses. Eso es nuevo en ti. Es necesario acabar con Sansa. ¿Crees que te perdonará que invadas las tierras de su hermano pequeño, le arranques la corona y claves su cabeza en una pica?

A.—Lo creo. Cuando se sepa reina de los Siete Reinos me amará más que nunca. Ella es tan ambiciosa como yo.

 

Fortaleza Roja

 

La atmósfera del salón está cargada de tensión y malos presagios. Sentados en torno a la mesa, los representantes de las principales casas intercambian miradas de recelo. Todos hablan a la vez y algunos pierden los nervios y alzan la voz en un ensordecedor griterío. Entre ellos se encuentran  Edmure Tully, Gendry Baratheon, Robin Arrin y Yohn Royce. Tyron da un fuerte puñetazo sobre la mesa y exige silencio.

Tyron—Basta de discusiones inútiles. Tenemos que analizar con calma la situación. Podrick, ¿qué dice exactamente el mensaje que hemos recibido?

Podrick—. Dice que Invernalia nos declara la guerra como represalia por los ataques y hostigamientos que han sufrido sus comunidades del sur por parte de soldados de nuestro ejército que se dedican al pillaje.

Gendry—¡Falso! Como comandante en funciones del ejército de los Seis Reinos garantizo que mis hombres no han participado en ninguna acción de ese tipo. La mayoría han sido licenciados y han regresado a sus hogares para atender sus campos y familias. El ejército se ha reducido al mínimo como cuerpos de guardia armados en las fortalezas.

T.—Está claro que es una treta, un argucia de ese maldito Mormont  que los dioses confundan. Debería haberme informado mejor sobre él y sus intenciones antes de que contrajera matrimonio con la Reina Sansa. ¿Alguien sabe de dónde ha salido esa sabandija?

Brienne—Yo tengo cierta idea. En la biblioteca de mi padre hay un libro muy curioso del maestre Nébula llamado Ovejas Negras de las Grandes Casas que encierra historias peregrinas, algunas increíbles. En él se habla de un tal August Mormont desterrado de la Isla del Oso por su conducta ruin y canallesca, que se instaló en las ciudades libres del este, donde amasó una gran fortuna con el tráfico de esclavos. Imagino que el August al que nos enfrentamos es hijo o quizá nieto de aquel proscrito, porque las fechas no están claras.

T.—Por rico que sea no es fácil crear un ejército de la nada. Y el norte está muy despoblado, pues fue uno de los reinos que más sufrió durante la guerra.

Gendry—Puede haber recurrido a combatientes mercenarios. Además de los Inmaculados, los Capas Doradas y los Segundos Hijos, hay otros ejércitos venales en Essos que se ofrecen al mejor postor a cambio de oro. Y, al parecer el Mormont lo posee a espuertas. Puede haber recurrido a los francones, famosos por sus sofisticadas armas pues usan desde carros de combate y catapultas a las trífidas, ballestas mortíferas que lanzan tres dardos a la vez. Son tipos corpulentos que presumen de sus largas y bien cuidadas barbas como los dothrakis de coleta, un aditamento capilar que, al parecer no les molesta en la batalla.

Edmure—Hay otro ejército todavía más temible, los broncos que, a diferencia de los francones son pequeños, delgados y fibrosos. Sólo usan puñales, dagas y unos discos dentados que lanzan con una especie de honda. Son especialistas en el cuerpo a cuerpo y en desjarretar a hombres y caballos. Se lanzan a la lucha desnudos, cubiertos con un taparrabos y recubiertos de un aceite apestoso que los hace muy escurridizos.

Robin—Son asesinos natos esos broncos. Cuentan que antes de entrar en combate beben una pócima cuya fórmula sólo ellos conocen que les perturba la mente y los vuelve locos sedientos de sangre. Si Mormont los contrata estamos perdidos.

Yohn—Esperemos que no se le ocurra la idea de formar un ejército combinado de francones y broncos, porque si lo hace  sería prácticamente invencible.

T.—Sea lo que sea, tenemos que llamar otra vez a los hombres a las armas.

Sus palabras desencadenan una avalancha de airadas protestas y el caos domina el salón. Se abre la puerta, aparece Sir Davos y todos callan. Su rostro ceniciento y profundas ojeras delatan el cansancio de una larga travesía.

Sir Davos—Tengo que comunicar importantes noticias. Daenerys vive y tiene con ella cuatro dragones.

Se desata de nuevo un pandemónium de gritos y voces excitadas, hasta que Tyron vuelve a imponer orden.

SD—No hay motivo de preocupación.  No es la misma mujer que conocimos. Su apariencia ha cambiado, pero lo importante es que otro corazón late en su pecho. Un corazón benigno e indulgente. Ya no le interesa el poder, ni los tronos, ni desea restaurar la dinastía de los Targaryen. Me lo ha demostrado cumplidamente. Ella y sus dragones nos salvaron de un ataque que sufrimos de los piratas tras desviarnos de la ruta a causa de una tormenta.

T.—Si Daenerys tiene dragones y es una mujer nueva, libre de cólera y ambiciones tal como dices, podríamos pedirle ayuda en este trance.

A.—¿Ayuda? ¿A qué trance te refieres?

T.—Por desgracia estamos al borde de otra guerra.

Tyron expone la situación y Sir Davos, afectado por las noticias permanece pensativo. De repente explota lleno de furia.

SD.—¡Condenamos a Daenerys por masacrar a sus enemigos y ahora quieres pedirle que masacre a los nuestros!

T.—Exactamente. Ni yo mismo lo hubiera expresado mejor. 

 

 

Continuará 

 

 


 

 

Descendientes 

 

 

 
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