“Helena o el mar de verano”, del casi desconocido Julián Ayesta, vio la luz en 1952, y para no pocos lectores se trató de una de las mejores novelas cortas de posguerra. Su poder de sugestión y su lirismo – la playa de Gijón, los chigres donde la sidra corre a raudales, las reuniones familiares y su consabido jolgorio, los primeros besos y los baños seguidos de tiritona en las aguas bravas del Cantábrico- permanecen intactos a través de los años.
Repaso hoy, en plena gota fría y en una Palma empapada, las fotos de agosto. Y encuentro esta, dos niños atravesando la arena dura de la bajamar tras haber recogido conchas y lapas entre las rocas. La playa parece vacía pero no es así; hay cientos de personas tomando el sol. Sin embargo ellos permanecen ajenos a todo, embutidos en sus trajecitos de neopreno, mostrándose mutuamente sus hallazgos. ¿Son hermanos? ¿Recordarán algún día este momento en que la playa fue toda suya y la aventura consistía en esquivar a los malvados salvarios? ¿Les dirá alguien que son dos personajes de la novela de Ayesta? A mi me lo parecen mientras releo el libro entre las dunas. Y les fotografío en un vano intento por atrapar el momento, por hacerles inmortales.