Cuantos más detalles se conocen sobre el brote de listeriosis en Andalucía, menos se explica el funcionamiento de los diversos organismos encargados de velar por nuestra seguridad, autonómicos y estatales, desde la Consejería de Salud al Ministerio de Trabajo pasando por el de Sanidad. Una empresa, Magrudis, fundada en 2013, pero que no se dio de alta en el registro general de la Junta de Andalucía hasta dos años después y aun así seguía funcionando a pleno rendimiento sin licencia de actividad, una empresa que cometió irregularidades e infracciones administrativas a punta pala y que en 2018 presentó un documento ante el Servicio de Protección Ambiental del Ayuntamiento de Sevilla que consistía en la receta del pollo al chilindrón.
Durante ni se sabe el tiempo que esta gente estuvo preparando, confeccionando y comercializando chorizos, croquetas y morcillas en una planta de un polígono de la que ni siquiera consta una licencia de obras, sin que ninguna autoridad, del ministro hasta los delegados del gabinete técnico y del presidente de la Junta a un inspector de sanidad, tomara cartas en el asunto. Por la misma regla de tres nos podíamos haber enterado que en lugar de un avispado empresario sin escrúpulos de ningún tipo, detrás de Magrudis podía estar una sucursal del ISIS rellenando embutidos con cianuro para reconquistar Al Andalus y despoblar de infieles buena parte de la península ibérica.
Por si fuera poco, este domingo, Facua ha denunciado que Magrudis sólo tenía a cinco empleados en nómina, dos fijos y tres eventuales, a pesar de que los dueños declararon públicamente que contaban con una veintena. Trabajaban a destajo, eso sí. José Antonio Marín, gerente del negocio, es uno de esos audaces pioneros -en definición de Jesús Gil- que pueden presumir de una trayectoria empresarial intachable, jalonada con un triunfal rosario de vistosos fracasos coronados por impagos y cierres. Lo próximo que va a montar es una funeraria.
Su hijo, Sandro Marín, fue colocado a dedo como testaferro para intentar escaquearse de varias deudas y sanciones acumuladas con Hacienda a lo largo de los años. Racista, homófobo, clasista y neolibreral de pro, el joven Marín parece un estandarte viviente del flamante tripartito andaluz, que ha heredado una crisis sanitaria de categoría mundial y la está elevando al cubo gracias a niveles inéditos de incompetencia, pachorra y estupidez. «No sé ni lo que me habré gastado en lejía» ha declarado el responsable (por llamarlo de algún modo) de esta masacre. Con una cifra de negocio neto declarada en casi 600.000 euros anuales da para comprar un montón de lejía e incluso un par de subsecretarios. Añadió con una nota de humor: «Si se encuentran bacterias en un quirófano, cómo no las va a haber en mi fábrica». Unas declaraciones a la altura de Juanma Moreno, presidente del gobierno autonómico, que destaca el rigor y la profesionalidad del sistema sanitario andaluz frente a esta crisis y asegura además que, gracias a su gestión, «estamos escribiendo un nuevo relato en el combate de la listeriosis en España y en el mundo».
El relato, sin embargo, no es tan nuevo, se remonta por lo menos a 1981, cuando en mitad de la alarma nacional por la epidemia provocada por el aceite de colza, el entonces ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social, Jesús Sancho Rof, dijo que la enfermedad la causaba «un bichito, tan pequeño que se cae de la mesa y se mata». No le falta razón a Moreno, en efecto, en cuanto a sacar pecho, ya que resulta asombroso que con semejante derroche de ineptitud y dejadez de momento sólo haya tres muertos, cinco abortos y unos doscientos afectados. La gestión de la crisis la ha resumido a la perfección el consejero de Salud y Familias, Jesús Aguirre, quien dijo en directo a la madre que acababa de perder un hijo que lo tenía a su disposición, que para el siguiente embarazo se hacía una foto con los niños. Una foto con el aborto le iría mucho mejor.