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ISSN 1989-4163

NUMERO 95 - SEPTIEMBRE 2018

Con un Narciso en su Jardín

Ramón Asquerino

«¡No te llegaré a mi boca
por poderme sustentar
si no es para besar
esta sangre que te toca!»
Numancia, Cervantes

«[…] y el viento traía de la iglesia calcinada un olor de piedra y de humo […]; dos horas después de que cesara el fuego, las palomas de la plaza han vuelto, se han posado en las aceras y sobre los muertos… El odio de los hombres también se gasta…» L’espoir, Malraux

 

Tengo esa sed última del refugio del miedo,
estamos ahítos de sirenas y de muertos,
de socavones en el silencio del alma,
de grietas en la frente desnuda,
de despedidas sin abrazos
Arde Madrid desde la Universitaria

«El aire se serena»: al Aquarius, que las salvó del mar; a CEAR, que los viene abrazando en tierra: Eid Mubarak: por aire, mar y tierra.
***
No sabéis el tiempo que llevo acodado
a este costado del mar, sangriento
al silencio incruento de su lubricán,
a esa laxa amura sin sentido.

Vespertinas las caléndulas
se emancipan de sus colores
y asoman despacio hasta sus íntimas ramas.
Allá, se derraman lentas,
hasta el equinoccio agotado de excusas,
cuando los puntos se suben a las comas
?pateras como muertes desesperadas?
y el mar se para y te derrite la espalda
con un Narciso en su jardín.

Y en el malecón de la noche,
 más que oscura, incómodo de tanto silencio,
fulgura tarde la rabia de los perseguidos,
se llena de rocíos, de uñas y arena
en crepúsculos rolando hasta la playa:
 Numancia arde por todos sus cuatro hombros.

Es invierno cuando llueven las tormentas,
 se levantan babeles en marejadas,
ya las manos han perdido el tacto,
ya los refugiados se ocultan en un cubo de basura
donde, reciclando, echamos la sombra rota del perejil,
la torpe savia encendida del hambre que nos sobra,
 mientras llaga cercada la violenta escasez
de pan que pena en la boca,
¡y esta sangre que nos toca!

Vientos de poniente gritan
y afilan sus aullidos
cuando acá hibernamos
—en la plaza del sofá y la cena—
con un Narciso en su jardín,
echando cuentas de sus flores,
de su soledad innegable,
de su silencio de progenitores,
de su envidia por su belleza,
de su estar tan solo como él mismo,
de su reflejo ahogado en el mar,
de su Egeo trasplantado hasta aquí,
azul azul entre los desposeídos, los abatidos,
lapislázuli para ahorcarse en nuestro altar
del árbol más preciso de nuestro jardín,
allí, donde ondea Narciso cada vez más alto,
y ellos, cada vez más desnortados,
en el silencio de sus chanclas,
bajo el agua de sus muertos.

Con un Narciso en su jardín
y un ramo de dalias en sus entierros,
una pantalla ahogada a la popa del telediario
ya no leemos el periódico, vemos las noticias—,
y el twiter emitiendo ramas que florecen,
pálidas, en las yemas de los desesperados,
de los tallos, de las dalias, de los narcisos
en sus jardines,
—con un Narciso en su jardín—
el viento traía de la noche abrasada
un rencor calcinado de muertos
mientras el triste silencio de tu pelo
y el rubio del labio en tu boca
en tu pleamar de auroras retocas.

Porque el odio de los hombres parece que no se gasta
con un Narciso en su jardín
nos inventaremos un beso.
***
Madrid-Bahía de Cádiz (en pleno mar)-Madrid: Bloomsday

 


Con un narciso en su jardín

 

 

 

 

 

 
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