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ISSN 1989-4163

NUMERO 95 - SEPTIEMBRE 2018

Grand Prix

Juan Planas

Al parecer, la familia de Michael Schumacher ha desmentido que pensara trasladarse desde Suiza hasta Mallorca, hasta Andratx, en concreto, para que el más laureado y eterno de los pilotos de la Fórmula 1 siga, de algún modo, recuperándose del fatal accidente que padeciera, hace ya casi cinco años, esquiando en Méribel, en los Alpes franceses. Lo que no pudieron truncar los bólidos de metal y fuego a más de trescientos kilómetros por hora lo pudo una maldita piedra medio escondida entre la nieve. En efecto, no somos casi nada o así es de compleja y de sutil la vida. Pero no hay derrota más terriblemente hermosa que esta de luchar por luchar, luchar para nada y también, simultáneamente, para todo. Luchar por vivir, que no es poca lucha esta titánica empresa.

 En cosas así de prosaicas pienso, en ocasiones, mientras intento descifrar los insultos que se cruzan (unos y otros: pero no todos) en las redes sociales y hasta en las columnas a capón de algunos diarios privados o públicos y observo, realmente abrumado pero también divertido, que la supuesta o aparente superioridad moral de algunos (de los que se ubican, normalmente, a la izquierda de todos y también de nadie) sólo conduce a un monumental atasco donde lo único que sobresale es la falta absoluta de flexibilidad o rigor dialécticos, la ausencia escandalosa de cualquier signo de inteligencia, la sinrazón y la mezquindad triunfantes, el estúpido rencor invencible de los derrotados de por vida por la vida. ¿No habíamos quedado en que era terriblemente hermosa la derrota? Yo así lo creía, pero por lo que estoy viendo no parece que los resentidos por el paso cruel y retorcido del tiempo sigan pensando de igual manera. Al contrario. Allá cada cual con lo que escriba, por supuesto, pero, sobre todo, allá cada cual con lo que lea y entienda, con el maná o el veneno que transpire.

 A Schumacher -por no olvidarnos del que pudo ser nuestro ilustre vecino- le espera, aunque ya no sea entre nosotros, una recuperación larga y seguramente dolorosa, un ir pasando sin desmayo los días tras los cristales tintados (o empañados) de la fama, un ir muy poco a poco descreyendo de ese improbable renacer en el que alguna vez hasta nosotros creímos firmemente. Cuesta muy mucho desprenderse de algunas creencias, en efecto, pero no nos queda otro remedio, porque la verdad -sea eso lo que fuere- habrá de ser el único de los tesoros que nos sobreviva. ¿Qué puede importarnos todo lo demás? Mientras tanto, sólo podremos avistar -y no siempre- esa pequeña y hasta brillante, en ocasiones, superficie del iceberg que somos, del iceberg que, entre todos, componemos, del iceberg que se va derritiendo más deprisa de lo que quisiéramos y en el que nos acabaremos, como el propio Michael, diluyendo.


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