«Me he ido sin mirar atrás,
como otro Lot de piedra, mármol a mis propias quejas»:
El reposo absoluto de tu insomnio: II Sáxeo
«La verde soledad del agua»: Federico García Lorca: La imagen poética de don Luis de Góngora
«Llueve sobre tus dos ojos
negros, negros, negros, negros,
y llueve como si el agua
verdes quisiera volverlos»:
«Llueve»: Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández
«La vida sabe a musgo», de «La vida es una hora»: Todo asusta: Gloria Fuertes
Estos jardines aíslan de robles
su sinfín de silencios como frutos en musgo
de lluvia verde racimo entre centenarios discursos,
y se exprimen con apacible despacio en su noche.
Tras ese muro sáxeo de distancias y bayas,
miras la frontera como un punto de fuga, minado,
y mientras que allí descansas del cielo un rato azul,
los narcisos, castaños de Indias y los almendros
se han equivocado en Madrid otra vez
bajo el efecto invernadero de los afectos:
Por un mareo en escalera de caracol
descienden inciensos como el vahído de un hueco,
como si el mundo se hubiese puesto a dar vueltas
de glaciares, jazmines encendidos por su enredadera.
Quiero que plantes una sombra,
allá, con tus nombres, y los grabes con la locura de una navaja
y de la edad prohibida de los sueños,
y que dejes a la noche su puerta abierta
y caléndulas le pongas al viento de agua
y Ancia al cambio climático de los cuerpos.
Que plantes allá tu sombra para que crezcan juntos
nombres como jazmines, prohibidas noches,
locuras como navajas, aires grabados,
reyes de copas de musgo. Reyes.
Me habré arraigado bulbo o jengibre
—tengo la garganta a flor de tallo—,
Campus, junto a ti,
en tanto el musgo español escribe a Martin Luther King
y, desde la esquina de la barra, raptado libador,
Ganimedes sirve una jarra para brindar algo eternos,
y así tengamos cambiados unos besos
al precio de un Fausto de andar por casa.
Hasta que sentados en el rincón de aquella escuela,
esperemos a todos esos infiernos y sombras de esclavos
para que nos abrace el refugio de unos labios,
suave sabor a aquellos afectos, caricias
o asolación de madrugadas.
Pero no me hagas caso, mira que hoy,
como me he puesto un poco solo,
tengo una amargura estraza, de sal y ortigas que me endurece los dientes:
Habrá que alquilar el alma al demonio y comprar un cuerpo
que ascendiera las pirámides, ático, y helenice esos bosques,
que se abrasara perviviendo detrás del Campus, cinéreo,
que inciense, sabeo, el cielo hasta quedar avivado, un serafín
para contar a las nubes, al musgo, al liquen y al aceite,
a la lluvia verde y a la soledad del agua,
contarles los perfumes, impasibles, que quedarán
para la igualdad de derechos, más secuestrados ahora tras las bardas
de estas uvas de la ira en paro y amargas.
Abastecido ya de besos como robles
la especia roblas en acierto de clavo,
antes de que en ese incierto Nuevo Mundo,
insertos en aromas, los mapas cansados, mudos,
hablen.
—¿Y dónde tienes pensado que te entierren?,
me dijiste soñando camposantos de cenizas.
Y, sáxeo, te señalé la piedra:
—El reposo absoluto de tu insomnio,
dije, espiando el aire por los labios.
Espiando el aire por los labios
el corazón abierto, tan abierto de par en paz al sur
que se dilate de ínsulas estrañas, de besos, de dunas,
de musgo, de mundos mudos, de mapas, de ansias,
de paladar, de torres de lenguas, de bardas desiertas:
Ángeles de pieles tersas como dunas de tactos de agua,
cuerpos con alas de perfumes como pirámides lloviendo
de la verde soledad del agua se extiendan, lapislázulis, y nos esparzan.
Un fuerte abrazo, amigo, en tu cumpleaños del lunes,
día 10, en Málaga, con el sueño de Martin Luther King
en las cuatro esquinas de tu cama.
Basia.
La vida sabe a musgo.