Dos chicas vestidas de fiesta entran apresuradamente en el WC de un bar de copas, dejan las dos hojas de la puerta balanceándose una vez han entrado.
—Te aseguro que no lo puedo soportar. No puedo mirarle a la cara esta noche. Como vuelva a llamarme así lo mando a paseo —dice la chica que entró primero, visiblemente enfadada.
—No te pongas así tampoco. Es verdad que está un poco pesadito pero no es para tanto. Es un buen chico.
— ¿Un poco pesadito? —Cambia la voz y añade—: “Cari, me dejas hablar”, “Cari pídeme otra para mí” “Cari, Cari, Cari”.
—Por un momento pensé que le largabas una hostia —dice la segunda chica sonriendo, mientras entra en uno de los retretes.
Aparte de las dos chicas que han entrado en el WC, hay una tercera que se perfila los labios cerca del espejo. Se nota que escucha la conversación de las otras dos.
La primera chica se sube de un salto a la encimera del lavabo, y se sienta a esperar a la que ha entrado en el retrete.
—Le voy a arrear un guantazo que se va a acordar toda su vida de esta noche como lo repita.
De detrás de la puerta sale la voz de la segunda chica:
—No hombre, pobrecito.
—Lo peor es que cuando estamos enfadados me sigue llamando “Cari”. Se supone que es un apelativo cariñoso, “Cari” de “Cariño”. Debería saber que no debe utilizarse cuando uno se enfada. Cuando uno se enfada con otra persona lo llama por su nombre. ¿No crees?
—Mi padre, cuando se enfada con mi madre, la llama con el nombre completo —Suena la cisterna—.
—Eso de los apelativos cariñosos es un problema. Tienden a deshumanizar a las personas. Si te fijas, el apelativo sustituye al nombre. Dejas de ser tú misma para convertirte en “Cari”, un nombre impersonal, general. Pasas de ser, por ejemplo, Lucía a ser “Cari”. ¿No es espantoso?
La segunda chica abre la puerta y se dirige al lavabo al lado de donde está sentada su amiga.
La tercera chica sigue sin decir nada. Ahora ha guardado el perfilador en el bolso y se dispone a pintarse los labios pero se lo impide una sonrisa.
Ambas se dan cuenta de la sonrisa de la tercera chica.
—Y tú, ¿de qué te ríes?
La tercera chica sigue sonriendo sin poder evitarlo. Manteniendo la mirada en el espejo, contesta:
—De nada. Es que mi novio me llama “Hembra”.