¿Cómo empieza una historia? ¿Cuándo? Ninguna historia arranca en una fecha determinada, sino que se remonta y adentra en un bosque de cabos sueltos de otras historias. Esta casa que levantó un agricultor con espardeñas, ahora la regenta un emigrante del otro lado del mar. Todos los viajes son al pasado. Escombros debajo de las fábricas de plexiglas, viejas chimeneas revestidas, caminos vecinales parcheados y los muros absurdos de hormigón donde se agitan consignas pintadas con aerosol en medio de los naranjales. El antiguo tendido eléctrico para bombillas de sesenta vatios soporta ahora el PLC para la señal de WiFi y todos los gadgets de las nuevas tecnologías. Detrás de las parduscas alquerías con desconchones, asoman los dientes azules e inmortales de las montañas.
Nada te hace pensar que viajas por un tiempo licuado. Que tú mismo eres ese viaje licuado. Y eso es porque sólo miras la costra contemporánea, porque sólo respiras el aire de hoy, porque sólo consumes pensamientos de una calidad zapeante y eléctrica. Porque te acostumbraste a vivir encaramado como una pequeña cabra en el filo rocoso de la historia. No sospechas que vivimos en un mundo virtual de puertas en el campo mientras tu cuerpo resbala por la piedra lisa del espacio.
Y cuando en la cabeza de unos hombres jóvenes estalla una bomba de maldad que mata a quince inocentes en Barcelona, a ochenta y cuatro en Niza, a siete en Londres… Entonces suenan de nuevo las preguntas: ¿cómo empieza una historia?, ¿cuándo? Si la vida es una maraña de cabos sueltos, ¿hay que ponerle puertas al campo? ¿El aquí y ahora no debería ser un acto de conciencia luminoso y pacífico? ¿Algún día seremos capaces de ver la fuerza del instante vivo y el legado del tiempo que nos une, a todas las personas, en su vigorosa corriente?
(Trenet Valencia-Castellón. Agosto 2017)