EN EL FILO DE UNA HOJA
(Miscelánea triangulación metaliteraria a partir de Pavic, Cartarescu y Méndez Ferrín.)
“¿Me has conocido, Lector?”
Francisco Casavella, El día del Watusi
DE ESTE LADO DE LA PÁGINA
(Siete pecados capitales de Milorad Pavic, México, sextopiso, 2003.)
“El escritor les aconseja, queridos lectores, que no lean este cuento un miércoles y de ninguna manera antes del mes de mayo. Además, lo más conveniente sería que lo leyeran por la noche y en la cama. Descubrirán las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en este cuento no hay héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.”
Así comienza el relato “Té para dos”, sexto de los Siete pecados capitales (p. 93) de Milorad Pavic, patriarca de la postmodernidad narrativa serbia —y cuyos derechos de primogenitura parecen recaer en el Goran Petrovic de La mano de la Buena fortuna—, emparentado, sin ir más lejos —y a la vista está—, con el Italo Calvino de Si una noche de invierno un viajero en cuanto al protagonismo del receptor, por persona interpuesta del “lector implícito”, como abducción del lector por la obra y copartícipe /copríncipe de la recreación.
Pero es justo en el desenlace del cuento anterior, “El cuarto de los pasos perdidos”, en el que Pavic ofrece una maravillosa —dicho sea en todos los sentidos posibles— prueba de la fecundación de la obra por parte del lector —“macho”, en este caso, por emplear la sexista terminología de Cortázar— en el acto textual del encuentro sexual entre Lena, personaje del relato, y el lector —“El lector la besó y cuando la penetró ella sintió en lo más profundo de su interior el latido de su enorme corazón”(p. 86)—, del que concebirá un hijo —“dejando dentro de ella su semilla” (p. 87)— que le proporciona la capacidad de soñar: “Lena comprendió que no fue ella quien soñaba, porque ella no sabía hacerlo, sino que el sueño de la noria fue soñado por el niño de sus entrañas” (p. 87), dando vida a la escritura, animando al personaje mediante un híbrido de mitológica suprarrealidad.
DEL OTRO LADO DE LA PÁGINA
(Y El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu, Madrid, Impedimenta, 2016, por mediación de Amor de Artur, de X. L. Méndez Ferrín, Madrid, Impedimenta, 2009.)
En el relato de X. L. Méndez Ferrín titulado “Calidad y dureza”, incluido en Amor de Artur, dos varones “mutuamente seducidos “por la misma mujer, aceptan la poliandria como fórmula idónea para relativizar el dominio sexual absoluto de los enamorados —“De este modo, Moh Labara y Moa Lai-bara se convierten, los dos, en el esposo único de Ela” (p. 101) —. Pues bien, si extrapoláramos esta relación a ese triángulo textual —¿equilátero?, ¿isósceles?, ¿escaleno?— de la comunicación, cuyos ángulos—¿rectos?, ¿agudos?, ¿obtusos?— son emisor, mensaje y receptor, y abordamos ahora el triángulo sexual que constituye la connivencia entre lector, personaje y autor en una obra literaria,
no ya desde este lado de la página, el del lector, como en el “Té para dos” de Pavic, sino del otro lado, nos topamos con el autor enamorado del personaje en “Calidad y dureza”:
“Uno de los relatos de los Udu-aral, al parecer incompleto, tiene como protagonista a [un] escritor que inventa un personaje femenino, llamado Ela, del que se enamora, y persevera en ese amor hasta la muerte, acaecida en dudosas circunstancias” (p. 92).
Que el personaje sea la trasposición vicaria de un referente real como en el Cartarescu que confiesa en “Para D., vingt ans après” (en El ojo castaño de nuestro amor, 2016): “No puedo explicaros lo triste que es hacer el amor con mi propio personaje(1) y no con la chica por la que me habría dejado desollar vivo en otra época” (p. 168), no empece para que la pasión del autor por su criatura —como descubrirá Els Bri, especialista en Seida Sokoara, el autor de tales relatos(2)— dé como fruto una lectora (implícita) explicitada, narrataria, destinataria preferente y referente (ir)real: «Els Bri siente, sabe entonces que “Ela” es “Els” y propende, embriagada, borracha de temor y mariposas de fiebre, a creer con todo su corazón embravecido que es criatura, mujer soñada en Lam-ko por Seida Sokoara”, con renovada recepción “de un sentido distinto de calidad y dureza” (p. 110).
Porque, como sentencia María en “El espejo con agujero”, el último relato de Pavic:
“Ésta es la Anunciación y usted es el arcángel que me trae la noticia bendita desde el otro mundo, el suyo. Lea esta palabra en voz alta y me fecundará por el oído” (p. 118).
EN EL FILO DE UNA HOJA
Y ello en el filo de la navaja, en el canto de una hoja, en ese chaflán entre dos páginas, merced al separador marca-páginas de Casualidad, de Pepe Mosterín y Pablo Amargo.
NOTA A(L) PIE JUNTILLA:
URÓBOROS O BAJO EL SIGNO DE LA CASUALIDAD
(o Lo que va de Daniel Moyano a Haruki Murakami)
En un microrrelato titulado “Metamorfosis” [Para Franz, in memoriam] e incluido en Un silencio de corchea [KRK, Oviedo, 1999, p. 17], Daniel Moyano recrea el despertar de Gregor Samsa convertido en un ser de sólo dos enormes extremidades monstruosas.
Y, sin encomendarse ni a la angustia del plagio ni a las leyes del azar de la teoría del caos, Haruki Murakami, en “Samsa enamorado”, en su Hombres sin mujeres [Tusquets, Barcelona, 2015], pareciera haber desarrollado idéntica inversión por extrañamiento del íncipit de Moyano [fechado el 29 de noviembre de 1989]: “Cuando despertó descubrió que se había metamorfoseado en Gregor Samsa” (p. 219). «Lo único que a duras penas comprendía era que se había convertido en un ser humano llamado Gregor Samsa. ¿Cómo lo sabía? Tal vez alguien se lo había susurrado al oído mientras dormía: “Te llamas Gregor Samsa”. ¿Y quién demonios era antes de convertirse en Gregor Samsa? ¿Qué cosa era?» (p. 220). Y, a partir de la mirada extrañada de un humano sobrevenido —« “¿Será éste mi verdadero yo? ¿Puede este cuerpo absurdo y de aspecto tan frágil (desprovisto de un caparazón para protegerse o de un arma para atacar) sobrevivir en el mundo?» (p. 22)—, Murakami desarrolla la peripecia doméstica, simbolista y absurda, del enamoramiento de Samsa y una cerrajera jorobada, durante la “ocupación” de Praga, cronotopo de una expresionista pesadilla colectiva ajena a la ternura del ingenuo Samsa —“¿Por qué lo habría encerrado en aquella habitación? (p. 244)—, dando cuerpo en ella a la parábola, humanista y paradójica, de su reconciliación con la humanidad —“Había demasiadas cosas que aprender en este mundo. Pero de haber sido un pez o un girasol, y no un humano, ¿habría notado esa misteriosa calidez en el corazón?” (p. 246)—. Una fe en la vida de la que, con querencia por la involución, carece el del exiliado Moyano, con Argentina ocupada por los milicos, y quien, como un uróboros centroeuropeo —o la globalizada pescadilla que se muerde la cola—: “conscientemente se sumergió en el tiempo, sin temor ni esperanza, considerando que todo ese asunto acaso fuera un sueño, y en consecuencia en cualquier momento podría despertarse otra vez insecto” (p. 17).
NOTAS A(L) PIE PUNTILLAS
(1)“De hecho, todos los habitantes de aquel pequeño mundo eran protagonistas de relatos. Cada uno de ellos era elegido por un escritor de un lejano país como personaje principal; esta era su argucia, su truco de supervivencia: atraían de una forma u otra a los escritores de otras tierras para, una vez convertidos en personajes literarios, ser inmortales”, en “La chica del borde de la vida”, en El ojo castaño… (p. 176).
(2)«¿Y no lo es también que en su relato favorito [el de Els Bri, filóloga y lectora enamorada de Sokoara] de los Bonietsa Afora Nana, o bien Cuentos del Elefante Solitario, la protagonista responde también al nombre de “Ela” y sus dos esposos jurídicos no son, en el plano de la íntima realidad profunda, sino un solo amante desgajado y sufridor, signo claro de un único Seida Sokoara en el que convive su propio doble envainado?», en Amor de Artur (p. 109)