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ISSN 1989-4163

NUMERO 75 - SEPTIEMBRE 2016

Fruit of the Loom

Francisco Manzo-Robledo

 

     

            Hoy es uno de esos días en los que todo está tranquilo y de pronto piensas que ese todo, o los demás todos se habrán de venir abajo en cualquier instante terminando por apabullarte. Permíteme contarte.

            Me levanté a las siete y media de la mañana, pensando, por una extraña sensación de malestar en la boca del estómago, que hoy era lunes, y como todos los lunes—sin clases por la mañana— me senté a desayunar con una calma apropiada al ritual de tener que cocinar mi propio desayuno: pan tostado —algo quemadè, como todo lo que suelo preparar con crema de cacahuate, mi especialidad culinaria de todos los días. Así las cosas, estando comiendo mi pan quemado con crema de cacahuate, repiqueteó el móvil, con un tono como si me llamaran de muy cerca, lo cual era verdad: era Pedro Villarreal, mi vecino que quería preguntarme si podía llevarlo en mi auto al campus de la Universidad. Pedro no es muy de mi agrado, sin embargo, las amigas que tiene, y que campechanamente me presenta, si lo son; por otro lado, a Pedro no le confío ni a mi suegra si la tuviera: es un tipo de lo más odioso que espera que todos se metan en problemas para que resalte más su perfección. Como quiera que sea, me sentí, con conciencia de capillita, obligado a concederle el favor.

—¡Cómo no, con mucho gusto! —Mentí a lo Rajoy. —Te veo en quince minutos en el estacionamiento. ¿No tienes auto?

—Te lo agradezco. Sí tengo, pero se descompuso, estará en el taller hasta mañana o hasta pasado mañana jueves.

—¿Miércoles mañana? ¿Qué hoy no es lunes?

—Miguel, en qué mundo vives, ¿no sabes que hoy es martes? ¿No vas a clases hoy? Discúlpame, si no vas a clases, puedo buscar a otra persona que me pueda llevar.

—¡No, no! Este... ¡claro que sí! Te veo en un rato.

            Con toda prisa arreglé mis cosas en la mochila y salí del apartamento todavía comiéndome la última mitad del pan con crema de cacahuate, peinándome el cabello (posiblemente con la crema de cacahuate) que lo traía todo revuelto y tratando de quitarme las últimas legañas de los ojos que aún los sentía hinchados por tanto dormir. En esos momentos, vagamente recordaba haber entrado a la cama y en los brazos de Morfeo, la madrugada del domingo, después de una juerga de escándalo y como podrá conjeturarse, había dormido todo el domingo y el lunes sin salir de la cama ni para ir al baño. En ese sueño continuo perdí el lunes.

            Llegué a mi clase de Composición del Quijote justo a tiempo. El profesor, catedrático de planta, más viejo que Dios, me vio entrar a clase, se sonrió de una manera que a mí me pareció jactanciosa, hasta pedante, y luego me preguntó, mirando al rededor del salón como buscando tácita aprobación de los demás: ¿le gustan mucho sus Fruit of the Loom? Yo no supe de lo que hablaba, sólo sonreí y me fui a sentar. Carmen, mi vecina de banca, una chica mucho más pesada de lo que pesa, y que es mucho, me dirigió una mirada de escopeta recortada, de esas barredoras de arriba hasta abajo con fruncido de nariz, a la Ms. Pigy, al final de la misma, con ademán de disgusto, sacudiendo la cabeza como paquidermo enfermo, se cambió de lugar; fue entonces cuando, para bien o para mal, me di cuenta que no me había puesto pantalones. Salí del salón, fingiendo que había olvidado algo importante (lo cual era verdad, no tenía que fingirlo) y regresé a casa. Para evitar el recuerdo me tiré en la cama con la intención firme de dormir todo el día y así poder olvidar la vergüenza de mi vida. Como verás, no he podido conciliar el sueño, de otra forma no te estuviera contando esto.



 

 

Fruit of the loom

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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