A través de la historia, ha existido siempre un temor atávico, en el hombre, en ser dominado por la mujer. En Cannas, en el 216 a.C, durante la segunda Guerra Púnica, tras la victoria de Aníbal, frente a un ejército mucho más numeroso, de los casi 50.000 hombres que tenían los romanos, perdieron 35.000 (muertos o capturados), y se les impuso a las mujeres una especie de luto colectivo, a través de la ley Oppia. Se les prohibía llevar vestidos de púrpura, o pasear en carruajes, para obligarlas a mantener una apariencia de luto por los hombres muertos en la guerra, y además, limitaba la cantidad de oro que podían poseer. Asimismo, cuando las riquezas que por herencia poseían las solteras o viudas, fueron requisadas a favor del Estado, ellas protestaron en las calles de la ciudad y ante las entradas al Foro. En estas circunstancias Catón, dijo, según nos cuenta Tito Livio : “Si cada uno de nosotros, señores, hubiese mantenido la autoridad y los derechos del marido en el interior de su propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Ahora, henos aquí: la prepotencia femenina, tras haber anulado nuestra libertad de acción en familia, nos la está destruyendo también en el Foro. Recordar lo que nos costaba sujetar a las mujeres y frenar sus licencias, cuando las leyes nos permitían hacerlo. E imaginad qué sucederá de ahora en adelante, si esas leyes son revocadas y las mujeres quedan puestas, hasta legalmente, en pie de igualdad con nosotros. Vosotros conocéis a las mujeres: hacedlas vuestros iguales. Al final veremos esto: los hombres de todo el mundo, que en todo el mundo gobiernan a las mujeres, están gobernados por los únicos hombres que se dejan gobernar por las mujeres: los romanos.”
Tras estas palabras, los senadores estallaron en carcajadas, porque era voz común que la mujer de Catón, era de armas tomar, y tenía a Catón bajo su mando y ordeno.
El afán masculino por tener relaciones sexuales y el miedo de ser dominado por la mujer ha sido una constante histórica.
Dos papiros del s. III d.C. que llevaban más de un siglo expuestos, pero que nadie había traducido, hasta ahora, lo han sido por el profesor italiano Franco Maltomini. Son dos hechizos, uno para enamorar y mantener relaciones sexuales, para el hombre, y el otro, para someter voluntades, tiene como destinataria a la mujer.
El conjuro para tener relaciones sexuales, según la interpretación de Maltomini, se debía lanzar en una casa de baños, escribiendo en sus paredes lo siguiente:
“Yo os conjuro, agua y tierra, por el demonio que habita en vosotras. Conjuro la fortuna de este baño de manera que, a medida que ardéis y quemáis, queméis a (la mujer a la que quieras hechizar) nacida de (el nombre de la madre) para que venga a mí”. A continuación, se debían nombrar varios dioses y palabras mágicas.
En el caso de las mujeres: Para que funcionara tenía que grabar en una pequeña placa de cobre una serie de palabras mágicas y, posteriormente, coserla a una prenda que portase el sujeto. El hechizo era el siguiente: “Somete a (nombre del hombre) nacido de (nombre de su madre)”.
Lo que confirma este miedo varonil a ser dominado. Y nada era mejor, para mantener a la mujer, en una situación inferior que evitar su formación.
Hesíodo afirmaba, que lo más malo que pudo hacer Zeus fue la mujer, y la clasificaba en nueve modelos, ninguno, como se ve, agradable, (en el 2008, una empresa de moda quería clasificarlas físicamente, en tres; cilindro, campana y diábolo, según su carácter y fisonomía, evidentemente, no tuvo éxito). Eran estos;
Cerda, sucia y maloliente.
Zorra, lo saben todo.
Perra, se meten en todas partes y a todo ladran.
Barro, torpes.
Mar, unas veces apacibles y otras tormentosas, que no hay quien las aguante.
Burra, sólo hace las cosas a palos.
Comadreja, sólo buscan la cama.
Yegua, no hacen más que acicalarse y exhibirse.
Mona, fea.
Y finalmente la única sobre la que vierte comentarios positivos, es la Abeja, hacendosa y amante del hogar.
No menos negativos eran otros escritores latinos, como: Cátulo, Lucrecio o Salustio, que hablan de los efectos tan nefastos del amor, y este último hablando de Sempronia, afirmaba que era: “docta en lenguas latinas y griegas, cosa no buena”. Era lo habitual, el poeta Marcial, cuyos versos eróticos siguen llamando la atención. He aquí algunos.
A Deciano(L.I/24)
¿Ves, Deciano, a aquel de pelo descuidado y severo ceño,
cuya palabra invoca a Curios
y Camilos, defensores de Roma?
No te engañe su aspecto: ayer hizo de mujer.
“A Lesbia (L.I/34)
Impúdicamente, abiertas de par en par las puertas,
te entregas, Lesbia, sin guardián alguno, o los placeres del amor.
Más te gusta un testigo a tus deleites, que tu adúltero cómplice;
las voluptuosidades en secreto, no tienen encanto para ti.”
Pues este Marcial, despreciaba a Gala Placidia porque era instruida.
Séneca y principalmente Ovidio, escribieron sobre la mujer, este le dedicó un libro, dándole incluso recomendaciones de cómo comportarse: “ Si eres pequeña, permanece sentada, no sea que piensen que estás sentada, cuando en realidad, estás de pie”. E incluso les aconsejaba cómo realizar el acto sexual, según la tipología de cada una.
Marcial decía: “¿Me preguntas por qué no quiero casarme con una mujer rica? Porque no quiero ser la mujer de mi mujer. La matrona, Prisco, ha de ser inferior al marido; sólo así resultan iguales el hombre y la mujer”. Quizás no tuvo ocasión de hacerlo, porque seguro que hubiera dicho que sí, ya que iba mendigando favores a los hombres poderosos para poder ir sobreviviendo.
No es de extrañar que intentaran, con esta mentalidad, que la mujer pasase desapercibida, y fuese “devorada” por la sociedad.
Esta situación en la que el tiempo devora a la mujer la plasmó Goya. Resulta muy sorpresivo, de que en el cuadro “Saturno devorando a sus hijos”, el tiempo, no devora a un niño, como indica la mitología y que Rubens plasmó en su cruel cuadro, sino a una mujer, pero sobre todo le devora la cabeza. La mujer debe de tener un hermoso cuerpo, pero carecer de cabeza. Goya es muy crítico con las costumbres sociales de su tiempo, en las que la mujer joven es utilizada, como un elemento para mejorar la situación social de su familia, con casamientos con viejos, o feos, que evidentemente son ricos.
Las mujeres, del entorno de Goya, siguen siendo un misterio, y una tentación, para el investigador, porque su análisis está lleno de sorpresas.
El 25 de febrero de 1992, anunciaba la casa Sotheby´s de Madrid una gran subasta de pintura antigua. Entre los cuadros que formaban la misma, se encontraba el: “Retrato de Dña. Juana Posada”. Pintado por Dña. Mª del Rosario Weis, hija de su ama de llaves y amante de Goya, Leocadia Weis, y concebida dos años después de la muerte de su mujer. Para algunos el famoso cuadro, “La lechera de Burdeos”, atribuida a Goya es: “una obra clave en la historia de la pintura que anticipa el impresionismo”. Sin embargo esta atribución, parece no estar tan clara. Investigadores de la talla de Manuela Mena, una de las mayores expertas en el pintor nacido en Fuendetodos, y responsable de la reinstalación de las Pinturas Negras en el Museo del Prado, cree que “La lechera de Burdeos” (Museo del Prado), a la que siempre se le ha adjudicado la fecha de 1827 un año antes de su muerte, pertenece a la mano de Rosario Weiss, hija de Leocadia Weiss, aunque quizás con cierta ayuda de Goya. Se tiene documentación de la venta, e incluso se dice que este cuadro fue heredado de Goya por Leocadia Zorrilla, (o Leocadia Weiss, ya que estaba casada con Isidoro Weiss) la última mujer en la vida del autor, y que vendió a Juan Bautista Muguiro, amigo del artista en Burdeos. Pero aunque existe documentación de la transacción por el precio que había indicado el “difunto” “no menos de una onza”, nada impide creer, que de intentar vender el cuadro como realizado por su hija, el precio del mismo hubiera bajado mucho, si es que conseguía venderlo, razón por la cual, lo haría pasar como realizado por la mano de Goya.
¿Quién era Leocadia Weiss y quien era Rosario Weiss?En la decoración de la Quinta del sordo, en la sala de la planta baja, pintada en el lado izquierdo de la puerta se encuentra: “Leocadia”, compañera de Goya, tras la muerte de su esposa Josefa Bayeu, con la que se había casado en 1774, hermana de Francisco Bayeu, pintor de corte. Goya había pintado, (en el caso que esta pintura sea suya) a Leocadia apoyada en la repisa de la chimenea, sin embargo alguien la retocó, trasformando la chimenea en un túmulo. ¿Fue su hijo Javier Goya, único superviviente de los veinte que tuvo con su mujer? Es posible. Francisco Javier Pedro Goya, contó con dos fuentes de ingresos, una renta asignada por su padre de 13.505 reales y una pensión vitalicia concedida por la Duquesa de Alba, que le había asignado para que pudiera dedicarse a la pintura, por la que, a juicio de su padre mostraba gran predisposición. Nada se sabe de su obra, pero ciertos cuadros que hasta el momento han sido tenidos de mano de Goya padre, es posible que sean suyos y que su hijo Pio Mariano, trapisondista, prestamista y metido en negocios no excesivamente claros que le llevaron a la ruina, utilizando incluso un falso título de Marqués del Espinar, los hiciera pasar como originales de su abuelo. La duda en la actualidad, de que la paternidad de estas pinturas negras sea de Francisco de Goya, es grande, debido a que las primeras noticias que se tienen de ellas son 40 años después de su muerte, y que la Quinta sólo tenía una planta, y sin embargo, en el primer piso se encuentran gran parte de estas pinturas.
Si esto fuera así y las pinturas negras no fueran de Goya, la lectura de algunas de ellas sería totalmente distinta, de las hechas hasta ahora, y mostraría los verdaderos sentimientos de Javier Goya respecto a Leocadia, o al menos la variación de los mismos.
La Leocadia, que según se ha visto por las radiografías realizadas, se apoya primeramente en la chimenea, símbolo del hogar y convivencia, se borra posteriormente, convirtiéndolo en un túmulo, símbolo de tierra y muerte. Es la misma Leocadia /Judith de:“Judith y Holofernes”, donde un hombre fuerte perece, desarmado, ante los encantos de la heroína bíblica. Es posible, tal como apuntan todas las iconografías más conocidas del tema, en la que representan a una Judith joven, frente a un Holofernes bastante metido en años, que Javier identificara a Leocadia como una nueva Judith, que hizo caer bajo sus encantos, que no debieron faltarle, a un anciano como Francisco de Goya.
Como: “Síndrome de Abisag”, definió el psiquiatra Blas Curado, esta situación en la que una mujer joven se casa, o une sentimentalmente, con un hombre mucho más mayor en edad que ella, que evidentemente posee abundancia de riquezas o de poder.
“Era ya viejo el rey David, entrado en años, y por más que le cubrían con ropas, no podía entrar en calor. Dijéronle entonces sus servidores:”Que busque para mi señor el rey, una joven virgen que le cuide y le sirva; durmiendo en su seno, el rey mi señor entrará en calor. Buscaron por toda la tierra de Israel una joven hermosa y hallaron a Abisag, sunamita, y la trajeron al rey. Era esta joven muy hermosa y cuidaba al rey y le servía.” (Reyes 1,1-4)
Quizás esta misma interpretación pueda aplicarse pero en sentido contrario, a la escena de: “Saturno devorando a sus hijos”. Curiosamente lo que está devorando el “viejo” Saturno, no es un hombre, sino el cuerpo bien proporcionado de una mujer. ¿Se trataba de Leocadia/Juno, hija de Saturno, diosa del matrimonio, cuyo concepto él había destrozado? No hacía el mismo ridículo que el mismo Francisco de Goya, había criticado en muchos de sus grabados como: “Qué sacrificio”. “El novio no es de los más apetecibles pero es rico y a costa de la libertad de una niña infeliz se compra el socorro de una familia hambrienta” Dice el comentario del Museo del Prado”
O: “Mejor es holgar”. Con un tema semejante, en el que una joven cae en manos de un marido viejo. Los tiempos han cambiado, pero pese a su modernidad, y la gran fascinación que sintió D. Francisco de Goya, hacia las mujeres, de cuyo tema se han realizado exposiciones monográficas como la del Museo del Prado, inaugurada en Octubre del 2001, realiza algunos cuadros y grabados en los que se aprecia su fina ironía, y la sintonía que sabe establecer con la mentalidad y el pensamiento de su época.
En los cuadros: El pelele de 1791-92, en el que un monigote, representando a un hombre, es manteado por cuatro mujeres, o el grabado: No te escaparás, en el que una joven sonriente, hace el amago de huir de unas aves rapaces nocturnas con cara de hombres rozando la ancianidad, el comentario del Prado es el siguiente: “Nunca se escapa la que se quiere dejar coger”
No deja de ser esta una crítica mordaz, a la situación del hombre, manejado por las mujeres a su antojo. Quizás tengan una lectura semejante, pero más dura, otra serie de grabados como el titulado: Vuelo de Brujas, de significado evidente, aunque diversos críticos quieran buscarle otro tipo de interpretaciones.
La conclusión al mensaje que transmite y que podía ser la idea reinante en su época, es que la mujer, aparece, no como persona sujeta a derechos, sino como la manejadora de las vidas de los hombres. Evidentemente que, el temor que romanos y egipcios tenían, y de la que dejaron constancia en escritos, leyes y papiros, pervivía todavía en el s.XIX y para mí que se ha agudizado en el XXI.