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ISSN 1989-4163

NUMERO 75 - SEPTIEMBRE 2016

Déjame que te Cuente: "La Verdad" Sobre lo Ocurrido en el Paraíso Terrenal

Andrés Fornells

 

     

En contra de lo que nos han contado los interesados en tergiversar la historia del mundo, el buen Dios, después de seis días de exhaustivo trabajo, descansó el séptimo y, el octavo, sintiéndose de nuevo lleno de energía y granas de hacer cosas, dijo:

—¡Y hoy crearé lo más bonito de todo lo creado por mí hasta ahora!

Y ese octavo día, el buen Dios creó a la mujer y dijo:

—¡Por fin me ha salido una obra maestra!

Transcurrieron los días y la primera mujer de la Creación descubrió que, haciendo siempre lo mismo: comer manzanas y hablar con los animales, se aburría y se quejó al buen Dios:

—Me aburro, buen Dios. Necesito un poco de diversión.

—Vale, Eva. ¿Qué crees tú que te divertiría?

—Pues he pensado en un ser parecido a mí, al que yo pudiera dominar a mi antojo.

—Vale, déjame pensarlo.

El buen Dios lo pensó y un día le trajo a un hombre y, a partir de entonces, las mujeres inteligentes tuvieron un esclavo que les servía de diversión.
Un buen día en que el buen Dios visitó a ambos, encontró al hombre mirando embelesado los encantos que Eva poseía y, viendo a ésta con el ceño fruncido, le preguntó:

—¿Qué te pasa ahora, querida Eva?

—Pues me pasa que me cansé de ir desnuda.

—Vale, dime qué nuevo capricho se te ha ocurrido, Evita —paciente y condescendiente el buen Dios.

—Dile a la serpiente que no me muerda.

El buen Dios se acercó a la serpiente y la amenazó:

—Como se te ocurre morder a mi Evita, te despellejo.

Eva sonrió encantada al escucharle. El buen Dios acababa de darle una estupenda idea. En cuanto se marchó, Eva despellejó a la serpiente y ya tuvo con que vestirse. Se hizo con su piel un bikini, un bolso y unos zapatos. Y el hombre, que más inocentón no podía ser, al verla de esta guisa se le cayó la baba y dijo:

—¡Dios, pero que hermosa y elegante eres, Eva!

Y a partir de aquel momento peligraron las vidas de todas las serpientes y las mujeres consiguieron cuanto quisieron de los hombres por permitirles poder verlas desnudas.

Quién no admita que la astucia femenina es extraordinariamente muy superior a la masculina está ciego, es muy ingenuo o, lo peor de todo, está locamente enamorado.



 

 

La verdad

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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