Lecturas Inactuales (I) - Pepe Corvina
Luis Arturo Hernández
EN BUSCA DEL CONTINENTE PERDIDO: LA ANTÁRTICA
O
EL REQUIJOTIZAMIENTO DE PEPE CORVINA
( Pepe Corvina , Enrique Estrázulas, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1974.)
“Entonces vi subir y bajar el balde del aljibe. Allí habían atado un caballo.
—¡Quiten a ese equino de la quinta! —ordené.
Al parecer no me oyeron porque al minuto entraron con él al comedor. A Benigna se le cayó la fuente. Lo ataron a una armadura antigua: era una escena del Quijote”.
Enrique Estrázulas, Pepe Corvina (p. 124)
Basta con poner una obra bajo el foco de un texto canónico para que, por analogía o antítesis, resulte una aproximación ortodoxa o heterodoxa al mencionado texto sagrado.
Y algo de esto es lo que ocurre cuando se celebran, en números redondos, ciertas efemérides, como este año el IV Centenario de la II Parte del caballero Don Quijote .
Y puesto que ha caído en las manos —pecio del naufragio en el alcaná de la red—cierto diario de a bordo —o cuaderno de bitácora— que se me antoja, por fas o por nefas , quijotesco y cervantino, y por la perplejidad que me ha producido su lectura, dejaré consignadas aquí unas notas sobre Pepe Corvina (1974), del uruguayo Enrique Estrázulas, antes de acometer su relectura —ello al albur de estar acaso descubriendo, ya que no el Mediterráneo, sí el Mar de la Plata—. Y cervantistas tiene la Docta Casa Académica que pontificarán sobre estas cuestiones —y otras mayores— mejor que yo.
CARTA DE MAREAR EL CONTINENTE SUMERGIDO DE LA ANTÁRTICA
«Durante sus periplos por Levante, Heródoto vio unas tablas de cobre donde estaban grabados “todos los mares y todos los ríos”, pero los navegantes fenicios se negaron a mostrárselas de cerca.»
Predag Matvejevic, Breviario mediterráneo (p. 25)
Pues bien, Pepe Corvina es la búsqueda del Paraíso por parte del pescador Corvina, que, siguiendo el portulano o mapa de navegación que dice ver inscrito en una lata de cobre —¿baciyelmo?— rescatada del mar, inicia su búsqueda por la costa del Uruguay.
Y su relato es una cuerda de seis narradores encadenados, un collar de seis cuentas —“Cuenta el farero”, Cuenta el médico”, “el almacenero”, “el poeta”, “el pescador”, “el capitán”—, que se relevarán en el relato de su búsqueda del “mapa de cobre” (p. 187).
De los seis nudos de esa maroma, salvo el farero, que le ayuda hasta que se niegue a su delirio, y el almacenero —¿ventero?—, el resto, empezando por el psiquiatra de los tres hermanos arqueólogos —el “profeta” Alejandro, el “historiador y capitán” Nicanor y Carlín, el presidente de la Asociación, cuyo cuartel general será el aljibe de su quinta, en el pozo de su particular ¿cueva de Montesinos?— embarcados en busca del buscador Corvina, y acabando por el padre —el poeta: “No creí que fueran héroes perseguidos por la psiquiatría. Concluí en que la psiquiatría no entendía nada” (p .126)—, se verán inmersos —cura, barbero y bachiller— en su locura, seguidores del elogio de la locura .
Porque Corvina, tras su primer naufragio, llega al cabo Polonio y, desde allí emprende una nueva travesía que da con sus huesos en la ínsula de Flores, después de haber sido marinero y haber conocido en un barco ballenero la Antártida, la última Thule austral.
Como en el Quijote , quien más y quien menos es lector —“leyendo un rotos libro de bolsillo” (p. 182), el capitán, sin ir más lejos—, hasta que Corvina —cura y barbero de sí mismo— reniega de “eso que un grisáceo librero llamó verdades apócrifas ” de los libros: “Si yo no hubiera nacido en el altillo de Guruyú, pensaba, me hubiera gustado destrozar la historia, desmentir cosas. Furia y amor eran los libros” (p. 171).Y, por fin, esto: “Ya no me interesaba leer. Los libros empezaron a repugnarme. […] El tufo de los libros fue insoportable. Le regalé la Historia Universal a un mercachifle” (pp. 176-177).
Hasta ahí, vale . Don Quijote cabalga —vale decir navega , porque Quijano rehúye el agua— de nuevo, en el cono Sur —“Nuestro Norte es el Sur”, escribió el pintor oriental Torres García—, en pos de un continente sumergido —¡La Atlántida? ¡La Antártida!—.
REDESQUIJOTIZAMIENTO DEL PE(S)CADOR
“Los porteños, sabios, construían lazaretos con ese fin e imponían cuarentenas. En las costas aparecieron también los primeros asilos destinados a los individuos cuyo espíritu se hizo a la mar, a los que perdieron el ancla.”
Predag Matvejevic, Breviario mediterráneo (p. 25)
Y, sin embargo, frente a Alonso Quijano — de cuyo pasado no quiere acordarse —, Pepe Corvina sí tiene un pasado : ha matado —se lo Cuenta el pescador al lector en el quinto nudo, en un salto atrás , que va anudando la soga: “Sentí que el mundo pudo haber sido así (como veía) sin criminales como yo ni el Rojo, sin marinos borrachos y monedas mojadas, pudo haber sido un mundo sin ahorcados” (p. 175)— y su búsqueda del Paraíso bien puede interpretarse como la travesía de expiación del villano heroico —Don Quijote y Sancho aunados en Tartarín de Tarascón o el valeroso soldado Svejk—.
El final abierto, en “Cuenta el capitán” —de los apóstoles de la búsqueda del Paraíso, en calidad de “historiador” y “editor”, Cide Hamete y/o Cervantes—, y la confirmación de la definitiva desaparición del pescador y su viaje sin retorno, permite interpretar que, lejos de la reintegración al Orden de la cosmovisión barroca propia de Cervantes, esta edad contemporánea —“el temporal de junio de 1923 arrastró la ballena y el buque en cuarentena donde venía el pescador” (p. 184)— no ofrece al enajenado/ alienado/”loco” otra disyuntiva frente a la psiquiatría que el Caos, Y la locura, enfermedad contagiosa.
Requijotización del pe(s)cador criollo a fines del siglo XX, pues, para una singladura rioplatense, fruto de la zozobra existencialista de la C
ulpa de “quien perdió el ancla” y como camino de perfección hacia el naufragio que consume su re/des/quijotizamiento.