Fue por Mary Jane Kelly
Jesús Zomeño
Una tarde, exasperado porque un charco de orines me había manchado los pantalones en los urinarios públicos de Whitechapel, Holmes me explicó el motivo de porqué se atascan esas tuberías.
Lestrade y Holmes se citaron en la iglesia de St Mary Matfelon, porque el inspector era un hombre religioso, luego fueron a la calle Dorset. Un callejón inmundo, incluso para Holmes, que disfrutaba en los peores lugares de Londres.
Mary Jane Kelly apestaba a ginebra. Algo satánico se cruzó en su camino, pero decidió acompañar a aquellos dos caballeros porque pagaban bien. Uno detrás de otro, los dos a la vez no, aunque no le importaba si el otro miraba. Estaba orgullosa de saber imponer sus condiciones, a pesar de estar borracha. Al día siguiente, apareció desmembrada en su habitación del número 13 de Millers Courts.
-Watson, estábamos seguros de que eran ellos, dos veteranos de la guerra zulú. Fueron testigos de lo que los salvajes hicieron a sus compañeros en Isawanda, de cómo los zulúes destripaban a los soldados aún vivos, y eso los hizo enloquecer... Sin embargo, el Imperio no podía asumir ese segundo fracaso, el de los supervivientes de Isawanda convertidos en asesinos, en los destripadores de mujeres, que asolaban Londres...
-De todas formas, Holmes, lo de trocearlos y echarlos por los desagües del urinario me parece de mal gusto.
-Bueno, fue algo improvisado. El plan era trasladarlos a una herrería de la calle Leaden Hall, donde los restos debían ser incinerados, pero me inquietó la mirada de Lestrade, disfrutando mientras los mutilaba en el urinario con un hacha. A mí me asustó ver cómo se retorcían en el suelo los cuerpos de aquellos dos hombres después de cortarles las piernas y los brazos, por eso los degollé, por piedad. Es algo que el inspector no me ha perdonado. Lestrade había conocido a Mary Jane cuatro años antes, cuando trabajaba de prostituta en el West End; la ayudó e incluso la convenció para que rehiciera su vida en Francia. Pero ella había vuelto alcohólica y Letrade, cuando se citaba con ella, había mudado su anterior paternalismo por el más absoluto desprecio, disfrutando con el daño que le provocaba al penetrarla, aunque creo que en el fondo seguía enamorado. Por eso, aquella noche, en el urinario Lestrade se enfadó conmigo, le pareció demasiado clemente el corte en la yugular, y se marchó. Como no podía trasladar los cuerpos yo solo, tuve que ingeniármelas para trocearlos y echarlos por el sumidero. Si hubiesen encontrado sus cadáveres se hubiesen convertido en héroes para su entierro, como supervivientes de Isawanda, y el Primer Ministro, Robert Gascoyne-Cecil, dio instrucciones de evitarlo. Fue una noche muy larga, por eso espero que no siga reprochándome si ahora sigue atascándose el urinario y usted se mancha los pantalones.