La Desmemoria Lectora, una Mirada a la Poesía de Dámaso Alonso
Francisco Gómez
A veces, necesito acudir a la voz de los poetas. Ellos son los depositarios de la palabra que trata de explicarnos a nosotros mismos, el mundo cambiante en que nos movemos, sobrevivimos. Me gusta leer a poetas que no son los “oficiales” que todo el mundo conoce, todo el mundo recita y las canciones populares los han enaltecido hasta límites inabarcables. Que a mí también me gustan y de algunos recito sus poemas y los tengo en mente. Hablo de Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca…
Pero hay otros poetas tan grandes como ellos, que el río de los días y la memoria fugitiva de los hombres a lomos de la actualidad volandera, recluye en el olvido, la desmemoria y a veces hasta en la indiferencia.
Uno de mis amados grandes poetas es Dámaso Alonso. Este año se ha celebrado el XXV aniversario de su muerte acaecida el 25 de enero de 1990. ¡Cómo corre el tiempo, cuán prestos pasan los años! En esas fechas, uno terminaba la carrera y pensaba que podía comerse el mundo. Han pasado esos mismos años y uno comprueba que no ha logrado casi nada, que no se ha comido casi nada y el tiempo y los años pasan junto a él como un río que refleja su imagen y prosigue su curso. A Dámaso Alonso lo vi y escuché una única vez en una conferencia que dio en la Peña Madridista de Elche en el año 84, creo recordar, leyendo poemas de sus libros. El presentador del acto era Antonio Martínez Maciá, el inolvidable “pin” que como era natural en él entregó al conferenciante una de las cientos, miles damas de Elche que repartió a todos los personajes que pasaron por los años dorados de la Peña Madridista.
Poemarios que discurren desde la poesía pura con “Gozos de la vista, Poemas puros, poemillas de ciudad” en 1918 hasta la poesía desarraigada de “Hijos de la ira” (1944) que junto a “Oscura noticia” componen una filosofía existencialista tras la postguerra y una visión desgarrada y sombría de la condición humana. Su línea reflexiva, honda, preocupada por el hombre y su relación con Dios prosigue en su obra y en 1985 publica el volumen con el revelador título “Duda y Amor sobre el Ser Supremo”, acompañada por “Antología de nuestro monstruoso mundo”. Observo en Dámaso Alonso muchos paralelismos con otra de nuestra figuras literarias fundamentales, como es Miguel de Unamuno. Dos hombres preocupados por el futuro del hombre y su destino, acorralados por la lucha entre duda y fe. Temas que hoy parecen preocupar a pocos pues muchos escritores y poetas han desterrado de sus vidas y su literatura la presencia misteriosa e inquietante del Ser Supremo, como dice Dámaso Alonso.
Nuestro querido y semiolvidado Dámaso Alonso fue con Gerardo Diego, el unico de los poetas de la generación del 27 que permaneció en España tras la guerra incivil. Premio Nacional de Literatura en 1927 y Premio Cervantes en 1978, erudito y estudioso de la Literatura, profesor en Oxford. Se formó en el Centro de Estudios Históricos dirigido por Ramón Menéndez Pidal y tomó parte activa en la Residencia de Estudiantes donde conectó con los que serían sus compañeros de generación: Federico García Lorca, Luis Buñuel, Pepín Bello, Salvador Dalí, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre. Veraneaba con Vicente Aleixandre en las Navas del Marqués. Fue director de la Real Academia de la Lengua Española”, sucediendo en el cargo a Ramón Menéndez Pidal y entre sus discípulos estuvieron Fernando Lázaro Carreter, que también fue presidente de la RAE.
Detrás de su imagen sobria y severa de erudito profesor, filósofo y crítico literario, académico y poeta, Dámaso Alonso atesoraba un corazón delicado que era capaz de expresar su ira por los desastres y la crueldad de la guerra y al mismo tiempo capaz de componer poemas cargados de emoción y dulzura, como así lo recuerdan sus estudiosos.
Veamos algunos de sus poemas de su larga trayectoria y pensemos que es necesario volver a los poetas que tenemos olvidados en las estanterías, en los cajones, en las bibliotecas para encontrarles y encontrarnos con nosotros mismos. Con la Literatura que habla al Hombre y engancha a la vida y sus inquietudes.
“Los contadores de estrellas” de “Poemillas puros, poemas de ciudad”
Yo estoy cansado
Miro
esta ciudad
una ciudad cualquiera
donde ha veinte años vivo
Todo está igual
Un niño
inútilmente cuenta las estrellas
en el balcón vecino
yo me pongo también
Pero él va más deprisa: no consigo
alcanzarle:
Uno, dos, tres, cuatro
cinco…
No consigo
alcanzarle: Uno, dos
tres….
cuatro…
cinco…
Y su poesía desarraigada, desgarrada ante la injusticia, la crueldad, la violencia, la soledad en el mundo
“Oscura noticia”
Entre mis manos cogí
un puñado de tierra
Soplaba el viento terrero
La tierra volvió a la tierra
Entre tus manos me tienes
tierra soy
El viento orea
tus dedos, largos de siglos
Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se los lleva
De “Hijos de la ira”, el famoso y enorme poema
“Mujer con alcuza”
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
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Va despacio arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada por un terror
oscuro, por una voluntad
de esquivar algo horrible
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Ella
recuerda solo
que en todas (las estaciones) hacía frío
que en todas estaba oscuro
y que al partir al amanecer el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta
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Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola
y ha mirado a su alrededor
y estaba sola
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren
a algún empleado
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento
y estaba sola
y ha gritado en la oscuridad
y estaba sola
y ha preguntado
quién conducía
quién movía aquel horrible tren
y no le ha contestado nadie
porque estaba sola
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Ella
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece
se inclina
va curvada como un signo de interrogación
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo
“Hombre y Dios”
Hombre es amor. Hombre es un haz
donde se anuda el mundo. Un centro
Si Hombre falla
otra vez el vacío y la batalla
del primer caos y el Dios que grita: “¡Entro!”
Hombre es amor y Dios habita dentro
“De profundis”
Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablejero arroja al perro del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también la podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido en el año de la mala cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer, que nadie compra,
y donde casi ni escarban las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!
Si amáis, como así lo pienso, la poesía de los buenos poetas y queréis desterrar del injusto olvido a muchas de nuestras reflexivas y sensibles conciencias en verso, leed entre otros a D. Dámaso Alonso. Al hombre que habita en él y en nosotros.