Tangos de Agosto
Ángela Mallén
I.-
Mi vocecita con la que me enfado, me explico, me pongo romántica… dice que en cuanto salimos del país cambiamos de alma. Él conducía, puesto que yo pertenezco a la estirpe de los sin carnet. Nos habíamos llevado a Tom Waits, que nos cantaba el temario completo de “Rain dogs”. En aquella carretera todo el mundo tenía un camión, y yo miraba las nubes en forma de ratita Ratatouille y de lechón. Aquello era un película en 3D: las nubes flotaban, las colinas se desdoblaban, los arcenes se despegaban del paisaje y los insectos se suicidaban contra el parabrisas. Los árboles y letreros parecía que se iban a salir de la pantalla. El pensamiento se disparaba. Sin embargo el pensamiento hay que usarlo con discrección…
Llegamos a un lugar donde se escuchaba el tic-tac del reloj de la cocina y un cacareo a lo lejos sonaba como dentro de la cabeza No sonaba nada más. Era el silencio del campo en el que las hojas de los ároles se balanceaban. Algún pequeño crujir, casi inaudible, de algún ente incorpóreo caminando sobre la tarima del salón. Eso era todo.
Y seguimos. En aquella otra carretera se alternaban los campos de cereales y los bosquecillos. Había algún que otro puesto de carretera con sombrilla roja donde ciertos coches se detenían para tomar refrescos o un poco de fruta. La mies estaba recogida en haces cilíndricos sobre los prados verdes donde asomaban la flor amarilla y la flor blanca.
Otra vez los pastos.
Los aspersores expulsando una curva de agua tornasolada. Las vacas rubias desnudas, sin su traje de vaca. Las nubes, ya sueltas como globos de helio, anunciando el sur. La línea de camiones, el moderno convoy que reposta las áreas comerciales. Y los unifamiliares rancheras, cabriolet… todos de color coche (gama de grises, blancos, rojos, azules metalizados).
En el viaje todos somos mortadelos transformers , camaleones de blandiblú, peones, cortesanas… Hasta que regresamos por el mismo camino. Mi vocecita de pez en la arena que se arrastra en busca del mar comenta que la vida es un mosquito tigre. Una fiera minúscula, psicodélica, tragicómica. Circular.
De nuevo en mi país oigo que alguien dice: “un abrazote guapetona”. Y siento una inexplicable comprensión gaseosa.
II.-
Para Itziar
Ella conoce el sueño lúcido: vivir en la simultaneidad los planos de la realidad. Sus capas. La conciencia transversal. La gran trasparencia. Percibir la vida como desde el interior de un vehículo en marcha y como en un pastel de milhojas translúcidas.
¿Cuántas capas? ¿Son muchas las capas? No sé. No me apetece contarlas. Algo así dijo, o lo pensó al menos. No fue así como lo dijo. Era agosto y el calor igualaba todos los agostos. Todos aquello meses que ahora parecían encadenados. Montados. Concatenados. Sin otros meses de por medio. Sólo agostos. ¿Sólo agostos? Tú alucinas. En la cabeza se juntan todos los calores. Todos los veranos. Todos los viajes de agosto recorriendo carreteras que son el mundo de los vehículos, el mundo alargado y estrecho por el que desplazan su existencia tripulada. La morfología, la estética, la dinámica de un interminable laberinto. Puentes, señales, líneas de asfalto. Siempre adelante. El mayor bien, la velocidad. La ley más implaclable: la limitación. Siempre avanzando con el destino en la cabeza, en el GPS, en el corazón. Los árboles flanqueando y desapareciendo para siempre. Un segundo en la conciencia de alguien y quién sabe si después sumergirse en la insignificancia hasta que otra conciencia viajera los despierte. La efímera conciencia de las autovías. Su conciencia perceptiva de nube. Su monótona carencia de resistencia.