No me preguntes quién fue porque todavía no sé quién soy yo verdaderamente. Alguién dejó escrito: "Adiós a todo esto". Y se largó sin que sepamos dónde.
El viento corre ábrego, duro, esquinado y lo peor es que no trae respuestas. El tiempo está pasando y las dudas se enquistan en las esquinas como lluvias de metralla. Los ojos de los edificios están cada vez más cerrados al otro que ya no parece prójimo sino contrincante, competencia, enemigo a batir en las trincheras de los mercados.
Alguien dijo: "Adiós a todo esto" y no sabemos qué suerte habrá corrido, si los caminos le habrán llevado por tierras áridas o bendecidas o habrá dado el último paso en falso, hastiado de tantas mentiras, tanto daño asesino. Cansado de perder repetidamente siempre mientras desde arriba tiran migajas para comérnoslas a zarpazos en el circo de los gladiadores.
Quería seguirle la pista: saber de dónde era, a qué se dedicaba, quiénes eran o son sus amigos, si vivía acompañado o pasaba sus noches y sus días en la más inquietante de las soledades: la soledad del incomprendido, la soledad de los indiferentes en medio de la masa atomizada por los altavoces mediáticos que escupen las desgracias sin solución de finalidad.
Me gustaría saber si algún día fue feliz, esa sustancia inteligible que no acabas de entender en el momento hermoso y luego sin saber cómo se escapa de entre las manos, como monedas de tiempo gastado que no sabes si volverán a acariciar tus manos o pasarán ya continuadamente de largo.
Esta incertidumbre de no saber cuál fue el destino del autor de aquellas palabras, ahora que azota el cierzo sobre nuestros cuerpos y nadie sabe dónde está la tierra prometida. Este misterio que envuelve su vida aunque viviese a escasos metros de nosotros y andase por nuestras aceras y comprase en el mismo supermercado y coincidiéramos en el cine o en la hamburguesería. Y ser dos indiferentes en un mundo reglado, normativizado.
Alguien dejó escrito: "Adiós a todo esto" Y es posible que saliera a recorrer otros cielos, otras tierras, otros mares etéreos o fieramente humanos. Y escapar de tanto tedio, tanto hastío, tanta devoradora rutina que encoge los corazones. Acabar y coger el primer tren hasta la frontera y atravesar otras geografías sólo intuidas hasta entonces en los mapas y descubrir nuevas gentes, agazapadas bajo la máscara de la crisis. Y creer que todo era posible: otros cielos, otros mares, otras tierras y que la luz de la felicidad vuelva a besarnos en la boca y calentarnos el corazón con dichas nuevas, aquellas que nos prometieron en los primeros tiempos.