XVIII
De niño me enseñaron
que del maíz venía mi estirpe generosa.
Que de todos los frutos de la tierra
este es el más sagrado
pues los dioses moldearon con su savia
el cuerpo de los hombres.
Nuevos dioses nos dicen
que todo aquello es falso
y debemos mirar hacia otros mundos
y aplacar en el brillo de los astros la sed de eternidad.
Yo prefiero voltear hacia mi ombligo,
buscar entre los surcos ya diluidos,
bajo mi luna falsa,
las divinas fronteras de Paxil-Cayalá,
donde la gran abuela Ixmucané
sigue acuñando hombres con sus manos.
Aunque los nuevos dioses
repitan incansables
que sólo somos sangre,
viento,
polvo…
XIX
Hallar el significado de la vida puede terminar en locura,
pero la vida sin significado es suplicio,
insomnio y deseos vacíos,
es un barco al que le es negado el mar.
Edgar Lee Masters
En vida fui el loco del pueblo.
Pero yo, José María Cruz,
cumplí fielmente con la demarcación de mi apellido:
Además de ser
–desde mi sonrisa idiota–
ave agorera de entierros y velorios
mi manía vesánica consistió en recordar
puntualmente
la fecha de ingreso a sepultura
de cada habitante del panteón local.
Chemita, fue mi nombre lunático.
Mientras los demás trabajaban,
soñaban,
hacían el amor,
yo recibía clases de difuntología,
memorizaba datos en la escuela del polvo.
Esa era mi locura.
Y era yo el obituario chocarrero
al que acudían los aburridos velantes
para cruzar en mi barca de sueños rotos
la senda necrológica.
Durante los últimos cincuenta años exequiales del pueblo,
de los que fui testigo inconmovible,
después del interfecto en galería
fui casi siempre el alma del suceso.
Hoy soy un colono más
de este lugar de sombras y extravío
que tantas fechas de ceniza me obsequió.
Sobre mi tumba,
como era de esperarse,
fue omitida la numerología.
El único dato que atestigua
mi paso por el mundo de los vivos
es el siguiente comentario:
Aquí yace Chemita
el demente más cuerdo de este pueblo.
