Las fiestas en occidente son idóneas para fomentar el suicidio.
Las fiestas patrocinadas por fabricantes de armas invisibles,
por supuesto, de destrucción masiva. En la canícula,
la tristeza y el sinsentido se tornan agresividad.
El hombre blanco occidental de clase media
sabe como autoagredirse sin meter mucha bulla.
En esta habitación de hotel, donde se supone
que debería ser feliz, mastico una venganza adolescente.
Contra quién o qué es lo de menos. La vida civilizada y el calor
son incompatibles. Todavía tengo crédito para seguir despedazándome.
Por si acaso, hablaré con mi banco. Salgo al balcón y veo pinos.
Recuerdo la película Anticristo, de Lars von Trier,
y sé que soy, pese a tanta cháchara, como el personaje que interpreta
Charlotte Gainsbourg. No la brisa o el olor del mar,
sino los insectos y las epidemias que se ocultan en las sombras
y en los recovecos de la naturaleza. El poder curativo del veneno,
escribí una vez. Debería haberle dicho alguna cosa a la rubia
de anoche. Recuerdo un verso de Cooper: Ojalá estas líneas
fueran rayas de cocaína, o algo así. La última vez
que me metí una raya fue en la boda de un amigo.
Acabé en un after jugando al futbolín con un travelo
mal rasurado. Ahora mi amigo está muerto y la rubia de anoche
debe dormir la borrachera. Contratar los servios de una prostituta
hubiese sido más rentable en términos económicos
y espirituales, si es que aún son cosas diferentes.