Si algo puso de relieve la Jornada Mundial de la Juventud celebrada el pasado mes en la capital de España es la envidiable salud de que goza la educación católica en todo el mundo. El grueso del contingente de los miles y miles de peregrinos llegados a Madrid estaba compuesto por jóvenes formados en las aulas de los numerosos centros –de enseñanza secundaria, sobre todo- regentados por la Iglesia.
Llama, asimismo, la atención las facilidades que todas las instituciones de un país, supuestamente laico y aconfesional, brindaron a sus organizadores: la consideración del evento como acto de interés nacional con generosas desgravaciones fiscales para sus patrocinadores –la incoherencia de escuchar la palabra de Dios esponsorizada por defraudadores fiscales y poderosos caballeros condenados a penas de cárcel, días después de alertar monseñor Rouco Varela que la crisis económica es en realidad una crisis ética, merece un capítulo aparte-, la pleitesía brindada al Papa por nuestros máximos dirigentes, el trato de privilegio concedido a los peregrinos ejemplificado en un sin fin de descuentos, atención sanitaria gratuita, por no hablar de la discriminación de los ímpetus policiales.
Pero hay un aspecto que, analizado en detalle, se revela especialmente sangrante: la puesta a disposición de los organizadores de la Jornada de las instalaciones y equipamientos de numerosos centros de la enseñanza pública: colegios e institutos que albergaron a una multitud de peregrinos, con los gastos de agua, de luz y de personal que ello conlleva.
La oferta, curiosamente, se materializó un mes después de que la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid anunciara con su habitual sigilo, vía fax remitido a cada director de instituto, sustanciales recortes en los presupuestos de los centros públicos de enseñanza secundaria para el curso que ahora comienza –hace dos años les tocó a los centros de primaria, es importante saber administrar la dosis. Recortes cuya magnitud, se calcula, afectarán a entre un diez y un quince por ciento de las plantillas de profesores.
Esto es, en el momento en que la Iglesia saca músculo y muestra su innegable poderío en la enseñanza privada –y concertada, una vez más todo son facilidades-, las instituciones españolas contribuyen a semejante alarde poniendo a su disposición la infraestructura de una, cada vez más maltrecha, enseñanza pública a la que ellas mismas parecen abocar al desahucio.
Algo así le trae a uno a la memoria la parábola aquella de que, si le golpean, el buen cristiano siempre pone la otra mejilla. Pero algo se me debió escapar porque esta vez a la vista está que las bofetadas se las ha llevado todas el de enfrente, el más débil.
No cabe duda de que el Papa y su séquito tenían motivos sobrados para celebraciones. Lo que no se entiende tan bien es que lo hiciera entre el entusiasmo de nuestras autoridades y que éstas descalificaran con firmeza cualquier atisbo de crítica.
Es, quizás, lo que tiene el tomarse a estas alturas las cosas literales. Al final, resultó que no era tanto una cuestión de mejilla como de morro.
