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ISSN 1989-4163

NUMERO 15 - SEPTIEMBRE 2010

La Montaña

Paco Piquer

            Trepo por una montaña que nunca he hollado. Una montaña irreal que tan sólo existe  en mis sueños. Descalzo, piso hierba áspera y fresca. Guijarros asesinos maltratan mis pies mientras el terreno se va escarpando. Si mis ojos se elevan hacia su cumbre, la adivino entre nubes grises que la ocultan a mi vista. Si retroceden hacia el valle, siento que estoy abandonando mi vida anterior. Me siento en un paréntesis entre el pasado y el futuro. La cumbre es ese futuro misterioso. La hierba, los guijarros, todo mi presente. El valle, borroso entre la neblina, un pasado próximo del que huyo. Siento frío. Un viento crudo azota mi rostro. Me siento ridículo en mi traje de Armani gris. Perfecto hasta ahora; la envoltura apropiada para destacar en los ambientes en que me he movido hasta hace un instante. Pura pretensión estúpida.  Sombrías encinas me invitan a refugiarme en un bosque cercano. Sus ramas componen gestos grotescos cargados de significados. Miedo, hastío, deseo, hambre. Me desnudo, me desprendo de mi coraza de marca, que ha perdido todo su valor. Necesito ponerme a cuatro patas, regresar al animal primitivo que llevo dentro. Olisqueo la tierra. Escarbo. Destrozo mis uñas. La supervivencia está en las bayas, en las raíces, en el agua que fluye en un riachuelo que presiento cerca. Intuyo la noche. El pavor a la oscuridad agarrota mis miembros entumecidos. Una voz. He escuchado una voz entre los árboles negros. La busco. Una niña aparece en la espesura. Canta. Viste una especie de caperuza roja.

            - ¿Eres el lobo? – pregunta.

            - ¿Tengo, acaso, ese aspecto? – La miro con la desesperación de no saber quien soy.

            - Sí – responde –. Eres el lobo.

            Miro mis manos. Pezuñas negras donde antes había delicados dedos.  

            - ¿Y qué se supone que debo hacer ahora?

            Su respuesta no me sorprende.

            – Te haré preguntas estúpidas sobre el tamaño de tus dientes y de tus orejas. Te llevaré a mi casa y te prepararé un té.

           Falta algo. Falta algo – me digo.

– ¿Y la abuelita? – pregunto.

            Se quita la caperuza y la arroja con rabia contra el suelo.

            - ¡La abuelita! ¡Siempre la abuelita! ¿Es qué no sabéis ser más originales?

            Desaparece. Quedo solo en la espesura. Me tumbo en el suelo, me invade un sopor brutal. Despierto. Algo ha golpeado mi rostro. Un libro. Unas manos menudas me zarandean.

            - ¡Papi! ¡Papi! Te has quedado dormido. Termina de leerme el cuento. ¿Qué pasa con la abuelita?

            Mi mujer entra en la habitación de la niña.

            - ¡Qué vergüenza! Ni de leerle un cuento a la niña eres capaz.

            No respondo. No tengo ganas de discutir. Me voy a la cama. Mañana firmaré una regulación de empleo que dejará en la calle a quinientas personas.

            Recuerdo vagamente el sueño.

            La cumbre entre brumas, el valle en la neblina…

Rafel Bestard

 

Imagen: Rafel Bestard

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