La casa donde pasamos todos los veranos se levanta mirando al mar entre jardines y árboles de pita. Allí, año tras año, nos entregamos al perezoso oficio de los veraneantes. Vencidos por el calor, aquí, la actividad es mínima: largas siestas, horas de lectura, baños en el mar...quizá la visita de algún vecino que sigue el mismo régimen de vida. Más tarde, veladas que se prolongan y que terminan de madrugada. Vemos películas, hablamos de cualquier cosa, dormitamos en el salón oyendo de lejos el rumor de las olas...
Mi madre me relata la historia familiar. Se remonta hasta un tiempo que no está en sus recuerdos, hace un esfuerzo de memoria para desempolvar viejas anécdotas oídas a sus mayores y, sin saberlo, me nombra albacea del secreto de varias generaciones: mi abuelo fue pirata.
Mi abuelo tuvo hijos y también nietos varones, pero sólo yo, una mujer, una nieta hembra, conozco su secreto. Solo yo sé quien fue mi abuelo antes de convertirse en un querido y respetable padre de familia conocido en la sociedad de su pequeña ciudad de provincias. Solo yo sé que antes de todo eso, había sido miembro de la Hermandad de la Costa, que había vivido en Cuba y en Nueva York al margen de la ley. Los hijos y las hijas vivieron otra historia, y ahora se han hecho mayores en la ausencia de un padre constantemente nombrado y de una madre que era dura como el tronco de un árbol. Los padres nunca son como los hijos quieren. Y los hijos nunca son como quieren los padres.
Mientras mi madre habla, recuerda y re-crea el pasado, mi padre pasea en silencio. Recorre la casa de arriba a abajo, sale al jardín, cruza la calle. Camina pensativo, ausente, con las manos cruzadas a la espalda. Mi padre está siempre ausente, y presente. Pasa muchas horas solo, aparece y desaparece del lugar en donde estamos los demás, se retira a su habitación, se sienta a leer en la galería junto al porche, hace visitas fugaces a la playa, se protege del sol. Es un hombre en permanente lucha consigo mismo, y con su circunstancia. El no habla de su familia. La familia de mi padre es la familia del silencio. La familia de la que no se heredan historias. Nada sé, apenas, de la familia de mi padre ¿ Cuál será su secreto? Camina silencioso por la casa. Esconde la mirada en sus revistas científicas, me explica alguna de las fórmulas matemáticas de los poemas de Fernández Mallo que está leyendo por recomendación mía y estudia la letra pequeña de todos los periódicos.
Mi madre, fiel a la tradición más antigua que nos define a los seres humanos, sigue hablando, para que nada de lo que ha vivido esta familia carezca de sentido. Como un gran director teatral re-ordena el mundo que la rodea tal y como ella cree que debería ser, bello, armónico, y correcto. Mi padre habla de otra manera; se nombra a si mismo en su silencio, encuentra su lenguaje en la ausencia de palabras. El cree que la vida le marca un pulso jugando con la ventaja de una victoria anunciada, y por eso calla, pero su rostro habla con la elocuencia de un mimo . Y yo, cuando tropiezo, viajo desde el drama hacia la oscuridad más profunda, porque soy hija de los dos, y soy de los dos por igual.
Entre la derrota y lo imposible, trabajo en el desarrollo de mis habilidades como funámbula.¿ Acaso no es este un buen trabajo en el que emplear una vida?