PRIMERO está la minuciosa construcción de las trampas en virtud de las características de las futuras presas. Algunas de estas trampas son burdas, otras de una altísima sutileza, apenas leves artefactos casi incorpóreos fundidos con el aire.
SEGUNDO, tras la espera, la revisión del paisaje, en un detenido reconocimiento de la zona se localizan diez lazos metálicos colocados en círculo en una superficie de 800 metros alrededor de un cebadero de estructura vegetal en forma de cesto parcialmente hundido en la tierra, en cuyo interior se observan despieces de cuerpos de aves de granja, también restos óseos y cárnicos de otros animales en estado de descomposición.
TERCERO, una vez la presa ha caído en alguna de las trampas el cazador la olvida, luego, pasado el tiempo regresa y con gesto rutinario, fatigado, libera al animal muerto del engranaje que le aprisionaba y lo arroja de cualquier forma al cebadero de estructura vegetal en forma de cesto parcialmente hundido en la tierra, en cuyo interior se acumulan despieces de cuerpos de aves de granja, restos óseos y cárnicos en estado de descomposición.
(Relato perteneciente al libro de Julia Otxoa “Un extraño envío”, Ediciones Menoscuarto, Palencia, 2006 )