Alekséi Maksímovich Péshkov (1868-1936), obrero y vagabundo en su juventud, aprovecharía luego estas experiencias para tejer una obra narrativa áspera y socialmente comprometida que refleja todas las miserias de la sociedad rusa del antiguo régimen, desde la pequeña burguesía a los obreros y muzhiks. Años después, el idealista que escogió al empezar su carrera literaria el nombre de Gorki (el amargo), se vería encumbrado como patriarca de las letras soviéticas en un triste papel no exento de dudas y contradicciones. En todo caso, es la suya una trayectoria jalonada por algunas obras que han entrado por derecho propio en la historia de la literatura universal. Tomás Gordeieff (1898) corresponde a la época en que un autor aún joven, pero ya bien conocido por sus relatos breves, pasa a elaborar proyectos narrativos más extensos y ambiciosos. Tomás pertenece a la pequeña burguesía de una ciudad de provincias y su trayectoria vital está marcada por una percepción aguda del sinsentido de la vida a la que se siente abocado por su procedencia social, con su culto a los falsos dioses del dinero y la posición social. Este sentimiento va acompañado además de un cuestionamiento dramático del sentido de su propia existencia, creando contradicciones fatales que lo llevarán a la locura. Es ésta una obra de juventud de Gorki, pero que tiene ya toda la fuerza de las grandes obras de su madurez y transmite fielmente su desesperanzada visión del mundo que le tocó vivir. Veintisiete letras rescata en esta edición la traducción elaborada por Rubén Darío en 1902.