En verano, compartimos espacio, tiempo y demás inclemencias con personas que no vemos durante el resto del año y que si lo hacemos es un ratito en un encuentro casual o provocado, pero que apenas dura lo necesario para intercambiar sonrisas, frases hechas y convencionalismos al uso. Todo de lo más educado y socialmente establecido. Pero cuando llega el verano, esas personas se convierten en habituales compañeros de fatigas y aunque el roce hace el cariño, también hace que nos odiemos a muerte y que nos hagamos la vida imposible cuando la convivencia, la competencia y los calores nos desquician.
Me resultaría muy fácil contar alguna experiencia personal, y no voy ha hacerlo. Voy a contar algo con lo que probablemente muchos os sintáis identificados, porque ocurre y no tiene remedio. La clase social, la educación, le pone ciertos matices, “sutilezas”, pero meticones y cotillas malintencionados hay en todas partes. Personas con las que no nos une ningún vínculo estrecho, ni familiar, ni amistoso; simples conocidos, que de repente, se creen con el derecho de interrogar, de inmiscuirse, de aconsejar y anular o intentarlo al menos, a un prójimo que en un primer momento se muestra cordial, educado y que más tarde casi ha de salir corriendo...
Las comunidades de vecinos, las urbanizaciones pequeñas, son un caldo de cultivo perfecto para este tipo de personas cuya curiosidad, falta de prudencia y de respeto, son implacables. Preguntar y preguntar... El caso más llamativo y escandaloso, es cuando estas personas, al no atreverse con algunos adultos que no les entran al trapo, en cuanto se cruzan con un menor, hijo pequeño de éstos, atacan sin piedad pretendiendo así saciar sus ansias de conocimiento ajeno...
-¿Cómo es qué no ha venido tu padre? ¿Se murió tu abuela? ¿Salió tu tío de la cárcel? ¿Ya tiene trabajo el novio de tu madre? ¿Tenéis alquilado el piso de Madrid? El coche nuevo, es de segunda mano ¿no? ¡Qué bikini más mono! Vi uno igual en los chinos...
Perlas similares con las que acribillan sin piedad estos delincuentes, saqueadores de la inocencia, que son habituales en parques, piscinas, rellanos... Y que en cuanto el adulto se da la vuelta, con una gracieta a la criatura, con una chuche, consiguen su objetivo.
Cuando el niñ@ lo cuenta, cosa que sucede en pocos casos, al adulto le hierve la sangre y las posibilidades de que se líe parda son muchas. Si los aludidos piden explicaciones y le dicen al o la metiche que se meta la lengua, ahí..., pierden los papeles y no merece la pena. Siempre lo va a negar. Además, la credibilidad de un niño ya sabemos que es más bien escasa (no entiendo el porqué)... Lo más eficaz y menos traumático en mi opinión, es darle una charla al infante en cuestión advirtiéndole que durante la vida se va a encontrar especímenes de estas y similares características. Que hay veces, que no se puede decir la verdad y nada más que la verdad, sino que a estas personas repugnantes que abusan del más débil, hay que mentirles siempre.