Le había costado su mísera fortuna. Pero era una cosa, el dinero, que ante tanto dolor, le parecía intrascendente.
Una guerra de por medio. Nadie llega a comprenderlas. Cómo algo que da pie a tantas rupturas puede gustar a la humanidad.
Su mente distraía la fecha, puede que fuese a mediados de 1914. Fueron cuatro años intensos donde lo más cerca que estuvo de su casa, en Viena, fue en territorio francés.
Pero de eso hace tanto, tanto, tanto. Tanto como aquel amor. En ese punto la cabeza se mantenía fresca.
Heike tenía las rasgos dulces, el pelo como algodón de azucar. Eran jóvenes, bellos y se amaban. Sobre todo se amaban, y de eso tuvo que percatarse aquel pintor, un día, en los jardines del Volksgarten, cuando entrelazaban sus dedos.
Aquello sería cuatro o cinco años antes de la dichosa contienda. La primera guerra mundial. Al fin de la misma, volvió con ansia, deseoso de ella, de su aroma, de sus recovecos, de los grillos de sus ojos. Pero ni rastro, ni entonces, ni nunca. Tampoco de aquel pintor austriaco que se terminaría haciendo famoso.
Jóvenes con juventud arrebatada.
No tendría más de 20 años al retornar del conflicto. Ahora caminaba con paso inseguro, solo y sin miedo, donde Heike le estaría esperando.
Así había dilapidado sus míseros ahorros los últimos años de su vida. Los últimos quince años.
En pagar la entrada del museo, y poder acariciar con la mirada los centímetros de piel, piel que tanto amó, en el cuadro que ese tal Klimt pintó, cuatro años antes de ir a la guerra, y que tituló "El Beso". Donde Heike era Heike, y el que estaba de espaldas no era él.