Sobre la organización, el acceso a las salas, los comportamientos, la educación y algún dato comentado...
APLAUSOS. Para los lectores que no han tenido la oportunidad de acudir al Zinemaldi donostiarra, les pongo en antecedentes. En las proyecciones de la sección oficial a concurso – y en la sección Perlak, que recoge películas destacadas o premiadas en otros festivales, desconozco si se da el caso en otras secciones- se ha convertido en costumbre aplaudir o, más bien, palmear rítmicamente antes de la proyección, cuando aparece en pantalla el vídeo o cabecera que anuncia la sección a la que pertenece la película. Solo participa una minoría del público, apenas duran unos segundos, supongo que es un toque lúdico y quienes lo hacen lo entienden como un pequeño sello de identidad… no me gusta, como no me gusta que los miembros de una tamborrada bailen.
ENTRADAS NUMERADAS. No recordaba lo de las entradas numeradas que, si no me equivoco, se puso en marcha en la edición de 2021. Maravilla, aplauso, reverencia y beso en los morros a Jose Luis Rebordinos y cía. Esto es otra cosa, así sí. Zinemaldi 2.0. No eran de recibo las colas kilométricas para entrar a los cines, los cartelitos que diferenciaban las colas entre “prensa” e “industria”, con preferencia de una sobre otra, etc. Seleccionas la película y la butaca y accedes a la sala con el tiempo previo que quieras o puedas permitirte.
DE LLEGADAS A DESHORAS. La impuntualidad se paga. El que llega tarde se queda fuera. Tan simple, tan sencillo, tan exigible para con el resto de espectadores, que han llegado a tiempo y están sentados en sus butacas a la hora prevista para el inicio de la proyección. ¿Cómo hacerlo? Con la segunda llamada -timbre- se impide el acceso a la sala.
DE ABANDONOS Y BUTACAS. La proyección ha comenzado, la peli ¡uf! cómo me está costando, qué ladrillo, un bodrio infumable, ¡me voy!… de eso nada, te la comes sin rechistar, la sufres en silencio, como las hemorroides, igual que va para dentro el plato de brócoli cuando vas a comer a casa ajena. Y no solo por la distorsión y distracción que genera una persona caminando pasillo abajo y luego rampa arriba hasta abandonar el recinto; también o tanto más, por el ruido que hace el asiento de la butaca abandonada al golpear su respaldo ya que, no cabe esperar de quien huye cobardemente, que muestre la educación de levantarse sujetando el asiento para contener su elevación de golpe contra el respaldo. Y es que, el ascenso amortiguado del asiento, al estilo de la bajada de las tapas de los water modernos, sería demasiado pedir.
MÓVILES. Se pide, se solicita, se ruega, por activa y por pasiva, antes de cada proyección, con un resultón anuncio patrocinado por Audi -emojis incluidos- que se apaguen los teléfonos antes del inicio de la película y, ni por esas, es inevitable el timbrecito de al menos uno de ellos en cada sesión. Mención aparte -quizá aún más grave- porque entre mil o mil quinientos asistentes siempre cabe la posibilidad de un despistado que olvidó activar el modo avión, los espectadores que consultan el dispositivo en cada proyección -para ver la hora, ojear el wapp o comprobar si han recibido una llamada-, sin ser conscientes, por mucho que lo hagan de tapadillo, que la pantalla iluminada del teléfono actúa como un foco en medio de la oscuridad de una sala grande como el K1.
LA ANÉCDOTA: Junto a mí, tres castalleno-leoneses. Lo sé porque han debido coincidir en localidades contiguas en alguna otra proyección y comentan con gracia que les ponen a ellos juntos. Uno de ellos -son dos hombres y una mujer- comenta: “¡Las cuatro de la tarde y esto lleno para ver una película! Da igual un lunes a las cuatro de la tarde en el K1 para ver una película de la sección oficial, que un domingo a las ocho de la mañana en el Teatro Victoria Eugenia, que un jueves a las diez de la noche en Tabakalera o el Trueba para ver un documental de Culinary Zinema. La gente llena las salas, acude al “Evento” en masa. Hay muchas ganas de cine, de sarao, de fiesta cinematográfica y más, en esta septuagésima edición, la de la vuelta a la normalidad.
EL DATO: ciento cincuenta mil personas han acudido al Zinemaldi en esta edición de 2022.
EL OTRO DATO: mientras el Festival triunfa un año más, las salas de cine comerciales languidecen, con datos cada vez peores -un 40% menos de espectadores que en 2019, último año prepandémico-. Las plataformas digitales han entrado en el negocio como elefante en cacharrería, los jóvenes siguen quejándose de que las entradas son caras, la piratería de productos audiovisuales campa a sus anchas… ahora llega la “semana del cine”, con precios populares, pero apenas supone una bocanada de aire fresco, qué pasa el resto del año. Urge una reinvención, hay que modificar, readaptar el modelo de negocio.
LA DECLARACIÓN: “San Sebastian es una ciudad que vive el cine todo el año, tiene un tipo de ciudadanos y ciudadanas que cree que el Festival es de ellos, lo cual es cierto, y su implicación con este Festival es muy grande y no se entendería sin ella.” (Jose Luis Rebordinos, Director del Zinemaldi)
LA PARADOJA: Es cierto que la ciudad vive el cine todo el año, pero las salas subsisten a duras penas.