“Ahora que mis sueños van cayendo uno por uno”. POLANSKY Y EL ARDOR
-Amor mío de mi vida esplendorosa fulgurante, gloriosa y no exenta de euforia incontenida, es decir, Nene. Acuéstate sobre tu lado izquierdo, yo sobre mi derecho. Mañana nos despertaremos. Y procura soñar en voz alta, si es posible con megáfono de corteza de abedul, de los de antes. Me ayuda a dormir de manera entretenida.
- Buenas noches, amor mío de mi vida esplendorosa, fulgurante y no exenta de euforia incontenida, es decir, Nena. Quizás sí que desearía matizar y dramatizar de manera onírica ciertos puntos, reflexiones y vivencias totalmente improbables pero no ello imposibles, ahora que compruebo que estás profundamente dormida, quizás precozmente en fase REM. ¿Qué es lo que cabe en un sueño? ¿Se caen los sueños por su propio peso o son como vasos comunicantes? Te contaré. El oso de peluche repetía en bucle: “sueño, no sueño, sueño…” Pero no puedo probarlo. Sé que quisieras, el doble, el triple, el cuádruple, el múltiplo de la noche elevado a la máxima potencia pero las circunstancias aliadas con los elementos, son anticipos de armisticios. Guerra, guerra, guerra. Bostezo, bostezo, bostezo. Quisiera contarte, no, historiarte algo. Hay un juego de cartas pero no hay jugadores. Eso es imposible, correcto. Hay jugadores pero no hay cartas. Eso sí que es verosímil. Asumo con sentido de culpabilidad más allá de lo tolerable pero por otra parte cabizmundo por mi comportamiento de esta tarde tirando a crepúsculo adosado a la nocturnidad. Un hombre. Un hombre no se reconoce a sí mismo al otro lado del escaparate hasta que no barre los cristales rotos. Un hombre que se viste sin dormir no es apto para distinguir el vino del agua del pozo de la boda de Canaán. Buen karaoke, por cierto. Cuando todo se imita nos olvidamos de que hemos bebido demasiado y de que las versiones originales también son absolutamente incluso más olvidables. No sueño, sueño, no sueño. Ciertamente desentoné la canción “Change” de John Lee Hooker, pero era mi versión de ver el mundo bajo los efectos del alcohol. Cosas de bodas. ¿Te acuerdas de aquel viejo libro, “Bestias enamoradas”?, creo que se llamaba. Yo era el Yeti pero no me encontraron porque te buscaba a ti como buen abominable hombre de las nieves. O cuando captamos en Las Negras del Cabo de Gata el rayo verde del solsticio de verano con una polaroid de los años 70. Buena época. Entonces jugábamos a las aliteraciones. Yo empezaba: “Suavísimas tormentas insinuando la siembra de la sombra de su sedosa tiniebla. Eso es ser simiente de la sierpes que surcan los sumideros de mis senderos tiernamente.” Y tú acababas como siempre ganando: “¿Miente la mantis mientras se muda con su manta de dormir al macho?” Bueno, ¿sueño, no sueño, sueño? Vuelvo a preguntarlo y con el megáfono a todo volumen para enfatizar el protocolo: ¿Qué es lo que cabe en un sueño? ¿Se caen los sueños por su propio peso o son como vasos comunicantes?
- Buenos días, nene. ¿Has dormido o soñado?
- No puedo probar ambas cosas con hechos fehacientes.
- ¿Te has acostado sobre tu lado izquierdo? Mira, está ahí el oso de peluche que olvidaste en el karaoke en Canaán. El que repetía en bucle. “Sueño, no sueño, sueño”. Y así hasta todos los múltiplos de nuestras noches elevadas a la máxima potencia. Por cierto, actualiza tu megáfono.