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ISSN 1989-4163

NUMERO 136 - OCTUBRE 2022

 

Javier Marías, Rey de Redonda

David Torres

Javier Marías ha tenido la desgracia de morirse unos días después de la reina Isabel II de Inglaterra, un maremoto mortuorio que ha anegado cualquier otro fallecimiento y ha opacado todas las demás noticias, no digamos ya los obituarios fúnebres sobre un escritor en un país tan poco literario como España. Aquí la reina de Tabarnia, Isabel Díaz Ayuso, se apresuró a decretar tres días de duelo por una soberana extranjera y completamente ajena a la cultura madrileña, mientras que, a las siete de la tarde de hoy domingo, once de septiembre, apenas ha tenido tiempo siquiera de tuitear un mensaje de condolencia por la muerte de un auténtico rey, un monarca de las letras hispánicas, el rey de Redonda.

Lo del Reino del Redonda es una especie de broma literaria que Marías relató en Negra espalda del tiempo, un volumen de 1998 en el que juega con ciertos detalles autobiográficos, se adentra en las entrañas de su novela Todas las almas y se adelanta varias décadas al auge de la llamada autoficción en castellano. Con la excusa de esa monarquía ficticia, Javier Marías se dedicó a otorgar títulos nobiliarios a diversas personalidades de la cultura española y mundial, empezando por el cineasta Pedro Almodóvar y el poeta John Ashbery, y siguiendo por un puñado de cineastas, artistas, escritores e intelectuales entre los que se cuentan Francis Ford Coppola, Fernando Savater, Ian Michael, Antonio Lobo Antunes, John Coetzee, Alice Munro, Antony Beevor, Umberto Eco, George Steiner, Milan Kundera, Mario Vargas Llosa o Ray Bradbury. Si tengo que elegir entre la monarquía británica y el Reino de Redonda, no tengo la menor duda de dónde están mis simpatías.

Vaya por delante la verdad: no me gustan las novelas de Javier Marías, más aun, no las soporto, una animadversión que comparto con varios amigos íntimos, pero que verdaderamente no importa. Esa exasperación que algunos sentimos al enfrentarnos a una página de Corazón tan blanco o de Mañana en la batalla piensa en mí, puede ser, con toda seguridad, una carencia nuestra, pero también la certeza de que hemos topado con un escritor de pura raza, un novelista poseedor no sólo de un estilo sino de un mundo propio. Por lo demás, de alguien bendecido por toda la crítica internacional, candidato al premio Nobel, merecedor del premio Rómulo Gallegos, del Nelly Sachs, del Formentor y del Fastenrath entre varios galardones nacionales e internacionales, sólo cabe asegurar que la equivocación es toda nuestra.

En el prólogo de uno de los libros suyos que adoro sin reservas, Vidas escritas, Marías explica que ha preferido glosar únicamente autores extranjeros muertos, y entre las razones por las que no ha incluido ningún español se detecta una nota de tristeza cuando señala las "numeradas y variadas ocasiones en que se me ha negado la españolidad por parte de algunos críticos y colegas indígenas (tanto en lo que se refiere a la lengua como a la literatura como casi a la ciudadanía)". El libro es una imperecedera colección de retratos literarios, un panteón de escritores perfectos entre los que se cuentan algunos de sus ídolos mayores -Conrad, Faulkner, Nabokov- y algunos otros que no le caen simpáticos -Thomas Mann, Mishima-. No sólo rezuma sabiduría y pasión por la literatura en cada frase y en cada página, sino que remacha la evidencia de que Marías es un traductor de primera clase, algo que demuestran sus versiones de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, la magna novela de Laurence Sterne; de Autorretrato en espejo convexo, el prodigioso poema de John Ashbery; o de El espejo del mar, el fabuloso libro de memorias marineras de Joseph Conrad.

De esa paciente labor de traductor proviene, creo, la sospecha de que el lenguaje es una herramienta resbaladiza y peligrosa, un artificio en perpetua mutación que hace de su narrativa un terreno de arenas movedizas. Pienso ahora, al releer el impresionante comienzo de Corazón tan blanco (ese padre que acaba de oír la detonación de la pistola con que se ha matado su hija y que no sabe qué hacer con el bocado que se ha metido en la boca) que probablemente yo haya leído mal a Marías, que probablemente no haya sabido leerlo. En cualquier caso, eso poco importa.

 

 

 


 

 

Javier Marías

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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