«Las estrellas de neutrones muy densos
Las estrellas para darte un beso
Estrellas blancas enanas
No conocemos más que una pequeña
parte del universo
Y yo conozco tu boca entera»
Técnica y llanto: «Las estrellas»
Carlos Edmundo de Ory
«Esta ansiedad dando rugidos,
el hambre de sus dientes
encerrada la angustia mordiendo
entre las entrañas de la nuez del Tiempo»: Silbo de un jardín sin delicias
Illes Balears: verano de 1979: a Pilar, Madrid: verano de 2020
Me aprendí tu boca de memoria
Cada palabra entre dientes
La bóveda inicial de tu comisura
El aliento de yeso contra mi pecho
La cal viva de mis hambrientos dientes
El tamaño de tus palabras, de tu lengua
La solidez innata de tus besos
Autóctono maná sin desiertos
Cuando tu silencio me vigilaba silente.
No conocemos más que una pequeña
parte del universo
por muchos viajes en wasaps
que hayamos escrito
por mucho mapa con vehementes carreteras
por muchas faldas de La Alpujarra
o vaqueras
por muchos libros que estragamos
por muchos desayunos
que festejábamos desnudos
de pan caliente y mermelada el cuerpo,
membrillo fijo en el hambre de tu boca,
al anhelo de tus dientes.
Pero conozco tu boca entera,
Así, con el paso desmedido de los besos,
Con la puntualidad antojadiza del tiempo,
Con el color de las tartas de los cumpleaños,
Con la mirada estrábica ante el temor a los cuerpos
Como aquel dolor de los caballos de Aquiles
Que se echaron a llorar —como ahora lloramos—
Cuando vieron el cadáver de Patroclo,
—como nos sintióC. P. Cavafis—
Cuando me miro a través de estos ojos declinantes.
Las estrellas que debimos escalar
Para darnos un beso en verano,
Y el mar se separaba de nosotros y,
Sobre un puente callado de barcos,
La fuerza de la lejanía nos echaba una mano
al cuello. Un beso aquel verano que,
Para colmo, ni era San Juan, ni había hogueras,
Solo noche, el recelo entre oscuridades,
Advertencias de un bocado blando,
El hambre de tus dientes,
La playa desnuda como un ser entero,
El alba, lento peregrinaje, sus muslos
Tan tímidos como implacables de sanguina luz,
Amanecer mareas, deseos somorgujados, nítido
Porque
Nadie puede lavarse
Las manos en el mar Egeo
—Sí, por muchas Violetas del Egeo
Que empeñé, sin fondos, en regar.
Al hambre de mis dientes
Me aprendí tu boca de memoria.
«Nadie puede lavarse
Las manos en el mar Egeo»: Versos a un poeta griego
Jaime García Terrés