Cuando leas esto, el otoño estará de vuelta. Ahora, mientras tecleo, sigue siendo verano. Si miro por la ventana, puedo ver la piscina de los vecinos. Pese al calor que ha hecho hoy, se diría inservible, en pleno letargo. Hay un aire de despedida que lo impregna todo. Le debemos tanto al verano. Los recuerdos llegan a ráfagas. Es otra piscina, creo que en Santa Ponça, pero no estoy seguro. ¿De quién es ese chalet? ¿Qué hacemos allí? Un grupo de chavales estamos nadando. Hay chicos y chicas. Debemos tener unos doce años. Nos perseguimos, hacemos el tonto. Cuando Amelia, la hermana mayor de uno de mis amigos, va a salir de la piscina, alguien le agarra del bikini y tira para abajo y yo puedo verle el vello oscuro y eso me deja medio loco, sin capacidad de pensar en nada que no sea ese nubarrón fascinante. También recuerdo la vez que fui a buscar a mi amigo Paolo. Su madre, una italiana extrovertida, eternamente bronceada, me abrió la puerta con los pechos al aire. Ciao, Javi, entra, Paolo è in camera sua. Y yo entré, claro, fueron muchas las veces que entré en esa casa con mi imaginación. Tantas cosas ocurrieron en verano. Addio, amore. Aún no te has ido y ya te echamos de menos.