Eres señora deseada en todas las estancias sociales de este andamio carcomido por dentro. Desde el currante que se deja los fines de semana su esfuerzo y parte de su sueldo en adoración al magnífico polvo blanco hasta el alto ejecutivo, el banquero, el empresario, el político, el periodista cuyas vidas no se satisfacen por el simple hecho de vivir. Tu mujer ya no es compañera de viaje, tus compañeros de trabajo un latazo hipócrita que estás harto de soportar, tus hijos, esos pequeños dictadores, dueños y señores del mando y sus caprichos.
La dama blanca cuarteada y no siempre limpia en su esencia para aumentar las dosis y el suministro. Espolvoreada, en hermosas líneas horizontales alineadas con la tarjeta de crédito o la de gasolina o la del triángulo verde. Señal de tu éxito momentáneo, éxtasis de fulgor, vigor, energía ilimitada. La felicidad convertida en polvo blanco a cincuenta euros el gramo para transportarte a otros mundos fuera de éste que ya te aburre. Decepcionado, te sientes desasido de sus amarras de cada día. Esta vida que con sus inquietudes y asechanzas te atrapa menos... El mundo es mentira; los abrazos, los besos son una farsa que ya no crees. Buscas cada vez más la felicidad blanca del momento que hará gruyeré tu cerebro. Ya no es de tu importancia. Casi nada o nada es relevante. Ni la familia, los amores, los amigos y menos los vecinos. Sólo el preciado néctar blanco, fruto de tus desvelos, de tus noches ojipláticas, desarboladas e hirientes cuando el camello no te suministra la dosis suficiente para ingresar en tu tribu de farloperos. El alimento necesario y creciente que te demanda, te exige tu cerebro, tu cuerpo en petición del esnifamiento necesario. Cada vez demandas más para estar mejor, con más humor, mejor vigor para enfrentarte a la amenaza del día que te cae como una losa.
Dices, te susurras que eres fuerte, que controlas, que no te dominará... Conoces tus límites y la blancura feliz no te limitará. Sabes por dentro que te mientes: cada día buscas más para sentirte en forma, aguantar el rutinario peso de la jornada. El sinsentido de una mujer que ya no amas, las exigencias de unos hijos que no entiendes ni te entienden, la amante que envía dardos como ultimátums...
El mundo, la vida de todos los días te resulta un ejercicio de difícil precisión si no esnifas a madame cocaine y galopa por tus circunvoluciones, por tus arterias y venas, por los ventiladores de tus pulmones, por tu miembro que sientes más potente y duradero cuando lo bendice el ataráxico maná blanco.
Tus cuentas menguan. El camello y su jefe el narco enriquecen sus arcas a tu costa y tu mujer está más irritable, tus hijos más a la defensiva, tus compañeros más sarcásticos... Signo del presagio que viene. El hundimiento de tu barco vital.
Estás seguro que no caerás. Tú no lo ves pero cada día estás más ansioso cuando no navegas por tu mar perdido de polvo blanco. La vida te parece más oscura, triste... El absurdo se apodera de tu pensamiento, de tu sentir. No puedes caer como se hundían los heroinómanos en los 80 con el caballo. Tú no eres de esos que compartían jeringuillas y la muerte cabalgaba a trote de sobredosis e infecciones de un bicho mortal. Con Madame Cocaine, no. Es inofensiva, sin contraindicaciones a tu estabilidad física y emocional. Tú eres fuerte. Hábil y preparado para resistir los embates de este monstruo inquietante y extraño llamado sociedad. La derrota, la pérdida no entran en tu diccionario.
Te resistes pero Madame Cocaine te gana el terreno. Ahora ansías meterte más dosis diaria para sentirte bien. En forma y ganas de seguir en este universo mundo sin sentido si te cosquillea la caricia del polvo blanco en tu ser.
Tu mujer te ha planteado una demanda de divorcio, una petición de separación de tus hijos y la custodia para ella. Ellos ya no quieren verte. El tirano eres tú. Tu amante te ha abandonado por otro con mayor caché y proyección. Tú te estás convirtiendo en otro camello para poder canjear tus dosis multiplicadas, tu cuenta saqueada. Has iniciado el camino de la triunfante arribada a Madame Cocaine con destino hacia tu autodestrucción.
Y dices que puedes salir cuando quieras. Te miras al espejo y te ves más solo, más arrugado, encorvado mientras el cristal te devuelve una sonrisa burlona de sarcasmo.
“Manaña saldré y esto sólo será un sueño, una larga y extraña duermevela que no es cierta...”