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ISSN 1989-4163

NUMERO 116 - OCTUBRE 2020

 

Episodio 11 - ¡Tierra!

Bel Carrasco

Isla Solaz

 

La brisa que sopla desde el mar mitiga el impacto de un sol implacable. Rodeada de un círculo de niños sentados en la playa, Daenerys imparte su primera lección. Dibuja sobre la arena el mapa de Poniente y mediante conchas y piedras explica la situación de las ciudades y castillos más importantes. Están tan concentrados que no perciben la llegada de Gusano Gris hasta que éste saluda.

Gusano Gris—Daenerys, acaba de llegar un cuervo desde Desembarco del Rey con un mensaje para vos.

Daenerys—¡Imposible! Es imposible que un cuervo cubra la distancia que nos separa de Desembarco. Ni siquiera mis dragones podrían hacerlo de una tirada.

GG—Cierto. La misiva procede de allí pero el ave que la ha traído viene de más cerca, de algún cuervario del sur.

D.—¿Cuervario? ¡Nunca oí esa palabra!

GG.—Se llaman así unos puestos que disponen de cuervos entrenados para volar a gran velocidad y sin extraviarse. Están situados en rutas que conectan los puntos claves de los Seis Reinos y funcionan de forma parecida a las postas de la caballería. Cuando llega un cuervo cansado, el encargado del puesto traslada el mensaje a otro que lo sustituye, y prosigue el camino hasta el próximo cuervario. Fue una idea del maestre Samwel Tarly para mejorar las comunicaciones.

D.—Muy ingenioso. Veamos lo que dice el mensaje,..debe ser de Sir Davos.

A medida que lee, su rostro se ensombrece. Frunce el ceño, aprieta los labios y, furiosa tira el pergamino al suelo y lo patea hasta enterrarlo en la arena. Los niños y Gusano Gris  contemplan pasmados su transfiguración.

D.—¡Qué desfachatez! ¡Qué ignominia! ¡Ese arrogante enano se atreve a pedirme que le ceda mis dragones para una guerra que, seguramente él mismo habrá provocado!

A grandes zancadas Daenerys se dirige a su cabaña, situada detrás del cordón de dunas, una pintoresca construcción pintada de amarillo y blanco, con hileras de macetas de geranios en los alféizares. La furia que le embarga se disipa cuando ve a un hombre alto plantado en el porche como un centinela a la espera de un acontecimiento importante que cambiará el curso de su vida. Hay algo en la anchura de su espalda y la forma de su cabeza que le resulta familiar. De pronto lo reconoce y da un grito de júbilo. Corre hacia él, que extiende los brazos y los dos se funden en uno. Permanecen estrechamente enlazados largo rato, hasta que se separan y se miran a los ojos.

D.—¡Daario Naharis! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?

Daario—Desde que oí que habían vuelto los dragones a estos cielos  no he dejado de buscarte.  Creo que he perdido la mitad de mis pies en el camino pero ha valido la pena. Estás distinta pero todavía más hermosa y joven de lo que recordaba.

D.—Tú, en cambio has envejecido y veo hebras de plata en tus cabellos y surcos en tus mejillas. ¡Ay, Dario, qué alegría verte! Muchos hombres me han amado pero eres el único que me ha hecho realmente feliz. Ven, vamos dentro que debes comer y descansar. Tenemos mucho de lo que hablar.

Daario  esboza una pícara sonrisa y su fatigado rostro rejuvenece.

Daario—Y espero que también encontremos otras cosas más interesantes en las que ocuparnos...

 

Muy al oeste de Poniente

 

Arya y Yara dormitan en sendas hamacas tendidas en la cubierta del 'La Intrépida', acunadas por el balanceo del barco. Harapientas y enflaquecidas, aparentan diez años más de su edad, al igual que el resto de la tripulación. Rostro demacrado, cabello sucio y enmarañado, la piel reseca y escamosa. Sólo cinco de los once buques que partieron de Patíbulo han logrado vencer las tormentas y tifones que les han acosado. A lo largo de la travesía descubrieron algunas pequeñas islas e islotes en las que pudieron hacer acopio de agua dulce y  alimentos frescos pero sin ningún interés como tierra de promisión. Ahora, únicamente disponen de víveres para tres o cuatro días y son conscientes de que navegan hacia la extinción. Arya, Yara y sus compañeros de viaje han hecho un pacto de honor. Cuando ya no tengan nada que llevarse a la boca, incendiarán las naves y se darán muerte para evitar una dolorosa agonía.

De pronto un grito salvaje rompe la calma del mediodía y las mujeres se despiertan, sobresaltadas. El vigía apostado en la cofa, loco de alegría no deja de repetir con su potente vozarrón las palabras mágicas que todos esperan oír.

Vigía—¡¡Tierra!! ¡Tierra a la vista!

Arya y Yara saltan de la hamaca, corren hacia proa frotándose los ojos deslumbrados por el sol, y ven lo que tantas veces imaginaron en sueños. Una larga franja entre ocre y verdosa que separa el azul celeste del azul marino.

Yara—¿Es isla o continente?

Vigía—Si es isla es muy, muy grande. Muy grande y muy verde.

Arya y Yara se abrazan con los ojos húmedos de emoción. Al fin lo han conseguido. El esfuerzo y el alto precio pagado en vidas humanas ha valido la pena.

Arya—Sea isla o continente, lo llamaremos Aryara. Serán las Tierras de Aryara y pronto constarán en los mapas de Poniente.

 

Tierra de los Ríos

 

El ejército de los Seis Reinos acaba de ser derrotado en los alrededores del castillo de Harrenhal por un ejército mercenario formado por francones y broncos muy superior en número y armamento. El campo de batalla está sembrado de cuerpos de hombres y caballos que se debaten en una angustiosa agonía en medio de un clamor de gritos, gemidos y lamentos. Entre ellos podemos reconocer al comandante de las tropas Gendry Baratheon, al joven Robin Arryn junto a su anciano mentor Yhon Royce y a Emure Tully, que sobrevivió a la Boda Roja pero no al pesado carro de combate que lo ha arrollado durante el combate. Todos ellos han luchado valientemente y entregado su vida en defensa de su Rey.

Los que deciden rendirse son degollados sin piedad. Un grupo de jinetes comandado por Brienne de Trath huye por un bosque perseguidos por una lluvia de flechas. Una saeta atraviesa el pecho del encargado de la jaula de los cuervos y lo mata en el acto. Las aves se escapan de volando en todas direcciones.

En lo alto de un cerro, rodeado de Bron y sus consejeros, pertrechado de su reluciente armadura platino y su espada Garra  que no ha llegado a blandir ni blandirá jamás, August Mormont contempla el paisaje devastado con una sonrisa de satisfacción.

 

Fortaleza Roja

 

Tyron da vueltas y más vueltas a su alcoba como un poseso mesándose la melena gris y la barba blanca que le llega a la cintura dándole más que nunca la apariencia de un gnomo. Un gnomo viejo. De vez en cuando nota un doloroso pinchazo en la pierna izquierda debido a un ataque de gota, pero el desasosiego le impide sentarse y descansar. La falta de noticias es la peor noticia. Alberga terribles presentimientos sobre el resultado de la batalla que se libra en las Tierras de los Ríos.  Se detiene y abre un cofrecillo depositado sobre una  mesa. En la ampolla de vidrio que contiene hay suficiente leche de la amapola para dormir el sueño eterno. Un regalo del maestre Sam, aunque tuvo que insistir mucho para que se lo facilitara.

Llaman tímidamente a la puerta  y un sirviente anuncia una visita inesperada. Recita una retahíla de títulos, apurado, porque teme olvidase de alguno y que su malhumorado amo le riña. Tyron, en cambio sonríe y cierra el cofre con un golpe seco. La mujer que atraviesa el umbral irradia una aureola de energía que ilumina la estancia.

Tyron—Bienvenida a Desembarco, Madre de Dragones. Sabía que vendrías. Los Targaryen nunca rehuyen una buena batalla y a los dragones les atrae tanto el entrechocar del acero como el sonido de los cascabeles a los niños.

Danierys—Tu mensaje me enojó, me parece una insolencia por tu parte pedirme ayuda y no pensaba acudir. Pero unos buenos amigos me hicieron reconsiderar mi postura y aquí estoy. He venido para demostrar que no os guardo rencor por lo que me hicisteis, en cierta manera comprendo que estabais obligados a frenarme. Vengo a expulsar a un intruso advenedizo que no tiene ningún derecho sobre estas tierras que siguen siendo mías, aunque ya no tenga interés en reinar sobre ellas.

T.—¿Has traído a tus dragones? ¿Son tres o cuatro?

D.—Son cuatro y están en un lugar seguro que no voy a revelar. No quiero desatar el pánico.

T.—Me parece...

D.—Escucha, Tyron Lannister estoy aquí para luchar por vosotros, los mismos que me matasteis a traición, pero lo haré según mis reglas y condiciones. Después, mis dragones y yo desapareceremos para siempre y no tendréis que preocuparos, ni siquiera darnos las gracias. No pienso atacar inocentes, sólo a hombres armados.

T.—Tal vez no tengas que hacer ni eso.

 

Tierras de los Ríos

 

Tras lo que pasó a llamarse la Funesta Batalla de Harrenhal hubo que dedicar varios días a incinerar las montañas de cadáveres para que las miasmas de los muertos no se cobraran venganza contaminando a los vivos con enfermedades nauseabundas. Exultante por una victoria que, según pensaba le abría la puerta a la conquista de los Seis Reinos, August ofreció a sus huestes una celebración extraordinaria. Se sacrificaron numerosas reses y llegaron carros cargados de toneles de vino y putas. También músicos y cómicos, que animaron el ambiente. El jolgorio se prolongó hasta altas horas de la madrugada y sus ecos alcanzaron las lujosas tiendas donde August y su séquito se habían instalado, en un altozano, a cierta distancia del campamento.

A la mañana siguiente los hombres despertaron más tarde de lo habitual, con la cabeza pesada y la boca reseca por los efectos de la resaca. En tales condiciones se iban a enfrentar a la peor pesadilla de su vida. Una pesadilla muy real. Francones y broncos eran hombres duros, inmunes al miedo a la muerte, al dolor y a todas las emociones que nos convierten en seres vulnerables. Pero todos ellos procedían de una región de Essos en la que los dragones eran considerados la encarnación del mal absoluto y fuente de infinitas desgracias. El solo hecho de pronunciar la palabra «dragón», dibujar su figura o, simplemente  imaginarla desencadenaba catastróficas consecuencias.

Según antiguas tradiciones, ver un dragón de carne y hueso significaba una muerte fulminante o contraer graves enfermedades como una ceguera total, esterilidad o pieldepiedra. Por eso ninguno de ellos se consideró culpable de cobardía cuando, en medio de la niebla matutina que empezaba a dispersarse vieron aparecer cuatro de esas terribles criaturas que volaban hacia ellos echando fuego, agua y aire por las fauces.

Se produjo una caótica desbandada. El disciplinado ejército mudó en aterrorizada horda. Daenerys no se ensañó con ellos, permitió que huyeran como las hormigas cuando alguien destruye su hormiguero. Pero éstos no lo hacían en todas direcciones como los insectos, sino hacia el noreste, en cuya costa esperaban los barcos que los trajeron a Poniente.

Sólo el caballero Bron, se encaró a los dragones. Lanzó varias flechas erráticas  pero Jonah lo fulminó en un haz de fuego que se propagó a sus acompañantes, August y Priscila Mormont y sus consejeros.

Drogon no participó en la lucha. Se limitó a ser la montura de Daenerys, disfrutar del vuelo y alegrase de no tener que seguir hacia el norte, un lugar blanco y frío que le traía muy malos recuerdos. Esa misma noche regresaron al sur volando  a gran altura para que nadie se percatara de su presencia.

 

Invernalia

 

Lo primero que vio Sansa al abrir los ojos fue la dulce mirada de un desconocido. Un hombre de mediana edad, bello semblante y túnica de maestre. En sus brazos sostenía a los mellizos.

Maestre—Buenos días, mi señora. Te estábamos esperando.

 

 

 

(Continuará)

 

 


 

 

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