Morgiana
Vicente Muñoz
Los que hayáis visto ya esa obra maestra del cine fantástico titulada El incinerador de cadáveres (si no, a qué estáis esperando), sabréis cómo se las gasta Juraj Herz, uno de los directores fetiche de la Nueva Ola Checoslovaca, y disfrutaréis de lo lindo con esta otra perla negra de su filmografía, Morgiana (1973), muy diferente en cuanto a estética y contenido, y quizás menos sorprendente y espectacular, pero igualmente fascinante y morbosa.
Si por algo llama la atención esta película es por su refinado esteticismo, de claros ecos simbolistas y decadentistas, que tanto recuerda a la pintura de Gustav Klimt. Esa fue la impresión que en todo momento tuve durante su visionado, hasta el punto de creer reconocer en varias secuencias escenas
concretas de los lienzos del pintor austriaco, la indolencia y languidez de sus musas, sus joyas y vestidos y la decoración que representa en sus cuadros.
Aunque bajo esa atmósfera melancólica y preciosista, somnolienta y crepuscular, se desarrolle un tremendo drama familiar, una oscurísima historia de pasión, venganza y celos, muy al estilo de los cuentos crueles decimonónicos, que va derivando a medida que transcurre el film hacia el terror y el paroxismo.
Si a todo ello le añadimos influencias de la Hammer y de la cultura lisérgica y psicodélica, una omnipresente y desazonadora banda sonora, un guión retorcido y enfermizo donde los haya, y una fotografía vaporosa y sombría, obtendremos el burbujeante cóctel de emociones y sensaciones que, como una pócima (nunca mejor dicho) envenenada, nos ofrece esta película.
Cine experimental y extraño, el de Jura Herz, desasosegante y turbador, y otras formas de ver y enfocar el género fantástico.