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ISSN 1989-4163

NUMERO 106 - OCTUBRE 2019

 

Irremediablemente

Rubén Castillo

Autora: Alfonsina Storni. Torremozas. 88 páginas. 10 €

Es difícil expresarse, vaciarse, exponerse líricamente con más desgarro que en el volumen Irremediablemente, que Alfonsina Storni publicó en 1919, en una época muy dura desde el punto de vista emocional. En sus versos juega con múltiples combinaciones (frecuenta los pareados, se ejercita en los sonetos, ensaya con estrofas de endecasílabos y pentasílabos), que le permiten musicalizar un tomo muy variado, donde los sentimientos más profundos (“Me vienen estas cosas del fondo de la vida”) quedan envueltos en ritmos diferentes y donde dominan dos pulsiones arrebatadoras: la tristeza por los desengaños que le ha ido deparando la existencia (sobre todo en el ámbito del amor) y la voluntad firme de alzar la mirada tras cada revés, porque la dignidad y el carpe diem deben presidir los latidos del corazón (“Anda, date a volar, hazte una abeja / […]/ Mañana el alma tuya estará vieja”)… Delicadamente, la poeta argentina solicita nuestra escucha y nuestra complicidad, para que mostremos ante sus poemas una actitud amable, como la de quien se aproxima a los delicados pétalos de una flor (“Requieren mis jardines piedad de jardinero”), sobre todo porque nos está permitiendo que miremos dentro de su alma y teme que esta sinceridad pueda convertirla en un ser demasiado vulnerable (“Aquí, sobre mi pecho, tengo miedo de todo”). Pero se trata precisamente de eso: de decirnos cómo está, cómo se siente, qué vientos agrios zarandean su mente o qué huracanes asolan su corazón. A veces, manejará fórmulas lingüísticas con sabor añejo (“cabe tus pies”, p.20; “en torno de nos”, p.46); y otras, osada, se decantará por imágenes más modernas, más juguetonas, más modernistas… Y el mar. Cómo ignorar la presencia del mar en un libro que lo cita de forma constante (en más del 80% de los poemas se habla de olas, del mar o del agua) y que al final, como sabemos, se convirtió en su tumba líquida, cuando decidió entregarse a él en octubre de 1938, consciente de que un cáncer la estaba devorando a gran velocidad. Ella había predicho que las olas podrían ser su tumba en caso de desengaño amoroso (“Y una noche triste, cuando no me quieras, / secaré mis ojos y me iré a bogar / por los mares negros que tiene la muerte, / para nunca más”), pero lo fueron al fin por una erosión orgánica y mental: no soportaba la idea de verse desmenuzada por el dolor… Confesional, desgarrada, palpitante, la poesía contenida en Irremediablemente resulta tan bella como conmovedora, y no ha perdido ni un gramo de autenticidad.

 

 

 

 

 


 

 

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