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ISSN 1989-4163

NUMERO 106 - OCTUBRE 2019

 

Los Cerezos Escondidos - Tetralogía para otoño: Las cuatro estaciones - 2. Fuji: Su próximo náufrago

Ramón Asquerino

«La noche se vertió escaleras abajo,
llorando al caerse, desparramada,
haciendo sangre de su cuerpo herido»
La noche de los trenes

« —¿Qué piensas hacer cuando te llegue el momento de tu resurrección?» Don Delillo: Ruido de fondo
A mi amiga, ¡con tanta vida que buscabas!, María Dolores Hernández Chapín, que se me fue el 6 de septiembre con solo dos besos del 29 de julio.

 

Lejos del calor helado de los neones,
de los pasos cebra para un humano ganado,
perdido por la gran ciudad,
el aire, con denominación de colores,
ensaya su paz de olores: Fuji.
Los espejos, doblan, se desdoblan,
como dos tenues besos,
sumisos con las sordas imágenes,
se acuestan despiertos con el Fuji guardándolas,
como los ojos de un faro imposible,
mientras que tú aguardas su guiño
para convertirte en su próximo náufrago.
Su próximo náufrago de tu mismo cuerpo
 te indicará la siguiente estación,
el lento respirar de las flores
y el vaho silente de los colores,
que aquí, en Gakunan-Enoo,
mantienen su denominación de origen,
su generosa y crianza reserva.

—Tal vez, lo que pienso hacer,
una vez que resucite,
será pedir otro cuerpo donde deshabitarme,
atraer los amaneceres del mundo,
descubrir los cerezos escondidos
y pasearlos por el monte Fuji
a la espera de los trenes
junto a las cuatro estaciones,
que acudan, puntuales, inmortales,
 a traer a toda mi gente
que se quedó atrás: imán en cenizas de mar,
de cuevas, en restos de piedra
y nombres equivocados.
Y abrazarlos a todos, si nos reconocemos,
atraerlos un poquito cerca,
con otra estatura de pensamiento,
con otros sabores de imaginación,
con otras palabras de sueños y besos
para ahuyentar los lubricanes del dolor.

Tal vez el mar, que acecha cariñoso
por el sobrio costado de su niebla,
tal vez se esté preguntando
qué hace tan lejos de su acantilado,
sin un faro que llevarse a los ojos,
ciego de noche y ruido de estaciones,
desorientado, como tú,
cuando resucites no sabes dónde:
y ni los nombres, ni las caras, ni los gestos
de las palabras
coincidan con sus nombres,
con sus manos, con su voz,
hasta que se confundan con tu desmemoria,
tan alta como este Fuji,

mirando hacia la La gran ola de Kanagawa.

Tal vez ese mar esté ya pensando en ti
como su próximo náufrago
y, reacio al dolor de su orilla,
busque apartar sus olas como los montes
sorprendidos de Katsushika Hokusa.
 
Tal vez el mar esté ya pensando en ti
como su próximo náufrago.

Mientras, el Fuji, engreído por sus collados,
te divisa, piadoso, los pensamientos
y se sonríe del alta mar enfebrecido,
mar que trenza miedos de púrpura,
a carcajadas con sus largas bardas,
a horcajadas de espumas,
sin el rocío de los peces,
sin los errores de la luna,
y te persigue mirando como su próximo náufrago.

Tus entrevistas en el juicio final,
con palabras como semillas,
 germinan su fecha de caducidad
 enseguida, antes de salir,
en el bolsillo mortal, ahí dentro,
como un ictus sin sílaba.
Más allá, en lo alto,
 la levantada resurrección del Fuji,
impasible, helado en cumbres.
Y allá abajo el mar, cercándote como próximo náufrago,
soñando con Los espejos desvelados,
haciendo sangre de tu cuerpo malherido,
la cata en ruinas de tus años.
En la sala de espera de los neones
hay un escribano que toma nota de tus datos,
otro que resume tus ausencias,
un fotógrafo que te esgrime en posturas,
un juez que aún no ha llegado, pero conoce el veredicto,
unos azogues donde ya no te verás,
y un paso cebra para este humano ganado,
perdido entre la Babel de su zigurat.
Los cerezos escondidos por el vértigo
de marzo asoman su timidez de colores
por las tapias de sus hombros
—la cata en ruinas de tus años—
en esta segunda estación
alzando sus manos para decirte:
—La vida solo te guiñó con el ojo del faro.

 

 

 

 

 


 

 

Ramón 

 

 

 
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