A la hora del alba presentida
abandoné la casa.
La vida empezaba
en un abrazo
sin medida.
Diadema de sueños,
empuje de un mar aéreo.
Las calles quietas corrían con voces
ofreciendo altares y oquedades.
Y mis ojos
aprendían
con sus niñas volanderas.
Mi piel tasaba en las entrañas
todos los pasos en las horas.